Hay mucho miedo, hay experiencias de dolor, personas contagiadas, personas aisladas, personas en respiradores, médicos, enfermeras, que arriesgan sus propias vidas, familias de estos que están atemorizadas. Reacciones de grupos agresivos frente a los contagiados, expresiones de exclusión y de repudio hacia familias y personas que están en calamidad por la enfermedad. Personas que no pueden despedir ni visitar a los enfermos. Personas con familiares en otras partes del mundo en situación de riesgo, personas atrapadas en países que no son el suyo, migrantes abandonados, fronteras cerradas, desempleados, inseguridad por doquier.
Ante esto nuestra respuesta no es mostrando nada más lo que nos parece que es para nosotros importante sino ir más allá y poder iluminar, acompañar, hacer presencia, gestionar propuestas, ofrecer ayudas, contactar personas, grupos y familias, utilizar medios, generar encuentros virtuales, mostrarnos como pastores y como hermanos, aunando esfuerzos con otras denominaciones religiosas, abrirnos para no cobijarnos en nuestras seguridades y modos egoístas de vivir, centrarnos en nuestro pastoreo y provocar con una esperanza activa que nos ayude a darle sentido a aquello que en ocasiones pareciera que es un sinsentido.
Es la hora, como dice Víctor Codina, de “elegir el miedo o la fe”. El mantener el statu quo o poner en acto la presencia transformadora del amor de Dios, que consuela.
¿Cómo comunicamos la fe?
Debemos cuestionarnos sobre cómo estamos comunicando la fe. El Concilio Vaticano II hace 55 años, las Conferencias Latinoamericanas y documentos del Magisterio Universal nos han ido preparando para estos momentos. No podemos quedarnos en una evangelización autorreferencial. Casi como que expresaríamos un eclesiocentrismo evangelizador. Con tanto Magisterio y con la misma Palabra de Dios y la experiencia de muchos hermanos que en otros momentos nos deben de abrir el seso, el corazón y las entrañas, para juntos corresponder a la humanidad.
No nos defraudemos a nosotros mismos ya que a veces creo que los cristianos hemos defraudado al mundo, con nuestras preocupaciones autorreferenciales, incapaces de ir más allá de los deseos a veces demasiado personalistas y hasta enfermizos. Esto lo notamos cuando con asombro, hemos hecho campañas sutiles cuidando nuestros terrenos de acción, sin ser capaces de sentir con los otros como Iglesia.
No es solo dispensar de la no asistencia dominical a la Santa Eucaristía, sino llevar en estos momentos de forma creativa el evangelio que ilumine con un sentido espiritual y esperanzador lo que estamos experimentando y lo que nos toca vivir sin poder escoger, y convencernos que intempestivamente el aislamiento social y las diferentes pérdidas: trabajo, estatus, salud… hay que enfrentarlas como humanidad, solidariamente para, cuidándonos, cuidarnos.
Es la hora de la prueba para los pastores, ¿o nos vamos a refugiar en nuestros templos y casas curales esperando que todo esto pase para volver a la normalidad? Lo que pasa es que la normalidad ya no regresará, y si regresa será de otra manera, ya que todas nuestras experiencias tomarán otros rumbos y la adaptación será lenta y de mucha disciplina en todos los campos.
Quedarán muchas heridas abiertas y experiencias de dolor que llevará tiempo sanar. Entonces nosotros seguiremos con nuestras respuestas autorreferenciales, inmaduras y de gustos personales o nos abriremos a la acción del Espíritu Santo, para buscar desde ya caminos que nos hermanen y que hagamos de este mundo un lugar para todos, como creaturas pertenecientes a la gran familia humana.
“No es solo dispensar de la no asistencia dominical a la Santa Eucaristía, sino llevar en estos momentos de forma creativa el evangelio que ilumine con un sentido espiritual y esperanzador lo que estamos experimentando y lo que nos toca vivir sin poder escoger”.