La magnitud de estas complejas transformaciones está vinculada obviamente al rápido desarrollo tecnológico de la misma Inteligencia Artificial, lo cual lo convierte en un instrumento fascinante y tremendo al mismo tiempo, que exige una reflexión a la altura de la situación. Y en esta reflexión, la Iglesia es pionera.
Solo este año, tanto la Jornada Mundial de la Paz, como la de las Comunicaciones Sociales, han estado dedicadas a la Inteligencia Artificial. Aparte de ello, el propio Santo Padre se ha expresado en numerosos foros llamando a la construcción de una “algorética”, es decir, una ética de los algoritmos que asegure al ser humano seguir teniendo el control sobre las decisiones fundamentales también en el ámbito tecnológico.
Solamente si se garantiza su vocación al servicio de lo humano, los instrumentos tecnológicos revelarán no sólo la grandeza y la dignidad única del ser humano, sino también el mandato que este último ha recibido de “cultivar y cuidar” el planeta y todos sus habitantes (cf. Gn 2,15). “Hablar de tecnología es hablar de lo que significa ser humanos y, por tanto, de nuestra condición única entre libertad y responsabilidad, es decir, significa hablar de ética”, sintetizó el Papa en su mensaje a los presidentes del G7.
En este sentido la advertencia es clara: Condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si quitáramos a las personas la capacidad de decidir por sí mismas y por sus vidas, condenándolas a depender de las elecciones de las máquinas.
Se necesita por tanto, garantizar y proteger un espacio de control significativo del ser humano sobre el proceso de elección utilizado por los programas de Inteligencia Artificial. Está en juego la misma dignidad humana.
Pensemos en las armas autónomas letales, cuyo uso debe ser prohibido desde ahora, en las máquinas que podrían decidir la vida o la muerte de una persona enferma, o en las sentencias judiciales basadas únicamente en datos, ¿sobre qué criterios lo harían?, ¿quedaría algún espacio para el amor, la compasión, el perdón y la misericordia?
Aunado a ello, sigue latente la nula discriminación de las máquinas entre la verdad y la mentira, por lo que se abre la puerta a la difusión de noticias falsas, el debilitamiento de los procesos educativos y de los esfuerzos de encuentro y concertación social.
Por eso, en el centro de las discusiones sobre Inteligencia Artificial debe estar siempre una ética que apunte al bien común de todo ser humano, consolidada a través de legislaciones y políticas orientadas a impedir que estos nuevos avances tecnológicos queden a la deriva de las decisiones únicamente económicas y comerciales.
Corresponde a cada uno hacer un buen uso de ella, comenzando por una adecuada educación sobre su naturaleza y funcionamiento, y corresponde a la política crear las condiciones para que ese buen uso sea posible y fructífero.