El punto de partida de la visión cristiana de la vida y existencia humanas es la relación personal con Jesucristo. Parafraseo la conocida frase: se empieza a ser cristiano no por abrazar una ideología o unas doctrinas éticas sino por encontrarse con una persona. Y se le encuentra más que como un símbolo ético o una metáfora ideológica, en un hecho concreto y contundente: la pasión, muerte y resurrección. En resumen, se es cristiano por la experiencia de un acontecimiento: encuentro con el crucificado Resucitado convergiendo la situación por Él vivida y la que vive la persona que con Él se está encontrando. Eso es experimentar el amor de Dios.
De ello se deriva una valoración tan exquisita y delicada, tan libre y sincera de la propia existencia reconciliada y de los demás, que produce un humanismo: preocupación por/ y promoción del ser humano. Un humanismo cristiano.
Ese es el marco para ponderar cuánto verdaderamente humano es algo o no lo es.
Si el cristianimo fuese solo una ética humanista no haría falta ni creer en Dios, ni la encarnación del Verbo, ni su Pascua (pasión-muerte y resurrección), ni la comunidad, ni las celebraciones litúrgicas, ni la misión. Con leerse un panfleto de unas diez reglas bastaría o con una simple melodía que provoque emoción.
Por eso el cristianismo es un estilo de vida, es una toma de posición muy responsable ante la historia y la eternidad: por la liberación del ser humano caído bajón el duro peso de los ídolos alienantes del mundo, y por la salvación eterna. Esta es la posición teológica del humanismo cristiano.
El otro humanismo es una toma de posición por el solo individuo y su fugaz presente, eternizado bajo el pavor a la sucesiva nada de la muerte. Humanismo atizado por un estilo de vida solo ético sin relación con un Dios vivo y su Hijo Jesucristo. Humanismo arropado por el confort del hedonismo egoísta. Humanismo que usurpa el lenguaje evangélico del amor y el puesto divino de Juez al apuntar con el dedo bajo el alegato de acabar con el “odio” y decretar la descalificación para echar en las hogueras de sus “ilustrados” akelarres.
Por ello, toda existencia humana y toda sociedad tiene un trasfondo religioso: dar culto al Dios vivo o dar culto a otros dioses.
Espero que esta reflexión aporte un criterio que sirva de marco para que los católicos valoren los tiempos que corren y de manera honesta sepan situarse en dónde se encuentran.
¡Este es el amor que libera, es el amor auténtico que no camufla odios ni resentimientos porque es el amor que reconcilia y hace nuevas todas las cosas!
No tengamos miedo de ser humildes y someter al escrutinio de la cruz las heridas, sufrimientos, quejas y vacíos de nuestras historias. Así seremos cristianos liberados agentes del amor y no errantes vengadores de las causas propias con las metáforas de las ajenas.
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