Mons. Óscar Fernández nació en San Rafael de Oreamuno, en Cartago, en 1949. Fue ordenado presbítero el 8 de julio de 1977, en la Catedral Metropolitana por imposición de manos de Mons. Carlos Humberto Rodríguez Quirós (q.d.D.g). Sirvió como párroco en Concepción de Tres Ríos, San Ignacio de Acosta, Tobosi de El Guarco y Goicoechea. También fue Capellán del Hospital San Juan de Dios y Rector del Seminario Nacional.
En 2003 fue nombrado II Obispo de Puntarenas. Su Ordenación Episcopal fue el 25 de julio en el Estadio Miguel Ángel “Lito” Pérez. Un acontecimiento que muchos recuerdan con alegría.
Su labor pastoral se ha desarrollado en medio de muchos retos en la Región Pacífica, golpeada históricamente por el desempleo, la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades.
“Uno no es perfecto -reflexiona-, ni todopoderoso; uno habrá impulsado obras buenas, pero siempre queda la pregunta: ¿Pude haber hecho más? La omnipotencia divina tiene mucho que suplir, como dice San Juan Pablo II… y también Su Misericordia tiene mucho que perdonar”.
A continuación, un extracto del diálogo que sostuvimos con él:
¿Qué recuerda de cuando le dijeron que sería el II Obispo de Puntarenas?
Recibí la noticia como un mandato del Santo Padre. De mi parte requería obediencia, así que me encomendé al Señor y medité sobre lo que significaba este compromiso pastoral.
¿Sintió miedo, nervios?
Siempre hay incertidumbre, preguntas: ¿cómo se ejerce el episcopado? Además, era una diócesis que no conocía, es decir, yo iba a Puntarenas a pasear de vez en cuando, pero no tenía mayor conocimiento, nunca había cruzado en ferry, por ejemplo. Pero en general, había una actitud de confianza en Dios, también de súplica y meditación; esto fue de mucha ayuda para disponerse a asumir la tarea que se me encomendaba. Tuve una semana de ejercicios espirituales sumamente valiosa; los textos bíblicos fueron de mucha iluminación y serenidad. Me acompañó el Padre Álvaro Sáenz Zúñiga, en el Seminario Introductorio; le agradezco mucho su disposición.
Son 21 años de episcopado y 75 años de edad, ¿qué pensamientos pasan por su mente?
Veo eso con gratitud a Dios, que me permitiera por tantos años desempeñar el ministerio episcopal en la Diócesis de Puntarenas, misión que he tratado de cumplir con toda seriedad, con la consagración de la que he sido capaz, con la mayor fidelidad al Señor y a la Diócesis.
Después de más de 20 años, uno siente que es importante un cambio, tanto para uno como para la diócesis. Es importante que llegue otra persona, con otro dinamismo, carismas y dones. Una diócesis tan retadora como Puntarenas requiere eso.
Es un momento de bondad y de obediencia, pues Dios me dice: “Para ya”. Eso hay que asumirlo y acogerlo. Dios ya me concedió tiempo de servicio activo. Así que tengo una actitud de obediencia. Llegado el momento, espero tener las condiciones físicas y pastorales para brindar los servicios que pueda, en las parroquias donde vaya a estar, apoyar a los sacerdotes que deseen que les ayude, ofrecer sacramentos, catequesis, dirigir algún retiro…
¿Cuál ha sido el momento más difícil de su episcopado?
Ha habido momentos duros, pero por temperamento y confianza en Dios no me han aplastado, sino que trato de afrontarlos con todo realismo. Con la mayor serenidad y confianza en Dios he tratado de discernir el paso a dar, en las diferentes situaciones que se han presentado. Dios siempre me ha dado la gracia para afrontar situaciones con fortaleza. Recibo los problemas como algo normal en el desarrollo de las comunidades; siempre tienen que pasar, no hay quien no vaya a recibir un golpe. Quisiera resaltar que durante mi estadía en la Diócesis la relación con el presbiterio, las comunidades religiosas y los fieles ha sido tranquila y bondadosa. No tengo nada que resentir del presbiterio hacia mí. Es un presbiterio muy bueno, sacerdotes muy entregados y abnegados.
¿Y el momento más bello?
Evidentemente, el inicio. Uno no sabe cómo hacer las cosas, es como un niño que empieza a caminar. Uno consulta con los demás obispos que siempre son muy amables. La Iglesia da un curso de una semana y media en Roma, lo cual ayuda mucho; se analizan las responsabilidades y demás. Entonces, fue una inserción en la Diócesis; agradezco mucho a los sacerdotes, quienes me ayudaron a insertarme en la realidad puntarenense, especialmente al Padre Emilio Montes de Oca, que en paz descanse, quien sirvió como Vicario General. Él me introdujo en la Diócesis, en su realidad geográfica, que es una belleza, así como en la realidad humana, social, espiritual, evangelizadora y pastoral. Hubo visitas pastorales muy bien organizadas por el Padre Juan Carlos Castañeda. Me permitieron conocer las regiones, vicarías, parroquias y sobre todo a las personas. Siempre he tratado de hacer visitas continuamente a las comunidades.
“Uno espera que los gobiernos creen plataformas para el desarrollo del Pacífico. Un sector pescador, aunque sea pequeño, no se puede abandonar, así como así”.
Mons. Óscar Fernández G.
Obispo de Puntarenas
¿Cómo compara la realidad de la Iglesia puntarenense cuando llegó, a la de ahora?
Socialmente hablando, no es un momento halagüeño. La situación es mucho más grave. El desempleo ha sido un problema continuo en estos 20 años, y como consecuencia de esto la pobreza es muy aguda; hay sectores donde la pobreza es extrema. La familia ha sido muy perjudicada; hay desintegración familiar, muchas mujeres solas con hijos, niños que crecen sin estímulo, sin una esperanza luminosa; no es un ambiente propicio para la educación. Todo esto ha traído violencia. Es un terreno propicio para tomar caminos equivocados. Hay muchas personas en situación de prostitución, narcotráfico; hay bandas consolidadas que hacen la guerra entre ellas por territorios; los niños y jóvenes son criados para convertirse en sicarios, formados para que vivan la cultura de la muerte. Hay pobreza espiritual, familias sin valores, donde la vida cristiana es muy débil. Jóvenes sin modelos a seguir y con estructuras familiares muy vulnerables. Los gobiernos no han metido una mano fuerte en el desarrollo de Puntarenas. Los pescadores y otros sectores productivos han quedado en el abandono.
Ha levantado la voz por los pescadores, pero parecen ir de mal en peor…
La situación no es favorable… Hubo un proyecto de pesca de camarón (se refiere al Decreto Legislativo 9909 - expediente 21.478 - vetado por el expresidente Carlos Alvarado en 2020). Fue elaborado por muchos pescadores y gente entendida en la materia, que tuvo en cuenta toda la experiencia y las medidas emanadas de los organismos internacionales… Los propios pescadores crearon conciencia de que ellos mismos no podían seguir destruyendo el mar, sino que debían protegerlo. Se elaboró el proyecto, con muchas bondades, pero a la hora de ser aprobado intervinieron ONG´s muy poderosas económicamente y algunas rigurosamente extremas en el tema.
Cuando el expresidente lo vetó, se habló de buscar otras formas de desarrollo, pero ya pasaron tres años…
El proyecto fue aprobado en segundo debate en la Asamblea Legislativa; el Presidente había prometido que si se aprobaba en segundo debate iba a ser Ley de la República, pero no fue así… Era un proyecto sano, quizás no perfecto, pero iba en esa vía.
Ante esta realidad, ¿qué puede hacer la Iglesia de Puntarenas?
Si la Iglesia tuviera la respuesta pertinente para toda esta problemática, ya todo estaría solucionado, pero requiere la participación y el dialogo de todas las instituciones estatales y no estatales, y también de la Iglesia. Con los pescadores, les hemos dado acompañamiento, junto a otros sectores en situación de vulnerabilidad, buscando siempre ayudarlos para promover en ellos pasar de situaciones no humanas a situaciones más humanas.
El terreno es duro. Se experimenta cierta impotencia. ¿Qué sabiduría adquirir para actuar y qué recursos para ayudar? Sobre todo, hacen falta recursos; esta es una diócesis pobre, no es solvente. Dios en su Providencia nos ha ido ayudando. Después de la pandemia, muchas parroquias sostienen con mucha dificultad a un sacerdote. Pero nuestro pueblo siempre ha dicho: “Dios nunca le falta a nadie”. A pesar de las limitaciones, salimos adelante.
Uno espera que los gobiernos creen plataformas para el desarrollo del Pacífico. Un sector pescador y con fuertes espacios de vulnerabilidad, aunque sea pequeño, no se puede abandonar, así como así; no solo es el trabajo de la pesca, es parte de una cultura; esa labor ha sido su vida, el mar ha sido el ambiente en el que se han desarrollado. No es justo abandonarlos así.
Celebró un Año Jubilar por los 25 años de creación de la diócesis, ¿cómo lo vivió?
La Diócesis de Puntarenas fue erigida el 17 de abril de 1998. De tal manera que celebramos nuestro vigésimo quinto aniversario, así que nos pusimos a rezar desde meses antes. En mis visitas a las comunidades y en las celebraciones eucarísticas busqué animar a los fieles y motivarlos a orar por este momento, para que encomendaran al Señor esta celebración, y también para dar gracias al Señor por lo que ha hecho por esta Iglesia Particular y por todo lo que pueda hacer en adelante.
Esto fue acompañado de catequesis para que los fieles tomaran conciencia de lo que significa ser miembros de una Iglesia Particular, es decir, la Diócesis de Puntarenas. Se formó una comisión compuesta por sacerdotes, laicos y religiosos. Hubo diversos actos de piedad; por ejemplo, la imagen de la Virgen del Carmen recorrió toda la Diócesis y se fomentaron diversas peregrinaciones para ganar la Indulgencia Plenaria. Me gustaría decir que se ha buscado fortalecer obras sociales como la atención a personas de la calle y en situación de vulnerabilidad.
¿Qué legado deja usted en Puntarenas?
No sé qué responder… No quisiera responder esa pregunta. Quizás me gustaría que se respondiera con lo que el Espíritu Santo ha venido animando, y sigue animando, en la comunidad eclesial de Puntarenas. Uno no es perfecto, ni todopoderoso; obras buenas habré impulsado, pero siempre queda la pregunta: ¿Pude haber hecho más? La omnipotencia divina tiene mucho que suplir, como dice San Juan Pablo II, y también Su Misericordia tiene mucho que perdonar. Hay un laicado abnegado, comunidades religiosas consagradas, un presbiterio entregado. Dios, que ve en lo oculto, todo eso lo verá y seguirá enriqueciendo en el porvenir...