Lo afirmamos categóricamente: el respeto al sigilo no es incompatible con el compromiso de la Iglesia con la seguridad y bienestar de los niños.
Exigir que se rompa el sigilo sacramental no solo es injustificado e inatenente a la lucha contra los abusos, sino que también es incompatible con el respeto a los derechos humanos fundamentales.
Como han fundamentado ampliamente reconocidos juristas, un despropósito de este tamaño no soporta el más mínimo análisis de constitucionalidad, entonces, ¿cuál es el verdadero interés tras una propuesta de este tipo?
En medio de esta discusión, se ha utilizado el falso argumento de que el sigilo sacramental debería ser considerado simplemente como un “secreto profesional”, equiparándolo con otros secretos de carácter confidencial en diversas profesiones.
Pero el sigilo no es un acuerdo profesional ni una obligación legal. La estricta confidencialidad que rodea a la confesión no se trata solo de un secreto entre individuos, sino de un acto de fe que se sitúa en el ámbito espiritual, en el que el sacerdote actúa como instrumento de la gracia de Dios, no como un simple confidente profesional.
Siendo que algunos señores diputados son plenamente conscientes de la inviabilidad de una ley que pretenda modificar el sigilo sacramental, aprovechan la polémica para presentar a la Iglesia como una instancia que obstaculiza la protección de menores, ignorando pasmosamente los argumentos de fondo. Esta postura refleja una visión claramente populista que busca generar favorecer intereses inmediatos, sin tener en cuenta los principios fundamentales que guían a la Iglesia.
La Iglesia Católica es, en este momento, como casi ninguna otra, una institución comprometida con los más vulnerables y no permitirá que su misión sea distorsionada o manipulada para fines ajenos a la verdad.
La libertad religiosa no es un privilegio a merced de manipulaciones políticas de dudosa intención, es un derecho fundamental que debe ser respetado en cualquier sociedad libre y pluralista, que rechace las imposiciones y los autoritarismos.
No hay verdadera paz ni justicia cuando se intenta imponer una ideología sobre las conciencias y convicciones sagradas de las personas.