Hay que recordar que ciertos lugares de la Via Dolorosa en Jerusalén (aunque este nombre se introdujo solo durante el 1500) fueron reverentemente recordados y marcados desde muy pronto en nuestra época cristiana. El detenerse en oración en las Estaciones o etapas del camino de Jesús al Calvario, allá en Jerusalén, se convirtió pronto en una práctica de los muchos peregrinos que iban a Tierra Santa. Ya en el tiempo del emperador Constantino, quien, en el 313, con el Edicto de Milán, concedió plena libertad religiosa a todos los cristianos del Imperio Romano, intensificó, y mucho, la práctica de peregrinar a Tierra Santa.
San Jerónimo, quien murió en Belén en el 420, nos dejó el testimonio de multitud de peregrinos de todos los países cristianos de su época, que visitaban los lugares santos en su tiempo. Sin embargo, no tenemos documentos que nos describan si en ese tiempo ya se diera una forma determinada para “re-andar” el camino de la Pasión de Jesús.
Hay que esperar hasta el siglo XII, para que los peregrinos dejaran descritas las Estaciones de la “Via Sacra”, como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión y orando. Sin embargo, no sabemos cuándo se establecieron el número de las Estaciones o etapas de la Via Dolorosa, ni cuándo los papas empezaran a conceder indulgencias que, de ese modo, iban valorando aquella práctica religiosa.
La invasión musulmana de Tierra Santa, que no fue suficiente ni eficazmente contenida por las sucesivas Cruzadas, fue dificultando cada vez más la llegada de los peregrinos y la permanencia de los cristianos. Esta dolorosa situación favoreció que la práctica del Via Crucis pasara a la Europa cristiana.
El beato Alvaro, dominico (+1420) de Palestina llevó el ejercicio del Via Crucis a España y, de allá, pasó a los otros países europeos.
Ha sido especialmente gracias al apostolado de los Padres y Hermanos Franciscanos, que se fue difundiendo la instalación de las Estaciones del Via Crucis y su práctica.
Cuando llegó de Tierra Santa, el Via Crucis tenía 10 Estaciones, a las cuales poco a poco, se le añadieron, la primera, que recordaba la condena de Jesús de parte de Pilato; la décima segunda de Jesús crucificado; la décima tercera acerca del desprendimiento de la Cruz y Jesús en el regazo de María; la décima cuarta, la del entierro.
Ha sido hacia finales del siglo XVII, cuando el Via Crucis tomó, de manera definitiva, la forma como hoy la conocemos.
Después del Concilio Vaticano II, en algunas regiones, a las catorce Estaciones, se les añadió una décima quinta, para poner de relieve que la Pasión y la muerte de Jesús no son el final, sino la puerta abierta a la Resurrección, a su victoria sobre la muerte.
No todos ven bien esta añadidura, en cuanto que la memoria de la Resurrección no pertenece propiamente a la meditación de la Via Dolorosa. La meditación de la Resurrección es más propia de lo que se va proponiendo hoy en varias comunidades, a saber, la Via Lucis (camino de la luz), que empezaría con la memoria de la tumba vacía, dejada por Cristo Resucitado, pasando a las varias apariciones y, de entre ellas, deteniéndose en la aparición a María, la Madre del Señor, a santo Tomás, una semana después, etc., hasta el mandato misionero y Pentecostés.
Al respecto, estimada Carolina, se están dando varias propuestas, con la intención de evidenciar lo que acabamos de indicar: la Muerte de Jesús no es su final, sino la puerta a su definitivo triunfo.
De todas formas, es obvio que, durante la Cuaresma, debamos dar más importancia a la práctica del Via Crucis o Via Dolorosa.