“Monseñor: Ante todo reciba mi filial saludo. Hace algún tiempo me sorprendió escuchar, y en ambiente católico, que entre los antepasados de Jesús, había una prostituta. Fue espontánea mi reacción de incredulidad, pero se me insistía en lo mismo. Le agradecería, Monseñor, si me informara con precisión acerca de este punto”.
Carlos Matarrita L. - Orotina
Estimado don Carlos, la afirmación que justamente tanto le sorprendió, deriva de la “genealogía” de Jesús, que nos presenta el Evangelista San Mateo. De hecho, entre los muchos nombres que el Evangelista elenca de los antepasados de Jesús, aparece el de la mujer Raab (cfr Mt 1, 5).
Es lógico que nos preguntemos, ¿y quién era Raab?
En el libro de Josué, del Antiguo Testamento, se narra una historia, sorprendente y bella a la vez, de una mujer con ese nombre. He aquí la síntesis de esa historia.
Josué envió a dos espías para que exploraran la ciudad de Jericó y la región circunvecina. Fueron y entraron en la casa de una prostituta llamada precisamente Raab, quien los acogió y ellos se hospedaron en esa casa. Espías del lugar avisaron al rey de Jericó de la presencia de aquellos dos hebreos. Éste, rápidamente hizo que se le ordenara a Raab que hiciera salir a aquellos dos extranjeros. Sin embargo, ella ya los había escondido en la azotea de su casa, entre unos haces de lino amontonados y les insistió a los enviados del rey, que los dos extranjeros ya se habían fugado…
Cuando ya se alejó el peligro, Raab hizo jurar a los dos espías judíos, diciéndoles: “Júrenme ahora, por Yahvé-Dios ya que les he tratado con bondad, que ustedes también tratarán con bondad a la casa de mi padre y denme una señal segura, que respetarán la vida de mi padre y de mi madre, de mis hermanos y hermanas y de todos los suyos y que librarán nuestras vidas de la muerte” (Jos 2, 12-13).
Los dos espías se comprometieron con ese juramento y para reconocer la casa de Raab, cuando hubiesen conquistado Jericó, le propusieron que colgara de la ventana ese mismo cordón color escarlata con que ellos de descolgarían.
Así se hizo, y cuando Jericó fue invadida por los hebreos, toda la familia de Raab, reunida en su casa, fue respetada.
Del mismo relato del libro de Josué, se comprende que la entera familia de Raab abrazó la fe judía, agregándose así al pueblo de Israel… Más aún, en la carta a los Hebreos se le presenta a Raab como un muy valioso “símbolo” de la fe judía: “Por la fe, la ramera Raab no pereció con los incrédulos por haber acogido amistosamente a los exploradores” (Heb 11, 31). Encontramos a la misma Raab, también en la carta de Santiago, y en ella como “modelo” de quien sabe unir fe y obras. En esa carta leemos: “Ya ven cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Raab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los exploradores haciéndoles marchar por otro camino?” (St 2, 24-25).
La misma Raab, como resulta pues, en la genealogía que nos presenta San Mateo, se casó con Salmón, uno de los antepasados de Jesús. Ella fue la madre -siempre según la genealogía- de Booz, quien se casó con la moabita (pagana) Ruth (cfr. Rt 4, 13), quien de esta manera fue la bisabuela del rey David, y bien sabemos que Jesús es de la descendencia de David, y por tanto, descendiente de… Raab, la prostituta.
Jesús vino para llamar a los pecadores a la salvación. Nadie queda excluido, con tal que se abra a la misericordia de Dios. Siglos más tarde, otro pecador de la misma ciudad de Raab, Zaqueo de Jericó, acogería a otro “Huésped” en su casa, a Jesús, quien declararía: “Hoy, la salvación ha entrado en esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 9-10).
Lejos pues, de ser motivo de escándalo, es muy consolador saber que Jesús tuvo en su ascendencia a una pecadora que se convirtió, llena de fe (cfr Heb 11, 31). Raab es una figura típica de lo que más tarde enseñaría Jesús sobre la misericordia, el perdón y la salvación. ¡Cuántos motivos tenemos para confiar!
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