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Viernes, 26 Abril 2024
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Según reporta la Asociación Gerontológica Costarricense (AGECO), durante el año 2022 se recibieron 633 llamadas a su línea de emergencias, de las cuales un 53% (335) correspondieron a situaciones de violencia contra adultos mayores en diversas expresiones, a saber: violencia física, psicológica y sexual (tema con más registros del periodo), violencia patrimonial, abuso institucional, violencia por abandono y negligencia y violencia de género. 

Es decir, de cada 10 llamadas de la línea, más de la mitad correspondió a situaciones de violencia en sus diversas manifestaciones, siendo esta una problemática que lesiona la dignidad, autovalía y la salud integral de quien es víctima de violencia.

Pensemos ahora el hecho de que hay muchos adultos mayores que, por su condición, estado de salud o incluso por temor, no denuncian los atropellos de los cuales son objeto. Claramente estamos frente a una situación de crisis que se debe atender como tal.

Ya antes hemos conocido lo que pasa especialmente en época de navidad y fin de año, cuando los asilos de ancianos y las salas de emergencias de los hospitales, especialmente las del Raúl Blanco Cervantes, especializado en la atención de adultos mayores, se llenan de casos de abandono de viejitos y viejitas por parte de personas y familias inescrupulosas que simplemente llegan y los dejan aportando datos falsos que hacen muy difícil un seguimiento posterior.

Otro efecto de la pandemia, con mucha frecuencia subestimado, está causando graves estragos en la sociedad costarricense. Hablamos de la salud mental.

Obviamente en un contexto de crisis como el que vivimos, con multiplicación de contagios y saturación de los servicios de salud, la atención se centra en la dinámica de la enfermedad física, sus causas y los lamentables decesos que genera. Sin embargo, luego de más de un año de estrés pandémico, también los efectos de esta enfermedad se notan en el estado mental de los ticos.

Y no es para menos, el bombardeo de información es permanente y viene de todos los medios posibles: las redes sociales, los noticieros, los periódicos, los programas de radio, en las conversaciones de trabajo, en el deporte, el arte, con la familia y hasta en los espacios de recogimiento espiritual.

Las medidas y las alertas cambian constantemente, los consejos van y vienen, que unos si son efectivos, que otros no, que se debe hacer esto, que se debe evitar aquello… el aluvión termina por sumir a las personas en un estado de confusión y de falta de serenidad que pone en riesgo la misma lucha contra la enfermedad. Las personas ya no pueden procesar más contenido, su razonamiento se nubla ante tantos elementos.

Curiosamente hay dos efectos contrapuestos en todo esto: por un lado están los que ya escuchan los reportes de situación como oír llover, es decir, que ya nada les conmueve ni les llama a la reflexión, y mucho menos a extremar las medidas de precaución para evitar los contagios. Es tanta la saturación de datos y de opiniones que terminan por dejar de escuchar casi como un mecanismo de defensa mental. Ni la muerte de personas conocidas hace que salgan de su desconexión con la realidad.

El problema es que estas personas se convierten en potenciales enfermos y transmisores del virus. Son los que por ejemplo, están esperando la menor oportunidad para, literalmente, escaparse del tumulto de la vida cotidiana, aunque eso implique ir a hacer tumulto a otras partes, como las playas y los centros de vacaciones.

Y están, en el otro extremo, las personas paralizadas del temor, que ya no saben ni como saludar, que no salen ni a tomar el sol, que no confían en nada ni en nadie, que buscan desesperadamente tomar medidas aunque rayen en la irracionalidad, que se creen todo lo que ven o les dicen y que quisieran incluso poder dejar de respirar…

Ni uno ni otro caso son lo que se necesita para luchar contra la pandemia. Son días de mucho trabajo para los psicólogos y los psiquiatras, si usted conoce alguno pregúntele y se dará cuenta de que la salud mental de los ticos está gravemente deteriorada, sin contar con otras expresiones como la violencia en las calles y en las casas, la agresión contra los niños y las mujeres, por el aumento del tiempo de convivencia en los hogares, la falta de espacios de esparcimiento, de deporte y de actividad religiosa.

Apenas despuntando el 2021 y ya se comienzan a ver en el cielo de la política costarricense los fuegos electorales de cara a la contienda presidencial del próximo año.

Y es normal que así sea, vivimos en una democracia donde todo ciudadano puede proponer su nombre y sus ideas para gobernar el país, es bueno y sano que quien así lo considera someta su propuesta al escrutinio público y que los electores vayamos perfilando y conociendo a los aspirantes a este importante servicio a la Patria.

Pero…. hay que tener un enorme cuidado de que esta carrera electoral no se convierta en un distractor de los grandes problemas nacionales, de las carencias de liderazgo, corrupción, falta de transparencia y de las situaciones que realmente necesitan solución de cara a la desmejorada calidad de vida de gran parte de los habitantes de nuestro país.

Quien aspire desde ahora a un puesto de elección popular, sea cual fuere, no puede desconocer la grave situación política, económica, social y moral en la que se halla hundido nuestro país, muy por el contrario, debe con valor partir de ella y proponer ya, con claridad y verdad, sin engaños ni mentiras, sus proyectos para recomponer Costa Rica.

Un eufemismo es una palabra o expresión más suave o decorosa con que se sustituye otra considerada tabú, de mal gusto, grosera o demasiado franca.

Últimamente, alrededor de asuntos graves sobre la vida en sociedad, viene siendo común su uso como una forma de enmascarar realidades que, se sabe de antemano, podrían ser rechazadas si se presentan tal cual son.

Se trata, como explica Manuel Casado, catedrático de la Universidas de Navarra, de cuestiones de enorme trascendencia y que están profundamente implicadas en las vidas de las personas, pues afectan cómo gestionamos temas como la enfermedad, la vejez y la muerte, el comienzo de la vida, el respeto a ella debido, la libertad y la autonomía personales, los derechos y deberes ciudadanos, la identidad misma de la persona. 

El debate público de estos temas, presentados a través de eufemismos, es engañoso y superficial, pues normalmente apunta a las emociones para desviar el sentido de lo que es justo, ético, científico y verdadero.

Se trata de un verdadero secuestro del lenguaje con fines ideológicos, una ingeniería lingüística al servicio de intereses que buscan renombrar la realidad para resignificarla y finalmente, cambiarla.

En las últimas semanas, nuestro país ha sufrido las consecuencias de la polarización y la división social, que aunque en el pasado le han dado a algunos réditos políticos electorales, se devuelven ahora en manifestaciones de legítima indignación ciudadana, actos inaceptables de violencia y una complejidad suprema para alcanzar principios comunes que permitan enfrentar con unidad la crisis económica derivada de la pandemia del Covid-19.

De los escenarios de diálogo planteados, el del gobierno junto con el Estado de la Nación fracasó. Sobrevive la convocatoria de la Asamblea de Trabajadores del Banco Popular, que igualmente suma y resta apoyos con el paso de los días.

Qué difícil tarea la de conjuntar tantas visiones y tantos intereses en un mismo proyecto que apunte al bien común y a la solidaridad, y más cuando la carencia de liderazgo es la tónica en la vida pública nacional.

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