Esta buena noticia tiene una resonancia especial en la Amazonía: aquí encontramos pueblos originarios luchando por una tierra que siempre les perteneció, comunidades ribereñas lanzando redes de pesca y esperanza. También familias de las periferias urbanas, intentando florecer en una selva hecha de concreto y de exclusión. Y la espesura de la selva también es habitada por los llamados “indígenas en aislamiento voluntario”, grupos humanos que decidieron o se vieron obligados a huir de los “blancos” y que no quieren establecer contacto alguno.
Ellos son los más amenazados, los más perseguidos y quienes mejor abrazan y cuidan las aguas, las montañas, los animales y la sacralidad de la tierra toda. Su lucha es ancestral.
Y es navidad. Y nuestra razón de ser como misioneros del Equipo Itinerante, es aprender de la espiritualidad, los anhelos y las resistencias de todos ellos. Remar juntos, danzar la vida que siempre le gana a la muerte, acoger al Dios cotidiano, invocado de tantas formas.
A pesar de la lluvia por la noche, el viaje en barco fue bastante tranquilo. Llegué sin problemas a Maués, tierra del guaraná y del pueblo indígena Sateré-Mawé. Desde aquí, junto con el padre Oziel, nos organizaremos en todo lo referente a la continuación del viaje, esta vez hasta el río Urupadí: compra de alimentos, combustible y dejar cargado el barco la noche anterior. Allá nos esperan líderes de las varias comunidades, corazones que acogen y encuentros que curan. Siempre abiertos a la novedad del Espíritu que transforma nuestros planes.
Y es navidad, aquí en la Amazonía, también en Costa Rica y en el mundo todo. El misterio del Dios Altísimo se desvela en un niño sostenido por su madre y abrigado por una estrella. Esperanza de los pueblos, alegría de los pequeños y soplo de vida para la creación entera.