El Señor no solo camina con su pueblo, sino que también se identifica con él en su sufrimiento. “Fui forastero y me acogiste” (Mt. 25, 35-36), nos dice Jesús en el Evangelio. Esta realidad nos desafía a reconocer en cada migrante y refugiado a Cristo mismo, que nos llama a ensanchar nuestra tienda, a abrir nuestras puertas, nuestros corazones y nuestras comunidades para acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas.
Costa Rica ha sido un crisol de culturas, un lugar donde personas de diversas naciones han encontrado un hogar en búsqueda de paz, seguridad y mejores oportunidades. La vida de los migrantes en nuestro país nos tiene que llevar a tomar conciencia de que todos somos peregrinos en esta tierra, esto se ve reflejado en la presencia de personas extranjeras que transitan por nuestro territorio. Según datos de los organismos internacionales, entre enero y agosto de 2024, más de 250 mil personas han llegado a nuestras fronteras. Por mes han llegado casi 32 mil personas. Muchas de estas personas han sido acogidas en albergues, pero la mayoría de ellos viven en el desamparo.
Como país de acogida, Costa Rica se ha beneficiado a lo largo de su historia, también ahora y de muchas maneras, con la mano de obra extranjera, con el aporte social y demográfico frente el envejecimiento de la población local.
A pesar de que se ha creído que son una carga para los costarricenses, los estudiosos han demostrado que la contribución económica, social y cultural de las personas migrantes es mayor que lo que le cuesta su atención al estado costarricense.
Solo para citar un ejemplo, la contribución económica de los migrantes ha sido estimada por los organismos internacionales en más del 6% del Producto Interno Bruto.
Como creyentes estamos llamados a no ser indiferentes, a no volver el rostro, sino a ser misericordiosos y discernir qué nos pide el Señor hoy. Por ello agradecemos al Dios de la Vida por la respuesta generosa de tantas comunidades parroquiales, congregaciones religiosas, grupos de laicos y laicas, hermanos de otras denominaciones religiosas y organismos humanitarios que ofrecen su ayuda a los migrantes y refugiados.
Estos gestos de solidaridad nos recuerdan que la actitud del seguidor de Jesús es ser misericordioso frente al dolor y la desesperación de los hermanos y hermanas que han sido forzados a migrar, y nos invitan a redoblar esfuerzos para vencer la indiferencia, la xenofobia y cualquier manifestación de rechazo y comprometernos a acoger y proteger a nuestros hermanos migrantes.
Pedimos a nuestra madre, Nuestra Señora de los Migrantes, que interceda por todos aquellos que han dejado su tierra en busca de una vida mejor, que su amor de Madre les proteja, guíe sus pasos en este camino de esperanza y que nos conceda, como pueblo costarricense, la gracia de acogerles solidariamente.
Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez
Obispo Auxiliar de San José
Responsable, Pastoral Movilidad Humana, CECOR
Pbro. Gustavo Meneses Castro
Secretario Ejecutivo
Pastoral Movilidad Humana, CECOR