“Monseñor: Le escuché a usted en varias ocasiones y le agradezco las luces que siempre nos ha ofrecido. Recuerdo que en el desarrollo de un tema, de paso usted no mostró simpatía, para decirlo de algún modo, hacia las oraciones de liberación de las cadenas generacionales. He tenido la oportunidad de leer algún texto del Padre Fortea al respecto. Todo me resultó útil, pero le pido a usted, Monseñor, su aclaración y se lo agradezco, con la certeza de que me va a ser de mucho provecho, como también a los lectores del Eco”.
Alejandro Ramírez A. - Heredia
Estimado don Alejandro: Desde hace unos sesenta años, más o menos, ha ido difundiéndose en ambientes religiosos, primero entre los no católicos, y luego también entre los católicos, la idea de “ataduras generacionales” o de “maldiciones intergeneracionales” o, simplemente de “cadenas generacionales”. No se encuentra una única descripción o definición de lo que se deba entender con tales expresiones. Sin embargo, con ellas, se quiere afirmar que hay algo más bien indefinible, que provoca en muchos de nosotros, enfermedades, depresiones, tentaciones de suicidio, ruinas económicas, fracasos matrimoniales, alcoholismo, adicciones varias, etc., etc. Y que ese algo, esa fuerza negativa y devastadora tiene su raíz o causa en los pecados de los padres o de los abuelos e inclusive, más allá, en pasadas generaciones de la familia.
Yo mismo he recibido en varias ocasiones, largas oraciones e invitaciones a ritos y gestos, publicadas con la aprobación de algún sacerdote, y todo afirmado como medio eficaz para romper esas cadenas y, deshacerse así, de las supuestas ataduras que se transmiten de generación en generación.
Entre los varios textos bíblicos citados para sostener la existencia de esas supuestas ataduras o “maldiciones”, los más referidos son dos del libro del Éxodo: “Yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (20, 5).
“Dios misericordioso y clemente, tardo a la ira y rico en el amor que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes, que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (34, 7).
Sin embargo, hay que leer esos textos y otros semejantes teniendo presente un criterio de máxima importancia. De hecho quien utiliza esos textos para justificar la supuesta existencia de “ataduras intergeneracionales”, olvida lo que, con toda claridad, afirma el Concilio Vaticano II acerca de la Revelación, en su constitución dogmática Dei Verbum (Palabra de Dios). En ella se reconoce y se nos invita a tenerlo bien presente, que la Revelación ha sido progresiva, a saber, se dio por etapas, según una sabia pedagogía divina. La revelación culmina en Jesús… Los textos del Éxodo que acabamos de recordar, no hay asumirlos, pues, en sentido absoluto, sino que ellos refieren lo que el Autor Sagrado pensaba y creía en su época. Con ellos el Autor se refería a una imagen de Dios justo retribuidor. Y esto no nos debe sorprender: Dios como sabio Maestro, siempre ha ido “adaptándose” a lo que el hombre pueda ir comprendiendo en su época y con su particular cultura para llevarlo poco a poco, progresivamente, a la plena verdad.
Nos estamos refiriendo a lo que los Padres de la Iglesia llamaban “condescendencia divina”. Encontramos la prueba de esta afirmación en la misma Sagrada Escritura. Por ejemplo, el profeta Ezequiel, quien insiste particularmente en la responsabilidad personal, afirma con extrema claridad: “Éste [el hijo que vive correctamente] no morirá por la culpa de su padre y sin duda vivirá” (18, 17). “El hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo” (18, 20). No se trata de afirmaciones que contradigan los textos anteriormente citados del libro del Éxodo, sino, que se da “un paso adelante” en la comprensión de la Revelación. Este paso ha quedado confirmado también por el profeta Jeremías en el capítulo 31, 29-30, en que leemos: “Cada uno por su culpa morirá; quien quiera que coma el agras, tendrá la dentera” es decir, deberá asumir las consecuencias de sus pecados; él, no su hijo ni su padre.
La luz plena sobre este punto, nos viene del mismo Jesús. Cuando Él y sus apóstoles se encontraron con un ciego de nacimiento, ellos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús; “Ni él ni sus padres” (Jn 9, 1-3).
“Tengo una compañera que en varias ocasiones me ha comentado que ella cree en Dios, que le pide perdón cuando ha fallado en algo y que pide su ayuda y su protección para ella misma y su familia. Me dice que ha llegado a esa conclusión después de haber visto que también en Costa Rica hay varias religiones, varias sectas, que se dicen cristianas y que todos sus jefes o responsables buscan sus intereses, sobre todo de tipo económico. Es por eso que ella prefiere no pertenecer a ninguna religión, pero sin renunciar jamás de pedir a Dios y a ser justa con el prójimo. Algo le comento a esa amiga mía y le animo a que pida luz al Señor para encontrar el camino correcto, sin embargo, Monseñor, me será de mucha utilidad lo que usted me quiera decir y se lo agradezco de corazón”.
Grettel Martínez V. - San José
Estimada Grettel, leyendo su correo, afloró a mi mente aquella antigua afirmación: “no pocos errores se mantienen y se difunden por la parte de verdad que poseen”. Es lo que, una vez más, constatamos en lo que afirma y repite, su compañera. En efecto, en cualquier circunstancia y, entonces, en cualquier religión a la que uno pertenezca, lo que más cuenta, lo realmente determinante es la responsabilidad personal. Quiero evidenciar, que no es la pertenencia a tal o cual religión lo que nos asegura la salvación, sino cómo, cada cual de nosotros da respuesta a esa voz que resuena -como lo afirma el Concilio Vaticano II- en lo profundo de nuestra conciencia y que es la voz de Dios que nos repite, haz esto y evita aquello (cfr. Gaudium et Spes 16).
Concretamente: no es suficiente pertenecer a la religión cristiana católica, para asegurarnos la salvación.
Sin embargo, un vez afirmado esto, hay que tener bien presente que es precisamente, la voz de la propia conciencia la que nos impulsa a buscar la verdad (para eso, el Señor nos ha dado la inteligencia), y así, poder descubrir la verdadera religión en que se nos aseguran los medios más aptos para conocer a Dios y su santa voluntad, para que así podamos libremente adherirnos a Él, con gratitud, confianza y esperanza.
“Monseñor: otra vez la guerra, las destrucciones, la muerte… Estamos lejos, pero algo de ese horror de la guerra, nos llega y ahora, además, con el riesgo de que se dañe una central nuclear. ¡Dios mío, Tú no puedes querer tanto sufrimiento! Y Tú que todo lo ves y todo lo puedes, ¿por qué no pones fin a tanto desastre? Monseñor, ¿nos comenta algo al respecto?
Jennifer Calderón A. - San José
Como usted afirma, estimada Jennifer, sólo le ofrezco algunas líneas de una “reflexión en voz alta”, sobre un tema -el del dolor humano- que más bien es un misterio y que exigiría mucho más que unas breves consideraciones.
Ante todo conviene subrayar lo que usted misma afirma en su “invocación”: Dios no puede querer tanto sufrimiento, tanto dolor y daño infligidos a los débiles, a los niños, a los ancianos.
“Durante este tiempo de pandemia, salgo lo menos posible y así he tenido tiempo para “ojear” una Biblia que desde cuando yo recuerde, siempre teníamos en casa. Me gustaría, Monseñor, recibir de usted unas indicaciones para que me ayuden a sacar provecho de la lectura de la Biblia, y para que no me “enrede” por causa de mis pocos conocimientos”.
Irene Loaiza C. - Guanacaste.
Estimada Irene, le felicito por su decisión de dedicar más tiempo a la lectura de la S. Escritura. Es verdad, tratándose de unos escritos antiguos y que conciernen temas religiosos, no siempre fáciles, cualquiera, inclusive expertos en Biblia, tienen el riesgo - como dice usted,- de “enredarse”, pero las ventajas siempre son más que los riesgos. Además, si alguna página nos sorprende o nos resulta de difícil interpretación, hay muchas otras que nos resultan muy claras en su contenido y en sus propuestas. Siempre, además, hay la posibilidad de pedir la necesaria aclaración a quienes pueden dárnosla.
Aquí tiene, estimada Irene, unas propuestas. Las encontré en la publicación de la Biblia de la Iglesia Católica para jóvenes, con el prólogo del Papa Francisco. Se las adapto un poco para usted.
“Monseñor: después de saludarle respetuosamente me atrevo a exponerle una inquietud. Digo, “me atrevo” porque no quisiera escandalizar a otros lectores del Eco. Hay una página de la Biblia que me cuesta aceptar. Cuando era niño y nos la presentaban, yo la aceptaba… Pero con el crecer de los años, me ha causado un sentimiento de rebeldía. Me refiero al relato del sacrificio que Dios le pidió a Abraham, el de ofrecerle a su hijo Isaac. ¿No había otro modo “más humano” para que Abraham manifestara su fidelidad y obediencia absoluta a Dios? ¿Cómo podemos comprender que Dios exigiera a Abraham, como prueba de fidelidad el sacrificio de su hijo? Le agradecería muchísimo, Monseñor Vittorino, si me da su punto de vista, a la vez que pido perdón si mi petición puede resultar molesta”.
Jaime Matarrita A. - Costa Rica
Estimado Jaime: Usted no molesta en absoluto. Estoy para servir a los lectores del Eco; lo hago con gusto y me agrada que no tengan reparo en preguntar o comentar con libertad lo que les interesa.
Volvamos a recordar dos fundamentales criterios para interpretar correctamente los textos de la S. Escritura.
1°: No debemos leerlos al pie de la letra o -como hoy se dice- fudamendalísticamente, sino que hay que fijarse ante todo en la intención del Autor Sagrado.
2°: Para ello hay que ver y determinar el género literario, es decir, el modo de escribir propio de cada Autor. Por ejemplo: el género poético sirve para expresar algo bien distinto del género narrativo o del género parabólico, etc., etc.
Ahora bien, el capítulo 22 del Génesis pertenece al género narrativo, pero se narra para enseñar, no tanto para informar, como haríamos hoy en día. Se trata de una página de teología, no de una página de crónica histórica. Al Autor Sagrado le preocupa enseñarnos verdades importantes, no informarnos de hechos, pero lo hace narrando; no lo hace presentándonos un argumento. Él nos narra, no argumenta. Lo que nos narra sustituye un posible razonamiento.
Con esa narración el Autor Sagrado inspirado por Dios quiere ilustrar dos grandes ideas: Primera, la incondicional fidelidad de Abraham a Dios, dispuesto a todo para confirmarla, y segunda, que el Dios de Abraham es un Dios de vida y no de muerte.
Para el Autor, Abraham fue tan fiel al Dios verdadero que, para cumplir su compromiso con Él, estaba dispuesto hasta a sacrificar a su propio hijo, como -desafortunadamente- lo hacían los seguidores de religiones paganas, entre los cuales estaba viviendo Abraham.
Por esa absoluta fidelidad, Abraham fue considerado digno de que se le hicieran grandes promesas de parte de Dios: tener una descendencia numerosa como el polvo de la tierra o las estrellas del cielo (cfr Gn 13, 16; 22, 17). (Nos encontramos aquí con otra expresión que, obviamente no debemos interpretar al pie de la letra).