Hace dos días salí en barco desde el Puerto de Manaus en Amazonas. Ese día fue particularmente intenso: preparar el desayuno para las misioneras que estaban regresando de una itinerancia por la Guyana, alistar el equipaje y disponerme a ser recibido nuevamente por las aguas del gran río.
Y es navidad. Para nosotros, los franciscanos, es un tiempo especial. San Francisco de Asís abrazó el misterio del Dios que se hizo cercano, puso su tienda en medio de nosotros e hizo de su vida, ternura compartida con los más débiles.
Después de ocho días en barco, subiendo por el río Amazonas, llegamos a Tabatinga, en la triple frontera de Brasil-Colombia-Perú. Salimos del puerto de Manaus en medio de mochilas, hamacas de muchos colores e historias dibujadas en los rostros de tantos viajeros con quienes compartimos el barco y la vida.
Luego de una rápida visita a Leticia en Colombia, continuamos anoche nuestro recorrido, esta vez en una lancha, hacia Iquitos en Perú. Mientras escribo estas líneas, me acompaña un sol que apenas nace, el imponente río y la fuerza del misterio divino que me invita a remar hacia aguas más profundas, allí donde las heridas están más abiertas y las vidas más amenazadas.