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Sábado, 27 Abril 2024
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Líderes de diferentes credos y denominaciones religiosas se oponen a proyecto de ley sobre Estado Laico por considerar que, en vez de mejorar, más bien atenta contra de la Libertad de Culto.

Acercarnos es la clave. Estar presente el método. La preocupación de unos por otros. El estar en contacto a través de tantos medios que hoy son posibles. Una palabra. Un contacto. Una voz cercana. Alguien que nos comprenda y por qué no, que nos ayude con un sentido espiritual a sobrellevar esta realidad. 

El Papa Francisco en su proyecto evangelizador proveniente del Concilio Vaticano II y de la reflexión del Pueblo de Dios en América Latina y otras latitudes, nos da un camino para poder responder a lo que estamos viviendo como humanidad. Sí, lo que aparentemente son frases se convierte en un proyecto evangelizador: Iglesia en salida, las periferias emocionales, el ir más allá de la pastoral de conservación y arriesgar en una presencia humanizadora-espiritual desde la evangelización misionera. Tenemos que posibilitar que los hermanos y hermanas puedan tener acceso a los pastores, a los obispos, a los presbíteros. Tenemos que propiciar que todos nos veamos. Para eso están las redes sociales, que podamos mirarnos, que podamos sentir a los Obispos cara a cara llegando virtualmente a las familias. Llamando a las personas y familias, que sepamos que están con los enfermos, que les hagamos oración virtual. Que nos vean.

Acercarnos es la clave. Estar presente el método. La preocupación de unos por otros. El estar en contacto a través de tantos medios que hoy son posibles. Una palabra. Un contacto. Una voz cercana. Alguien que nos comprenda y por qué no, que nos ayude con un sentido espiritual a sobrellevar esta realidad. En donde nos digamos que no estamos solos, ni ustedes ni nosotros. No nos ausentemos en estos momentos, es esta una periferia emocional global. Así como vimos al Papa Francisco estar al frente del crucificado, en estos momentos todos estamos invitados a ponernos en dirección de Jesús en la Cruz, pero ahí no termina todo.

 

Hay mucho miedo y dolor

 

Cuando estemos tentados de pedirle a Dios que resuelva nuestros problemas, intentemos primero escuchar su voz. Tal vez nos esté pidiendo que hagamos algo nosotros para resolverlo.

En el año 2007 el senador norteamericano E. Chambers, del estado de Nebraska, presentó una demanda judicial contra Dios. Lo acusaba de provocar pestes, inundaciones y terremotos en todas partes, matando a niños y ancianos, sin demostrar nunca compasión ni remordimiento. El político argumentaba que varias veces intentó ponerse en contacto con Dios, sin obtener respuesta. Por eso le pedía al juez que dictara una orden de alejamiento contra el demandado, prohibiéndole continuar con esas acciones.

La noticia en aquel momento provocó sonrisas. Sin embargo, son muchos los que actualmente siguen creyendo que Dios es el responsable de las catástrofes y tragedias que azotan a la humanidad; y lo justifican diciendo que eso sirve para que el hombre se convierta, cambie de vida y vuelva a Dios.

Ya Cicerón, un escritor romano, afirmaba: “La sola idea de que una cosa cruel puede ser útil, es de por sí inmoral”. Si un autor pagano es capaz de pensar así, ¿cómo los cristianos pueden imaginar a Dios mandando tragedias para hacerle un bien a la gente? ¿No puede hacernos bien a través del bien? Lo cierto es que la pandemia que hoy nos golpea a todos ha obligado a los creyentes a plantearse dos preguntas de vital importancia, que trataremos de contestar.

 

Repartiendo las culpas

 

La primera es: ¿Dios tiene algo que ver con este flagelo? Lamentablemente muchos piensan que sí. Sobre todo los pastores y ministros religiosos, que creen encontrar un apoyo en la Sagrada Escritura. Efectivamente, en el Antiguo Testamento son innumerables los casos en los que Dios castiga a los hombres con enfermedades, sufrimientos y hasta con la muerte misma.

Alguna vez alguien se tomó el trabajo de contar a cuántas personas mató Dios en la Biblia, empezando por la mujer de Lot (a la que convirtió en estatua de sal por mirar hacia atrás cuando huía de Sodoma), y siguiendo por los que bailaron ante el becerro de oro (3.000), los que quemaron un incienso impuro (250), los que se sublevaron contra Moisés (14.700), los que pecaron con mujeres extranjeras (24.002), los que mataron a la esposa de un levita (25.100), los que miraron sin permiso dentro del Arca de la Alianza (50.070), los implicados en el censo de David (70.000), los que criticaron a Yahvé durante una guerra (127.000)... y la lista continúa.

Si sumamos las cifras obtenemos la cantidad de ¡2.038.333 asesinados por Dios en la Biblia! Sin contar los muertos cuyos datos no se detallan, como los que perecieron en el diluvio, en la destrucción de Sodoma y Gomorra, o en las plagas de Egipto. Y lo más sorprendente es que, cuando analizamos a cuántas personas mató Satanás, vemos que solo fueron 10 (los hijos de Job). Tenemos, pues, un claro ganador.

 

La visión revolucionaria

 

Una lectura fundamentalista de la Biblia, ha hecho que generaciones de creyentes tomen estos relatos de manera literal, y piensen que Dios decide sobre la vida y la muerte de la gente. También la Biblia atribuye a Dios las inundaciones, terremotos y pestes, de manera que se lo creyó el ejecutor de los cataclismos naturales.

¿Cómo el pueblo de Israel llegó a tener una imagen tan aterradora de su Dios? Es fácil comprenderlo. En los siglos anteriores a Cristo las ciencias aún no se habían desarrollado. No se conocían las leyes naturales (los microorganismos, las placas tectónicas, las enfermedades psicosomáticas). Los mismos conceptos de libertad y responsabilidad humanas estaban poco desarrollados. Esto hizo que muchos fenómenos naturales, que en aquella época no tenían explicación, fueran atribuidos directamente a Dios.

Por eso cualquier cosa que ocurría, buena o mala, agradable o fea, feliz o desdichada, se suponía que era obra divina. Un israelita no podía imaginar que sucediera algo en el mundo sin que Dios lo quisiera o lo provocara. Lo afirma el libro de Isaías: “Yo, Yahvé, creo la luz y las tinieblas; yo mando el bienestar y las desgracias; yo lo hago todo” (Is 44,7). Pero cuando Jesús vino al mundo, las cosas cambiaron.

 

La enseñanza de Jesús

 

Aunque las ciencias continuaban en su etapa primitiva, y seguían ignorándose las causas naturales de muchos fenómenos, Jesús enseñó una idea revolucionaria para aquel momento: que Dios no manda males a nadie. Él sólo manda el bien. Para demostrarlo, él comenzó a curar a los enfermos y a reanimar a los muertos, mostrando que Dios busca la salud y no la enfermedad ni la muerte. Explicó además que las enfermedades no son un castigo divino por los pecados (Jn 9,3), y que los accidentes no son voluntad de Dios para corregir a las personas (Lc 13,4-5).

Dijo que de Dios solo procede lo bueno que hay en el mundo, porque Dios ama profundamente al hombre y no puede enviarle nada que lo haga sufrir (Jn 3,16-17). Es decir, Jesús no explicó de dónde vienen las desgracias, pero sí explicó de dónde no vienen: de Dios. Por eso, atribuirle a Dios algún mal es una falta de respeto a su amor.

 

Que se encargue él de todo

 

Aclarado que Dios no manda ni mandó ningún virus, viene la segunda pregunta, más difícil de responder: ¿puede Dios eliminarlo y librarnos de él? Muchos están convencidos de que sí. Por eso realizan cadenas de oración, jornadas de ayuno y rezos comunitarios, pensando que cuantos más seamos los que pedimos la gracia, antes nos escuchará Dios. Incluso en algunos lugares se han sacado imágenes por la ciudad, esperando que Dios intervenga de una vez. Sin embargo la solución no ha llegado. Siguen muriendo cientos de personas cada día y los enfermos se cuentan por millares. ¿Por qué Dios se niega a escuchar nuestra oración? ¿Está esperando que sean más los que imploran? ¿A qué cifra de suplicantes hay que llegar? ¿O acaso con el dolor y el sufrimiento quiere enseñarnos algo?

En realidad los equivocados somos nosotros. Dios es puro amor. En su inmensa ternura solo piensa en nuestro bien y en nuestra felicidad. Si no interviene poniendo fin a este mal, y a otros que nos aquejan permanentemente, no es porque, pudiendo hacerlo, prefiera mantenerse distante e inactivo. Es porque él solo no puede hacerlo. Dios no puede actuar entre nosotros sin la participación humana. Desde que él creó el mundo, dejó a los hombres como sus representantes para colaborar, servir y actuar en su nombre. Lo decía muy bien san Justino en el siglo II: “La providencia de Dios es el hombre”. Sin una persona que se ofrezca a colaborar, Dios no puede actuar.

El punto de partida de la visión cristiana de la vida y existencia humanas es la relación personal con Jesucristo. Parafraseo la conocida frase: se empieza a ser cristiano no por abrazar una ideología o unas doctrinas éticas sino por encontrarse con una persona. Y se le encuentra más que como un símbolo ético o una metáfora ideológica, en un hecho concreto y contundente: la pasión, muerte y resurrección. En resumen, se es cristiano por la experiencia de un acontecimiento: encuentro con el crucificado Resucitado convergiendo la situación por Él vivida y la que vive la persona que con Él se está encontrando. Eso es experimentar el amor de Dios.

De ello se deriva una valoración tan exquisita y delicada, tan libre y sincera de la propia existencia reconciliada y de los demás, que produce un humanismo: preocupación por/ y promoción del ser humano. Un humanismo cristiano.

Ese es el marco para ponderar cuánto verdaderamente humano es algo o no lo es.

Si el cristianimo fuese solo una ética humanista no haría falta ni creer en Dios, ni la encarnación del Verbo, ni su Pascua (pasión-muerte y resurrección), ni la comunidad, ni las celebraciones litúrgicas, ni la misión. Con leerse un panfleto de unas diez reglas bastaría o con una simple melodía que provoque emoción.

Por eso el cristianismo es un estilo de vida, es una toma de posición muy responsable ante la historia y la eternidad: por la liberación del ser humano caído bajón el duro  peso de los ídolos alienantes  del mundo, y por la salvación eterna. Esta es la posición teológica del humanismo cristiano.

El otro humanismo es una toma de posición por el solo individuo y su fugaz presente, eternizado bajo el pavor a la sucesiva nada de la muerte. Humanismo atizado por un estilo de vida solo ético sin relación con un Dios vivo y su Hijo Jesucristo. Humanismo arropado por el confort del hedonismo egoísta. Humanismo que usurpa el lenguaje evangélico del amor y el puesto divino de Juez al apuntar con el dedo bajo el alegato de acabar con el “odio” y decretar la descalificación para echar en las hogueras de sus “ilustrados” akelarres.

Por ello, toda existencia humana y toda sociedad tiene un trasfondo religioso: dar culto al Dios vivo o dar culto a otros dioses.

La mañana del pasado viernes 30 de mayo, en el contexto de la Misa Crismal celebrada por el obispo y clero de la Diócesis de Alajuela en la Catedral Nuestra Señora del Pilar, Monseñor Bartolomé Buigues anunció la decisión de que San Juan Nepomuceno, segundo patrono de la Ciudad de Alajuela, sea también patrono del clero diocesano de dicha Iglesia particular, y que el día de su fiesta, cada 16 de mayo, se celebre la Jornada Diocesana de Oración por la Santificación del Clero.

Dicha decisión, dijo, se tomó a solicitud de la Comisión Diocesana del Centenario de la Diócesis (1921-2021), y tomando en cuenta que San Juan Nepomuceno fue un presbítero y mártir del sigilo sacramental, cuya devoción ha estado ligada a la ciudad de Alajuela desde sus inicios.

“Desde el 12 de octubre de 1790 cuando se concluyó y bendijo el primer y humildísimo templo parroquial en el Barrio La Lajuela, se empezó a venerar a San Juan Nepomuceno como Santo Patrono de la Parroquia y del Barrio”, reseñó el obispo.

“San Juan Nepomuceno se distinguió por su amor a la vocación sacerdotal y se preparó muy esmeradamente para ella porque la consideraba como una transformación en otro Cristo. Fue párroco, canónigo y vicario general, corresponsable, con ello, del gobierno de su diócesis. Fue mártir porque defendió más que otros los derechos y la legítima libertad de la Iglesia”, dijo Monseñor.

Por su parte, en su homilía durante la Misa Crismal, celebrada observando las medidas sanitarias correspondientes, el obispo insistió en la comunión y la fraternidad como rasgos propios de los presbíteros.

“La fraternidad es el ámbito privilegiado en el que Dios se manifiesta. Sólo cuando nos comprometamos en acrecentar la comunión, estamos en Dios”, dijo.

“Apostar por la comunión -constató- es exigente, a veces se torna incómodo, pero no podemos bajar la guardia. Hay que dar, más y más, oportunidades a la comunión, sobre todo en situaciones de división o conflicto, renovando la disposición al diálogo, a buscar el entendimiento, a recuperar la unidad…”.

En relación a la emergencia por la pandemia de Covid-19, el obispo manifestó su agradecimiento al personal de salud y a los servidores públicos, y dijo en relación a los sacerdotes, que “hemos sido llamados a acompañar al pueblo de Dios desde la fe y el mensaje salvador de Cristo”.

“¡Cuánto se necesita estar bien en la vida espiritual para dar sentido a la crisis de salud física!  Por eso nuestra tarea es ahora más necesaria que nunca. En los momentos difíciles es cuando más se manifiesta en nosotros el don de Dios que nos permite sobreponernos y estar en pie para servir. Con los medios que tenemos a mano y las posibilidades que nos da este tiempo, estimulemos nuestra creatividad apostólica, con una presencia incondicional desde Dios para los que nos han sido confiados”, agregó.

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