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¿Por qué la devoción a ángeles que la Biblia no menciona?

By Mons. Vittorino Girardi S. Noviembre 23, 2020

“Monseñor, hace poco he recibido una larga oración dirigida a siete Arcángeles. A San Gabriel se le pide el don de la fe para sostener nuestro caminar cristiano; a San Josifiel, que ilumine nuestros pensamientos; a San Chamuel, el poder cohesivo del amor; a San Miguel, la orientación para que nos guíe correctamente; a San Rafael que confirme la sanación de las heridas pasadas; a San Uriel, la paz y la tranquilidad interior; a San Zadkiel, el saber perdonar. Monseñor, ¿por qué la gente tiene devoción a ángeles que la Sagrada Escritura no menciona? Me gustaría que me lo explique”.

Emma L. M. – Santa Cecilia de Upala 

Estimada Emma, no he transcrito íntegra la larga oración dirigida a los siete arcángeles, que usted me envió, porque hubiese ocupado demasiado espacio.

Los dones que en ella se piden, no cabe duda, son muy apropiados para una vida verdaderamente cristiana, como lo son la fe, el amor, el acertar en el camino, la sanación interior, una gran capacidad de perdón…

Es verdad, la Sagrada Escritura nos refiere sólo tres nombres de ángeles o mensajeros de Dios: Gabriel (fuerza de Dios), Rafael (medicina de Dios) y Miguel (¿quién como Dios?), y no hay razón para inventar el nombre de otros, aunque por la misma Sagrada Escritura sepamos que los ángeles o los puros espíritus son muy numerosos, constituyen lo que acostumbramos a afirmar: “el ejército celestial”.

Como lo recuerda nuestro Nuevo Catecismo, toda la vida de la Iglesia se ha beneficiado y continúa beneficiándose de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles, como podemos apreciar, por ejemplo, leyendo lo que consideramos la primera “Historia de la Iglesia”, a saber, el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Además, el mismo Catecismo, afirma que desde la infancia (cfr. Mt 18, 10) a la muerte (cfr. Lc 16, 22), la vida humana está rodeada por la “custodia” y por la intercesión de los ángeles. San Basilio el Grande, Padre de la Iglesia del IV-V siglo de la Iglesia, haciéndose voz de la tradición cristiana, escribió: “cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la Vida”. Desde esta tierra, continúa afirmando el Catecismo, la vida cristiana participa por la fe, con la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios (cfr. núm. 356).

Volviendo ahora, más directamente a su pregunta, estimada Emma, debemos constatar que hay una tendencia, muy frecuente en toda persona religiosa, que consiste en buscar “novedades” o expresiones no comunes de la propia religiosidad. Particularmente en épocas difíciles, de inseguridad y de duda doctrinal, nos atrae lo extraordinario, lo que nos puede distinguir de los demás, buscando en ello una sensación de seguridad. Se trata de lo que a veces se ha llamado, una especie de “gula espiritual”. Podemos constatar la misma tendencia, para dar un ejemplo más, en la difusión actual de las conocidas “cadenas”, en que se integran “oraciones especiales” y prácticas igualmente “especiales”, acompañando todo con la promesa que seguramente, después de la puesta en práctica de la “cadena” va a acontecer algo extraordinario e inesperado… Se ha dicho y repetido de parte de la autoridad eclesiástica, que dichas “cadenas” son de carácter supersticioso en cuanto que su supuesta eficacia, se debe a la forma y a los elementos que acompañan la oración y, sin embargo, igualmente aparecen y vuelven a aparecer en redes sociales causando temor más que devoción.

El inventar nombres de ángeles, obedece al mismo deseo de lo “no común”, de lo novedoso, consecuencia también del impulso innato de atraer la atención, que todos llevamos dentro.

Siempre cabe una sana y sencilla reacción: no hacerle caso a “tanta cosa”, que no tiene ningún fundamento en la Palabra de Dios, ni en la Tradición viva de la Iglesia, ni en el ejemplo de los santos… Volvamos pues, a repetir, como lo hacíamos cuando niños, y Dios quiera con la misma sencillez y confianza, la tan conocida breve oración: “Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”.

Que cuando el Señor nos llame, ojalá que el sacerdote que preside nuestro funeral, pueda decir: “Al Paraíso te lleven los Ángeles”.

 

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