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Sagradas Escrituras: El Paráclito en Juan

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Febrero 03, 2021

Muchas veces hemos escuchado la expresión del Evangelio de San Juan, al hablar del “Paráclito” ¿De quién se trata? La encontramos en el discurso de Jesús en el Cenáculo, cuando llama al Espíritu Santo el “Paráclito”: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14, 16). De forma análoga, también leemos en otros textos: “... el Paráclito, el Espíritu Santo” (ver Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 16, 7). En vez de “Paráclito” muchas traducciones emplean la palabra “Consolador”. Esta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego “Parakletos” para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice acerca del Espíritu Santo.

“Parakletos” literalmente significa en griego: “aquel que es invocado” (de “para-kaléin”, “llamar en ayuda”); y, por tanto, “el defensor”, “el abogado”, además de “el mediador”, que realiza la función de intercesor (“intercesor”). Es en este sentido de “Abogado - Defensor”, el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan “Parakletos” en el sentido de “Consolador”, especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Nos fijamos en el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.

Cuando Jesús en el Cenáculo, la víspera de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: “El Padre les dará otro Paráclito”. Con estas palabras del Señor, se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación. Jesucristo, efectivamente, era el “defensor” y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera Carta: “Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1 Jn 2, 1).

El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado “el Paráclito”, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

El Paráclito será “otro abogado-defensor” también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente. “Yo pediré al Padre -dice Jesús- y les dará otro Paráclito para que esté con ustedes para siempre” (Jn 14,16): “...permanece con ustedes y estará con ustedes” (Jn 14, 17). Esta promesa está unida a las otras que Jesús ha hecho al ir al Padre: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que “se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14). Sí, yendo al Padre, dice: “Yo estoy con ustedes... hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era “física” y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio. La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia (“él permanece con usted y estará con ustedes”: Jn 14,7), hará presente a Cristo invisible de modo estable “hasta el fin del mundo”. La unidad trascendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación.

En ese sentido, el Espíritu Santo-Paráclito será el abogado defensor de los Apóstoles, y de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, serán en la Iglesia los herederos de su testimonio y de su apostolado, especialmente en los momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad hasta el heroísmo. Jesús lo predijo y lo prometió: “los entregarán a los tribunales... serán llevados ante gobernadores y reyes... Pero cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar... no serán ustedes quienes hablen  sino el Espíritu de su Padre quien hablará por ustedes” (Mt 10, 17-20; análogamente Mc 13, 11; Lc 12, 12, dice: “porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir”).

También en este sentido tan concreto, el Espíritu Santo es el Paráclito-Abogado. Se encuentra cerca de los Apóstoles, más aún, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarla y defenderla. Él mismo se convierte, entonces, en su inspirador; él mismo habla con sus palabras, y juntamente con ellos y por medio de ellos da testimonio de Cristo y de su Evangelio.

Ante los acusadores Él llega a ser como el “Abogado” invisible de los acusados, por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor y confortador. Que así lo recibamos y lo experimentemos a lo largo de nuestra vida.

 

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