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Un instrumento fascinante y tremendo

By Redacción Agosto 22, 2024

No puede pasar desapercibido el liderazgo moral del Papa Francisco alrededor del tema de la Inteligencia Artificial, esa auténtica revolución cognitiva-industrial a cuyas puertas estamos y que contribuirá a la creación de un nuevo sistema social.

Así quedó demostrado con la intervención del Pontífice en el Foro Intergubernamental del G7 realizado en Italia hace pocas semanas, en el que los líderes de los países más ricos debatieron sobre los efectos de la Inteligencia Artificial en el futuro de la humanidad.

A pesar de que este tema suscita por igual adeptos y detractores, el Papa recordó que tanto la ciencia como la tecnología son productos del extraordinario del potencial creativo que poseemos los seres humanos y que nos ha sido dado por Dios.

Un potencial que, en este caso, tiene implicaciones en numerosas áreas de la actividad humana: de la medicina al mundo laboral, de la cultura al ámbito de la comunicación, de la educación a la política, por lo que es normal suponer que su uso influirá cada vez más en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones sociales y en el futuro, incluso en la manera en que concebimos nuestra identidad como seres humanos.

Como toda herramienta, el uso de la Inteligencia Artificial será el que determine si se orienta al bien o si, por el contrario, lo hace al mal.

Por ejemplo, la inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro” y favoreciendo la “cultura del descarte”.

La magnitud de estas complejas transformaciones está vinculada obviamente al rápido desarrollo tecnológico de la misma Inteligencia Artificial, lo cual lo convierte en un instrumento fascinante y tremendo al mismo tiempo, que exige una reflexión a la altura de la situación. Y en esta reflexión, la Iglesia es pionera.

Solo este año, tanto la Jornada Mundial de la Paz, como la de las Comunicaciones Sociales, han estado dedicadas a la Inteligencia Artificial. Aparte de ello, el propio Santo Padre se ha expresado en numerosos foros llamando a la construcción de una “algorética”, es decir, una ética de los algoritmos que asegure al ser humano seguir teniendo el control sobre las decisiones fundamentales también en el ámbito tecnológico.

Solamente si se garantiza su vocación al servicio de lo humano, los instrumentos tecnológicos revelarán no sólo la grandeza y la dignidad única del ser humano, sino también el mandato que este último ha recibido de “cultivar y cuidar” el planeta y todos sus habitantes (cf. Gn 2,15). “Hablar de tecnología es hablar de lo que significa ser humanos y, por tanto, de nuestra condición única entre libertad y responsabilidad, es decir, significa hablar de ética”, sintetizó el Papa en su mensaje a los presidentes del G7.

En este sentido la advertencia es clara: Condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si quitáramos a las personas la capacidad de decidir por sí mismas y por sus vidas, condenándolas a depender de las elecciones de las máquinas.

Se necesita por tanto, garantizar y proteger un espacio de control significativo del ser humano sobre el proceso de elección utilizado por los programas de Inteligencia Artificial. Está en juego la misma dignidad humana.

Pensemos en las armas autónomas letales, cuyo uso debe ser prohibido desde ahora, en las máquinas que podrían decidir la vida o la muerte de una persona enferma, o en las sentencias judiciales basadas únicamente en datos, ¿sobre qué criterios lo harían?, ¿quedaría algún espacio para el amor, la compasión, el perdón y la misericordia?

Aunado a ello, sigue latente la nula discriminación de las máquinas entre la verdad y la mentira, por lo que se abre la puerta a la difusión de noticias falsas, el debilitamiento de los procesos educativos y de los esfuerzos de encuentro y concertación social.

Por eso, en el centro de las discusiones sobre Inteligencia Artificial debe estar siempre una ética que apunte al bien común de todo ser humano, consolidada a través de legislaciones y políticas orientadas a impedir que estos nuevos avances tecnológicos queden a la deriva de las decisiones únicamente económicas y comerciales.

Corresponde a cada uno hacer un buen uso de ella, comenzando por una adecuada educación sobre su naturaleza y funcionamiento, y corresponde a la política crear las condiciones para que ese buen uso sea posible y fructífero.

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