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Editorial: Nadie puede pelear la vida aisladamente

By Redacción Noviembre 13, 2020

En las últimas semanas, nuestro país ha sufrido las consecuencias de la polarización y la división social, que aunque en el pasado le han dado a algunos réditos políticos electorales, se devuelven ahora en manifestaciones de legítima indignación ciudadana, actos inaceptables de violencia y una complejidad suprema para alcanzar principios comunes que permitan enfrentar con unidad la crisis económica derivada de la pandemia del Covid-19.

De los escenarios de diálogo planteados, el del gobierno junto con el Estado de la Nación fracasó. Sobrevive la convocatoria de la Asamblea de Trabajadores del Banco Popular, que igualmente suma y resta apoyos con el paso de los días.

Qué difícil tarea la de conjuntar tantas visiones y tantos intereses en un mismo proyecto que apunte al bien común y a la solidaridad, y más cuando la carencia de liderazgo es la tónica en la vida pública nacional.

Sumamos un clima de mutua sospecha y de pérdida de credibilidad de quienes tienen en sus manos las decisiones políticas y el panorama se complica todavía más.

Viene bien en este frágil momento de la historia patria tener presentes algunas reflexiones del Papa Francisco en su más reciente encíclica Fratelli tutti, en la que precisamente ahonda sobre la hermandad humana como la clave fundamental para salir adelante de la crisis.

“Anhelo -escribe el Papa- que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad”. El secreto para lograrlo, a su juicio, es hacerlo entre todos, pues “nadie puede pelear la vida aisladamente”.

Se necesita, en efecto, una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. “¡Qué importante es soñar juntos!”, invita Francisco, advirtiendo que solos se corre el riesgo de tener espejismos, “en los que ves lo que no hay”.

¿Estarán viendo espejismos algunos actores sociales y políticos de nuestro país? ¿estarán imaginando un horizonte que no existe?, ¿sueñan con un buen futuro, en paz y prosperidad para ellos y sus grupos de interés?, ¿estarán llegando al punto de desconocer la miseria y la exclusión en la que sobreviven miles y miles de costarricenses y el derecho que tienen a reclamar también una vida digna?

“Soñemos -prosigue Fratelli tutti- como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”.

Todos hermanos… hermanos los que protestan y los que resguardan el orden, hermanos los empresarios y los obreros, hermanos los empleados públicos y los privados, hermanos los creyentes y los ateos, hermanos los gobernantes y hermanos el pueblo.

Basta de divisiones en la familia costarricense, basta de sacar provecho de la insidia y la desconfianza, basta de infiltrados, vengan de donde vengan, basta de engaños y de ataques desde trincheras ideológicas, económicas o políticas, todos somos hermanos y salimos adelante juntos o nos hundiremos igualmente juntos.

Demos una oportunidad al diálogo, a la exposición de las ideas, en respeto y escucha mutua, y exijamos que los acuerdos se cumplan, que no sea otra triquiñuela para seguir igual, sino para salir fortalecidos, sintiéndonos corresponsables del presente y de la construcción de un futuro nuevo y mejor, aportando cada uno según sus posibilidades.

Soñemos con rescatar Costa Rica, con fortalecer los cimientos democráticos de su vida en sociedad, su talante ético y moral, con volver a mirarnos a los ojos y reconocernos amigos, compañeros de camino.

Nos recuerda el Papa que las dificultades, que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente, sino… siempre juntos.

“Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás” (FT, 78).

 

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