La Isla de Chira está ubicada en el Golfo de Nicoya, tiene un área de 43 kilómetros cuadrados y una población de aproximadamente 2.600 personas, donde, según calcula la Congregación, apenas el 10% de la población es católica, el restante 90% se identifica como evangélica.
La llegada de las misioneras a este lugar fue todo un acontecimiento, pues había una gran necesidad. Cabe destacar, la labor precursora previamente hecha por Ruth Gamboa, una misionera a quien aun se le recuerda con mucho cariño, porque entregó muchos años a la evangelización de la isla.
Por otro lado, si bien había sacerdotes que visitaban la comunidad periódicamente, no había consagrados establecidos de manera permanente para animar y acompañar a los vecinos. De ahí, que la misión de las religiosas cobrara tanto valor.
“Es muy bonito porque nos han hecho mucha falta, uno se sentía muy distante de la Iglesia”, decía un pescador presente en el recibimiento.
Las religiosas rápidamente se ganaron el cariño de la gente. Antes de celebrar su primera misa en la Isla obsequiaron a los participantes una imagen de la Virgen de Guadalupe, una del Niño Jesús, otra de la infancia de la Virgen María y un crucifijo de madera.
La misión en una isla
Recién llegadas, las religiosas se pusieron manos a la obra. Comenzaron su misión con visitas casa por casa, para presentarse, conversar con las personas e invitarlas a participar de la vida de la Iglesia.
La Hermana Teresa de Santa María de Guadalupe es una de las cuatro misioneras que llegaron a Isla Chira y que aun permanece allá. Recordó que los recursos eran muy limitados, por ejemplo, la computadora no tenía teclado y otros elementos, por lo que hacían afiches a mano que pegaban alrededor de la comunidad para invitar a las personas a participar de un retiro Kerigmático.
“Visitamos todas las casas, fueran de evangélicos o católicos. Nos alegrábamos mucho porque veíamos en las puertas de las casas o en las ventanas estampitas de la Cruz, de la Virgen María o del Sagrado Corazón. Por otro lado, nos daba tristeza cuando encontrábamos familias que nos decían que no podían atendernos”, comentó.
La hermana Teresa relató que en una ocasión visitó un hogar de una familia evangélica, la señora le habló sobre su vida, había enfrentado una situación muy dura y se sentía mal, pero Ruth la había visitado y escuchado, eso le había dado mucha paz. “Fue una buena noticia, escuchar algo lindo de parte de una persona evangélica”, mencionó.
Actualmente, las religiosas realizan diversas actividades, imparten catequesis y forman catequistas en todos los niveles, llevan a cabo talleres con mujeres emprendedoras, organizan retiros con diferentes comunidades.
También realizan actividades para recaudar fondos, como bingos y rifas, para el mantenimiento del hogar y el templo, así como para otros gastos o para ayudar a los vecinos con pasajes o medicamentos.
La hermana Teresa también aprovechó para agradecer el apoyo brindado por grupos como Emaús u Obras del Espíritu Santo. Así como las donaciones de parte de personas tanto dentro como fuera de la Isla para ayudar a quienes pasan necesidad.
Detalló además que para trasladarse, las misioneras utilizan un vehículo prestado por una familia de Monteverde. Los miércoles los Padres Vicentinos celebran la Santa Eucaristía y dan el Sacramento de la Reconciliación.
“A veces las personas no tienen arroz o frijoles, o algún medicamento, y se acercan confianza. Los doctores o enfermeras vienen dos o tres días a la semana. Aquí no hay permiso de enfermarse. Hay mucha necesidad en el tema de la salud. A las personas les cuesta salir, a veces tienen dengue y se quedan en su casa, sufren mucho”, comentó.
La hermana menciona que con lo poco que logran recaudar tratan de mantener un botiquín con medicamentos para tratar de paliar un poco la necesidad de los vecinos. Asimismo, la mayoría de los habitantes son pescadores y a veces no tienen recursos suficientes para adquirir productos básicos. También luchan para dar mantenimiento a las capillas que hay en la Isla.