Conocido por su jovialidad, humor y aguda inteligencia, “El Negro Munguía”, como le llaman de cariño, nació en Puntarenas, no obstante su infancia la pasó en Paso Ancho en San José (cerquita del Seminario), donde a pesar de las limitaciones económicas nunca le faltó el amor de su familia.
En aquel barriecillo despoblado en medio de cafetales, sin electricidad ni agua potable, su mamá lavaba la ropa en el río, mientras él jugaba con sus seis hermanos.
Su hermana mayor cuenta que ya a los tres años él decía que quería ser sacerdote y cantaba como el cura del pueblo. De niño ayudaba al Padre Juan Hotze, quien se convirtió en su modelo sacerdotal.
Entró al Seminario Menor cuando estaba en Tres Ríos, donde pasó una época muy feliz entre el estudio, los compañeros y la ilusión de ser sacerdote.
Aunque a quienes le conocen pueda parecerles increíble o paradójico, el Padre Munguía era muy tímido. Cuenta que se le quitó cuando un compañero (el ahora Pbro. Carlos Hernández) lo metió en una obra de teatro.
Allí estalló su hasta entonces desconocida parte extrovertida, “con los bellísimos resultados que vemos ahora. Él (Carlos) dice que se arrepiente, que se paseó en mí (ríe) pero para mí fue muy importante”, bromea el Padre Munguía.
“Feliz ejerciendo el sacerdocio”
En el Seminario vivía muy contento, pero ocurrieron un par de acontecimientos. “Por matarme tanto estudiando me enfermé en 1969. Un compañero me decía: “¿Qué es? ¿Que si no leés los libros se te van a ir de la biblioteca o qué?”.
Luego también vino la duda. “No sabía si realmente me gustaba tanto el Seminario o me gustaba porque solo eso conocía”.
Salió entonces, entró a trabajar en la Caja Costarricense de Seguro Social, y a estudiar hebreo y alemán en la Universidad de Costa Rica. “Fue muy duro porque dejé el Seminario cuando era más feliz”, dijo.
Sin embargo, un día estaba en la Biblioteca Nacional y sentía una gran inquietud, decidió salir a dar una vuelta, en el camino se dijo: “¿Qué cosa (el Padre Munguía en realidad usó otra palabra) estoy haciendo aquí si yo lo que quiero es ser sacerdote?”.
Entró de nuevo y se ordenó en 1973. “Si naciera mil veces, las mil veces me hago sacerdote”, afirma. A los pocos años de ejercer el sacerdocio lo llamó Mons. Alfonso Coto Monge (qDg) para informarle que lo enviarían a estudiar a Europa.
Estuvo Roma, Italia, en la Universidad Gregoriana y la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino (conocida como Angelicum). También fue a la Escuela Bíblica de Jerusalén y a la Universidad de Friburgo, en Alemania.
El Padre Munguía tiene un doctorado en Teología y habla cuatro idiomas: italiano, francés, alemán e inglés, asimismo, tiene amplios conocimientos en latín, griego y hebreo.
Regresó y sirvió como formador en el Seminario, donde estuvo 15 años hasta que en 1998 lo sacaron “de una manera fea”, según recuerda . “Un día me dijeron ya no lo necesitamos. Sufrí muchísimo”, relató. Al año volvió y estuvo otros 15 años como profesor externo.
“No sé si hay un Padre que quiera más a los seminaristas que yo (...) Cuando me sacaron del Seminario lloré más que cuando murió mi mamá”, dijo.
“El negrito”, como a él más le gusta que le digan, es conocido también por su buena voz. Fue ganador dos veces del Festival de la Canción en el Seminario y cuando estuvo de párroco en Juan Viñas de vez en cuando cantaba con el conjunto que tocaba en las fiestas.
También le encanta bailar música popular, así como escuchar música clásica y ópera. Ávido lector, disfruta la literatura de autores como Idelfonso Falcones, Julia Navarro y Matilde Asensi.
El Padre Munguía le tiene pavor a los temblores y admite que es muy resentido (“mi resentimiento se acumula en tomos, ya voy como por el número 25”), sin embargo maneja esto de una manera profundamente espiritual: Ora permanentemente por las personas que le causan ese sentimiento.
El Padre Munguía agradece a la Iglesia por haberlo becado tantos años. Ahora dice que juega de ser pensionado sin estarlo, sirve en la Parroquia Nuestra Señora de El Carmen, en San José, es canónigo de la Catedral Metropolitana, consejero espiritual y colaborador de Eco Católico, como asesor doctrinal, entre otros servicios.
“Soy bueno para contar chiles, para inventar tonterías y me encanta en las reuniones ser el pato de la fiesta, es decir, el que más friega. Es una necesidad para mí”, reconoce.
Actualmente también escribe sus memorias y cuenta que ya hasta tiene listo su epitafio, que escribió en latín y traducido dice así: “Fue feliz ejerciendo el ministerio sacerdotal”.