A lo mejor estos paganos eran de origen siro fenicio, como indica con la misma palabra San Marcos (Mc 7,26), cuando habla de la mujer que pedía la curación de su hija. En la petición de ellos, podemos encontrar solo curiosidad por acercarse a un personaje famoso y discutido como lo era Jesús. Pero el contexto en el que nos lo presenta San Juan, esta búsqueda señala por el contrario que buscaban de verdad, con corazón abierto. Tanto es así que ellos son presentados tan pronto como se ha dicho: "Miren cómo todo mundo se va tras de él” (Jn 12,19).
Y luego la noticia es comentada por Jesús, como la llegada del momento en que ha de ser glorificado el Hijo del hombre. El hecho de que se hayan dirigido a Felipe, y éste los envíe a Andrés, es debido a que los dos eran de Betsaida, una ciudad donde la gente estaba mezclada y necesitaban entenderse en varios idiomas. Los dos personajes representan de todos modos dos sensibilidades: Felipe es más tradicionalista (como se ve por su frase después de haber conocido a Jesús (Jn 1,45), mientras que Andrés, habiendo participado en el movimiento de Juan el Bautista, era de carácter más abierto a lo nuevo (ver Jn 1,41). Para indicar que la comunidad cristiana que se abre a los paganos, que acoge la solicitud de quien busca con corazón curioso, es acogida por una comunidad que vive en una gran variedad de sensibilidades.
"Si el grano de trigo que cae en tierra, no muere…"
La historia de la semilla es la historia de Jesús, ‘grano de trigo deshecho, para dar a todos mucho fruto’ (San Atanasio). La misión de Jesús de dar vida, solo se comunica aceptando la muerte. El apego a la propia vida y a la sabiduría humana, es el verdadero obstáculo para conocer a Jesús. Amar es darse, perderse para encontrarse. Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida (‘aborrecerse’, en expresión semítica) es conservarse para una vida definitiva. La meta del ser humano es el amor. El amor tiene que superar el apego a lo más querido: la vida biológica. Entregarla no es malograrla, sino llevarla a plenitud. Entregarla día a día, sin miedo a que se termine. La muerte no es el fin de la vida, sino su plenitud. Esto lleva a la libertad total. Perdido el temor a la muerte, nada nos puede esclavizar.
“El que quiera servirme, será honrado por mi Padre”. Jesús invita a seguirle en el camino que acaba de trazar. Cuando gozar se ha convertido en el principio y el fin de nuestra cultura, hay que aprender la suprema lección de dar la vida día a día. “Mi alma ahora está turbada” (el Getsemaní del evangelio de Juan). Para Jesús, esta hora no fue fácil. Su parte sensitiva protesta. Lo normal es huir. Jesús afronta la angustia confiándose al Padre. La palabra del Padre lo conforta: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. El camino de Jesús es aprobado por el Padre.
“Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. En Juan la cruz se identifica con glorificación. ‘Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor’, decía Santa Teresa de Jesús. El objetivo del hombre es esa vida con mayúscula, no eliminar la muerte biológica y alcanzar una inmortalidad física. Hoy, como aquellos griegos ¿buscamos a Jesús? ¿Lo hemos encontrado?
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