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Miércoles, 08 Mayo 2024
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“Monseñor: otra vez la guerra, las destrucciones, la muerte… Estamos lejos, pero algo de ese horror de la guerra, nos llega y ahora, además, con el riesgo de que se dañe una central nuclear. ¡Dios mío, Tú no puedes querer tanto sufrimiento! Y Tú que todo lo ves y todo lo puedes, ¿por qué no pones fin a tanto desastre? Monseñor, ¿nos comenta algo al respecto?

Jennifer Calderón A. - San José

 

Como usted afirma, estimada Jennifer, sólo le ofrezco algunas líneas de una “reflexión en voz alta”, sobre un tema -el del dolor humano- que más bien es un misterio y que exigiría mucho más que unas breves consideraciones.

Ante todo conviene subrayar lo que usted misma afirma en su “invocación”: Dios no puede querer tanto sufrimiento, tanto dolor y daño infligidos a los débiles, a los niños, a los ancianos.

“Soy un joven seminarista y por causa de la pandemia, como todos mis compañeros, no pasé el semestre en el Seminario, sino en una parroquia. Es natural que los fieles me hayan propuesto inquietudes y comentarios sobre temas religiosos. Pues bien, una pregunta que me ha llegado con cierta frecuencia se refería al… fin del mundo. ¿No será, me dicen, que la incontrolable pandemia del Covid-19, la rápida y mortal difusión del narcotráfico, la aumentada violencia, las leyes anti vida que se imponen en el mundo, los ataques constantes en contra de la familia natural, la absurda ideología de género, etc., etc., son acaso señales del próximo fin del mundo?”.

Melvin H. C. - Costa Rica

 

En el Nuevo Testamento aparecen descritos y unidos entre ellos tres acontecimientos finales: “la segunda venida de Jesús un día en su gloria”, conocida como Parusía; el juicio final, cuando en la presencia de Jesús glorioso “se presentarán todas las naciones” (Mt 25, 32) y, el fin de este mundo.

Desde el comienzo de la historia de la Iglesia, han ido apareciendo con cierta frecuencia, afirmaciones e inclusive supuestas profecías acerca de una próxima segunda venida de Jesús, vinculada con el fin del mundo.

Recuerdo aquí sólo dos ejemplos. El primero: San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses, no pocos de los cuales estaban convencidos de que Jesús “llegaría pronto”, habían abandonado los normales compromisos laborales que les correspondían, les escribe: “Hermanos, en cuanto al regreso de nuestro Señor Jesucristo, y a nuestra reunión con Él les rogamos que no cambien fácilmente de manera de pensar ni se dejen asustar por nadie que diga haber tenido una revelación del Espíritu […]. No se dejen engañar de ninguna manera” (2 Tes 2, 1-3).

San Pablo y los apóstoles no sabían, pues, cuándo acontecería la segunda venida del Señor. Sí tenían cierta “sensación” de que ésta podía ser inminente, y se servían de esta posibilidad para exhortar a sus primeros cristianos, a estar preparados. He aquí al respecto, un texto de la segunda carta de Pedro: “El día del Señor vendrá como un ladrón […] y la tierra con todo lo que hay en ella, será sometida al juicio de Dios” (2 Pe 3, 10).

He aquí el segundo ejemplo: En el siglo pasado, algunos, como en los tiempos de San Pablo, pretendían haber recibido una revelación acerca de la próxima venida de Jesús. Se trata del caso del señor Carlos Russell, iniciador de los Testigos de Jehová. Él “profetizó” que la segunda venida del Señor (de lo cual, por cierto, y desafortunadamente no reconocía la divinidad) iba a acontecer en el año 1914… pero nada aconteció.

Él murió en 1916, y los Testigos de Jehová fueron postergando la fecha en varias ocasiones.

En conclusión: ¿cuál debe ser nuestra actitud? Nos la sugiere Jesús mismo, quien habla de su segunda venida con una fuerza que no admite duda alguna, pero dejando en la absoluta indeterminación el tiempo de la misma. En el Evangelio de San Mateo, en efecto, leemos: “En cuanto al día y a la hora (de su venida) nadie lo sabe -dijo Jesús- ni aun los ángeles del cielo ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre” (Mt 24, 36).

“Durante este tiempo de pandemia, salgo lo menos posible y así he tenido tiempo para “ojear” una Biblia que desde cuando yo recuerde, siempre teníamos en casa. Me gustaría, Monseñor, recibir de usted unas indicaciones para que me ayuden a sacar provecho de la lectura de la Biblia, y para que no me “enrede” por causa de mis pocos conocimientos”.

 Irene Loaiza C. - Guanacaste.

 

Estimada Irene, le felicito por su decisión de dedicar más tiempo a la lectura de la S. Escritura. Es verdad, tratándose de unos escritos antiguos y que conciernen temas religiosos, no siempre fáciles, cualquiera, inclusive expertos en Biblia, tienen el riesgo - como dice usted,- de “enredarse”, pero las ventajas siempre son más que los riesgos. Además, si alguna página nos sorprende o nos resulta de difícil interpretación, hay muchas otras que nos resultan muy claras en su contenido y en sus propuestas. Siempre, además, hay la posibilidad de pedir la necesaria aclaración a quienes pueden dárnosla.

Aquí tiene, estimada Irene, unas propuestas. Las encontré en la publicación de la Biblia de la Iglesia Católica para jóvenes, con el prólogo del Papa Francisco. Se las adapto un poco para usted.

  • La Biblia es Sagrada Escritura, por eso es bueno que antes de empezar su lectura, le pidamos al Espíritu Santo, quien la inspiró, a que nos asista para que la podamos leer con provecho. Es igualmente útil elevar una breve oración de acción de gracia, una vez terminada la lectura.
  • La Biblia está llena de sorpresas…Aunque conozcamos ya algunas de sus páginas, volvamos a leerlas y así vamos aumentando nuestro asombro por la grandeza de Dios y le agradecemos su amor para con nosotros.
  • Cuanto más la leemos, tanto más vamos descubriendo en la Biblia su mensaje central y que es como el “hilo de oro “ que la atraviesa toda, a saber, que la muerte y el pecado no tienen la última palabra sino que el triunfo es de la vida y del amor…
  • Conviene leer todos los días, aunque sean pocos versículos, tomando así familiaridad con la Palabra de Dios, y constataremos que cuanto más avanzamos más vamos gustando de ella, como sucede con un canto o una pieza musical que se nos ha vuelto familiar.
  • Es muy útil tomar nota de lo que más nos llama la atención y apuntarlo en un cuaderno personal o en una página de la propia computadora, y a lo mejor, añadiendo algún comentario o reflexión personales.
  • No hay que tener prisa en completar la lectura… La Biblia no es una novela de la que queremos conocer la conclusión. En ella se no narra la Historia de la Salvación, nuestra propia historia, y en ella debemos vernos como actores a quienes les corresponde asumir su propia responsabilidad.
  • Necesitamos tener paciencia cuando algo nos sorprende o puede inclusive ”escandalizarnos” por relatos de pecados y delitos…. En tal caso, hay que tener bien en cuenta cual es la intención del Autor sagrado y si lo vemos necesario, pedir ayuda y luz a quien puede, por su preparación, ofrecérnoslas.
  • También nos ayuda leer algunas páginas de la Biblia con otros, en familia si hay la posibilidad, y dedicar un poco de tiempo para una posible “resonancia” de parte de todos, guiados por la pregunta:¿qué me dice a mí lo que acabamos de leer?.
  • Consideremos la Biblia, Palabra de Dios, como una larga carta del Padre y Amigo a amigos, por lo cual la acogemos con el corazón abierto y no sólo con la “cabeza” (inteligencia).
  • Nuestra vida es un camino, pero en él no estamos solos: nos acompaña e ilumina el camino, las Palabra de Dios, que es luz para nuestro sendero y lámpara para nuestros pasos (cfr sal, 118,105), como lo fue Cristo para con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35).

“Monseñor: después de saludarle respetuosamente me atrevo a exponerle una inquietud. Digo, “me atrevo” porque no quisiera escandalizar a otros lectores del Eco. Hay una página de la Biblia que me cuesta aceptar. Cuando era niño y nos la presentaban, yo la aceptaba… Pero con el crecer de los años, me ha causado un sentimiento de rebeldía. Me refiero al relato del sacrificio que Dios le pidió a Abraham, el de ofrecerle a su hijo Isaac. ¿No había otro modo “más humano” para que Abraham manifestara su fidelidad y obediencia absoluta a Dios? ¿Cómo podemos comprender que Dios exigiera a Abraham, como prueba de fidelidad el sacrificio de su hijo? Le agradecería muchísimo, Monseñor Vittorino, si me da su punto de vista, a la vez que pido perdón si mi petición puede resultar molesta”.

Jaime Matarrita A. - Costa Rica 

Estimado Jaime: Usted no molesta en absoluto. Estoy para servir a los lectores del Eco; lo hago con gusto y me agrada que no tengan reparo en preguntar o comentar con libertad lo que les interesa.

Volvamos a recordar dos fundamentales criterios para interpretar correctamente los textos de la S. Escritura.

1°: No debemos leerlos al pie de la letra o -como hoy se dice- fudamendalísticamente, sino que hay que fijarse ante todo en la intención del Autor Sagrado.

2°: Para ello hay que ver y determinar el género literario, es decir, el modo de escribir propio de cada Autor. Por ejemplo: el género poético sirve para expresar algo bien distinto del género narrativo o del género parabólico, etc., etc.

Ahora bien, el capítulo 22 del Génesis pertenece al género narrativo, pero se narra para enseñar, no tanto para informar, como haríamos hoy en día. Se trata de una página de teología, no de una página de crónica histórica. Al Autor Sagrado le preocupa enseñarnos verdades importantes, no informarnos de hechos, pero lo hace narrando; no lo hace presentándonos un argumento. Él nos narra, no argumenta. Lo que nos narra sustituye un posible razonamiento.

Con esa narración el Autor Sagrado inspirado por Dios quiere ilustrar dos grandes ideas: Primera, la incondicional fidelidad de Abraham a Dios, dispuesto a todo para confirmarla, y segunda, que el Dios de Abraham es un Dios de vida y no de muerte.

Para el Autor, Abraham fue tan fiel al Dios verdadero que, para cumplir su compromiso con Él, estaba dispuesto hasta a sacrificar a su propio hijo, como -desafortunadamente- lo hacían los seguidores de religiones paganas, entre los cuales estaba viviendo Abraham.

Por esa absoluta fidelidad, Abraham fue considerado digno de que se le hicieran grandes promesas de parte de Dios: tener una descendencia numerosa como el polvo de la tierra o las estrellas del cielo (cfr Gn 13, 16; 22, 17). (Nos encontramos aquí con otra expresión que, obviamente no debemos interpretar al pie de la letra).

“Monseñor: Ante todo reciba mi filial saludo. Hace algún tiempo me sorprendió escuchar, y en ambiente católico, que entre los antepasados de Jesús, había una prostituta. Fue espontánea mi reacción de incredulidad, pero se me insistía en lo mismo. Le agradecería, Monseñor, si me informara con precisión acerca de este punto”.

 Carlos Matarrita L. - Orotina

 

Estimado don Carlos, la afirmación que justamente tanto le sorprendió, deriva de la “genealogía” de Jesús, que nos presenta el Evangelista San Mateo. De hecho, entre los muchos nombres que el Evangelista elenca de los antepasados de Jesús, aparece el de la mujer Raab (cfr Mt 1, 5).

Es lógico que nos preguntemos, ¿y quién era Raab?

En el libro de Josué, del Antiguo Testamento, se narra una historia, sorprendente y bella a la vez, de una mujer con ese nombre. He aquí la síntesis de esa historia.

Josué envió a dos espías para que exploraran la ciudad de Jericó y la región circunvecina. Fueron y entraron en la casa de una prostituta llamada precisamente Raab, quien los acogió y ellos se hospedaron en esa casa. Espías del lugar avisaron al rey de Jericó de la presencia de aquellos dos hebreos. Éste, rápidamente hizo que se le ordenara a Raab que hiciera salir a aquellos dos extranjeros. Sin embargo, ella ya los había escondido en la azotea de su casa, entre unos haces de lino amontonados y les insistió a los enviados del rey, que los dos extranjeros ya se habían fugado…

Cuando ya se alejó el peligro, Raab hizo jurar a los dos espías judíos, diciéndoles: “Júrenme ahora, por Yahvé-Dios ya que les he tratado con bondad, que ustedes también tratarán con bondad a la casa de mi padre y denme una señal segura, que respetarán la vida de mi padre y de mi madre, de mis hermanos y hermanas y de todos los suyos y que librarán nuestras vidas de la muerte” (Jos 2, 12-13).

Los dos espías se comprometieron con ese juramento y para reconocer la casa de Raab, cuando hubiesen conquistado Jericó, le propusieron que colgara de la ventana ese mismo cordón color escarlata con que ellos de descolgarían.

Así se hizo, y cuando Jericó fue invadida por los hebreos, toda la familia de Raab, reunida en su casa, fue respetada.

Del mismo relato del libro de Josué, se comprende que la entera familia de Raab abrazó la fe judía, agregándose así al pueblo de Israel… Más aún, en la carta a los Hebreos se le presenta a Raab como un muy valioso “símbolo” de la fe judía: “Por la fe, la ramera Raab no pereció con los incrédulos por haber acogido amistosamente a los exploradores” (Heb 11, 31). Encontramos a la misma Raab, también en la carta de Santiago, y en ella como “modelo” de quien sabe unir fe y obras. En esa carta leemos: “Ya ven cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Raab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los exploradores haciéndoles marchar por otro camino?” (St 2, 24-25).

La misma Raab, como resulta pues, en la genealogía que nos presenta San Mateo, se casó con Salmón, uno de los antepasados de Jesús. Ella fue la madre -siempre según la genealogía- de Booz, quien se casó con la moabita (pagana) Ruth (cfr. Rt 4, 13), quien de esta manera fue la bisabuela del rey David, y bien sabemos que Jesús es de la descendencia de David, y por tanto, descendiente de… Raab, la prostituta.

Jesús vino para llamar a los pecadores a la salvación. Nadie queda excluido, con tal que se abra a la misericordia de Dios. Siglos más tarde, otro pecador de la misma ciudad de Raab, Zaqueo de Jericó, acogería a otro “Huésped” en su casa, a Jesús, quien declararía: “Hoy, la salvación ha entrado en esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 9-10).

Lejos pues, de ser motivo de escándalo, es muy consolador saber que Jesús tuvo en su ascendencia a una pecadora que se convirtió, llena de fe (cfr Heb 11, 31). Raab es una figura típica de lo que más tarde enseñaría Jesús sobre la misericordia, el perdón y la salvación. ¡Cuántos motivos tenemos para confiar!

 

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