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Sábado, 04 Mayo 2024
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Muchas veces hemos escuchado la expresión del Evangelio de San Juan, al hablar del “Paráclito” ¿De quién se trata? La encontramos en el discurso de Jesús en el Cenáculo, cuando llama al Espíritu Santo el “Paráclito”: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 16). De forma análoga, también leemos en otros textos: “... el Paráclito, el Espíritu Santo” (ver Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 16, 7). En vez de “Paráclito” muchas traducciones emplean la palabra “Consolador”. Esta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego “Parakletos” para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice acerca del Espíritu Santo.

“Parakletos” literalmente significa en griego: “aquel que es invocado” (de “para-kaléin”, “llamar en ayuda”); y, por tanto, “el defensor”, “el abogado”, además de “el mediador”, que realiza la función de intercesor (“intercesor”). Es en este sentido de “Abogado - Defensor”, el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan “Parakletos” en el sentido de “Consolador”, especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Nos fijamos en el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.

Cuando Jesús en el Cenáculo, la víspera de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: “El Padre les dará otro Paráclito”. Con estas palabras del Señor, se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación. Jesucristo, efectivamente, era el “defensor” y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera Carta: “Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1 Jn 2, 1).

Los griegos

Enero 14, 2021

En el Evangelio de San Juan (Jn 12,20-33), se nos cuenta que unos griegos querían ver y conocer a Jesús. El texto lo escuchamos en el 5° Domingo de Cuaresma del ciclo B (el próximo domingo 21 de marzo 2021). ¿Quiénes eran estos griegos? Vayamos al texto:

Entre los que había subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.  Les aseguro: si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada., Y ¿qué diré: “Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”.

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

 

"Señor, queremos ver a Jesús"

 

Se trata de una pregunta que hacen algunos "griegos" a Felipe. De ellos se dice que “habían subido a adorar en la fiesta". Es la fiesta de la Pascua judía. Probablemente son aquellos "temerosos de Dios" de los que se habla con frecuencia en los textos del Nuevo Testamento (ver Hech 10,1-2; 13,6); simpatizantes de la religión hebrea, aunque sin ser verdaderos judíos, pero representantes del mundo pagano.

Marta y María

Enero 08, 2021

En varias presentaciones del Eco Católico y en la celebración de la Eucaristía, hemos conocido a estas dos hermanas amigas de Jesús, que supieron atenderlo en su casa como anfitrionas (Lc 10,39-42). Pero en el Evangelio de San Juan las vemos muy afligidas por la muerte de su hermano Lázaro (Jn 11,1-45).  Vayamos a los pasajes de este Evangelio que nos hablan de ellas:

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo” …

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”. Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás” (Jn 11,1-3.17-33).

 

Las dos hermanas

 

Lo primero que san Juan nos cuenta es que Lázaro de Betania se ha enfermado, quien es hermano de María y Marta. Ellas le mandan a decir a Jesús sobre la delicada situación de su amigo amado. Aunque Jesús, al saberlo, se retrasa y no acude a la cita con esta familia. Pero, al llegar a Betania, tanto Jesús como sus discípulos, se enteran de que Lázaro ya había muerto y llevaba cuatro días sepultado… Es cuando ocurre el encuentro de Jesús con la familia doliente, primero con Marta y luego con María, rodeadas de una multitud de judíos dolientes, también.

El comienzo de la vida pública de Jesús acontece en una fiesta de bodas, momento de mucha alegría y esperanza. Por esto mismo, las bodas de Caná tienen un significado simbólico muy fuerte.

Siguiendo con los protagonistas del Evangelio de San Juan y habiendo visto, en el domingo anterior, a la madre de Jesús en las bodas de Caná (Jn 2,1-12), hoy nos podemos preguntar sobre el novio ¿Quién es? ¿Por qué no es nombrado? Pues, sabemos que entre nosotros, cuando somos invitados a una celebración de bodas, en la tarjeta de invitación, sabemos los nombres de los futuros esposos o nos enteramos de otra manera. Pero en la narración de las bodas de Caná, ignoramos sus nombres o quiénes son estos jóvenes judíos de Caná y del susodicho novio, solamente se nos dice lo siguiente:

El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al novio y le dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bastante, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento” (Jn 2,9-10)

 

¿Quién es el novio o esposo?

 

Les pedimos a ustedes que lean en su ejemplar de la Biblia o del Nuevo Testamento, allá en su casa, el texto completo de Juan 2,1-12. Verán el comienzo de la vida pública de Jesús, que acontece en una fiesta de bodas, momento de mucha alegría y esperanza. Por esto mismo, las bodas de Caná tienen un significado simbólico muy fuerte. En la Biblia, el matrimonio es la imagen usada para significar la realización de la perfecta unión entre Dios y su pueblo. Estas bodas entre Dios e Israel eran esperadas desde hacía mucho tiempo, ¡más de ochocientos años! Y Yahvé era presentado como el Esposo fiel y apasionado por su pueblo (ver Os 2,21-22; Is 62,4-5).

Y precisamente en una fiesta de bodas, junto a una familia y una comunidad, Jesús realiza su “primer signo” (Jn 2,11). La madre de Jesús se encontraba en la fiesta. Jesús y sus discípulos fueron invitados. O sea, la madre de Jesús formaba parte de la fiesta, simbolizando a la antigua alianza, al pueblo de Israel. También Jesús está presente, pero vestido de invitado (aparentemente). Él no forma parte del Antiguo Testamento. Junto a sus discípulos, él es el Nuevo Testamento que está llegando. La madre de Jesús ayudará al dar el paso del Antiguo al Nuevo Testamento.

Sin embargo, san Juan en su relato introduce una modificación. En el Antiguo Testamento siempre es Yahvé, a quien se anuncia como el novio de la boda. En cambio, san Juan presenta a Jesús como el “novio” que se desposa o casa en Caná. Y lo primero que hace Jesús es suministrar una gran cantidad de vino a los invitados de la fiesta, cambiando 600 litros de agua en 600 litros de vino… ¡Demasiado guaro!, diríamos en Costa Rica, máxime para aquella gente que ya había bebido bastante. El verbo griego que se emplea aquí es “methúo”, que significa literalmente “emborracharse”, “embriagarse”.

“Monseñor, hace poco he recibido una larga oración dirigida a siete Arcángeles. A San Gabriel se le pide el don de la fe para sostener nuestro caminar cristiano; a San Josifiel, que ilumine nuestros pensamientos; a San Chamuel, el poder cohesivo del amor; a San Miguel, la orientación para que nos guíe correctamente; a San Rafael que confirme la sanación de las heridas pasadas; a San Uriel, la paz y la tranquilidad interior; a San Zadkiel, el saber perdonar. Monseñor, ¿por qué la gente tiene devoción a ángeles que la Sagrada Escritura no menciona? Me gustaría que me lo explique”.

Emma L. M. – Santa Cecilia de Upala 

Estimada Emma, no he transcrito íntegra la larga oración dirigida a los siete arcángeles, que usted me envió, porque hubiese ocupado demasiado espacio.

Los dones que en ella se piden, no cabe duda, son muy apropiados para una vida verdaderamente cristiana, como lo son la fe, el amor, el acertar en el camino, la sanación interior, una gran capacidad de perdón…

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