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Sagradas Escrituras: Los ángeles en el Antiguo Testamento

By Pbro. Mario Montes M. Enero 13, 2023

A lo largo de estos años y en casi todos los domingos, les hemos estado presentando a los protagonistas de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, especialmente a todos aquellos personajes, hombres y mujeres, que han formado parte de la historia de la salvación y con los cuales nos encontramos en las páginas bíblicas. Todos “de carne y hueso” como nosotros, buenos y malos o no muy buenos o no muy malos, con sus luces y sombras, grandezas y miserias, gracia y pecado. Los presentamos pero no de forma exclusiva, pues muchos de ellos no hemos podido mencionarlos. Es una tarea casi imposible, pero al menos a los que hemos considerado más importantes.

Pues bien, desde hoy vamos a ver o conocer a otros seres, no humanos, que también forman parte de la historia bíblica y que no queremos dejarlos por fuera. Ellos son los ángeles y los demonios, al Diablo y a todos aquellos que, buenos o malos, también tienen que ver con Dios y con nosotros.

Sabemos que los ángeles y demonios han tenido una parte importante en la experiencia cristiana. Pensemos, por una parte, en los ángeles custodios tanto de las personas individuales, como de las ciudades y de las naciones; por otra, en las persistentes y difundidas creencias sobre el origen demoníaco de ciertos fenómenos o en el mito de Fausto, que “vende el alma al Diablo” a cambio de la juventud y de la belleza.

Sabemos que son creaturas, algunos de ellos más personificaciones que realidades en sí, también protagonistas y por eso los incluimos en esta historia y los iremos presentando en estos domingos que siguen. Comencemos, pues:

 

Los ángeles en el Antiguo Testamento

 

La palabra ángel deriva de una palabra griega que significa “mensajero”, “enviado” o “heraldo”. Es la palabra que se utilizó para hablar de un vocablo hebreo “malak”,  que tiene el mismo significado. Designa a los seres que, en algunos textos de la Escritura, aparecen formando la corte de Dios. En efecto, los antiguos israelitas  conciben a Yahvé, es decir, Dios, y su morada celestial a imagen de la sociedad humana en la que vive. Yahvé se encuentra rodeado de una “corte celestial”, de seres “divinos” o “cuasi-divinos” a los que se les da el nombre de “hijos de Dios”.

 

Sus nombres o atributos

 

Como un patriarca preside su amplia familia, Yahvé preside su familia celestial. En este aspecto la concepción israelita no difiere mucho de la de otros pueblos del Próximo Oriente antiguo, de Canaán en concreto, sin que esta concepción contradiga en nada el monoteísmo -o henoteísmo, al menos-, explícitamente confesado por Israel desde la experiencia del desierto. Monoteísmo significa la existencia de un único Dios y henoteísmo, la creencia de este único Dios, en conjunto con otros dioses.

Las referencias a estos “hijos de Dios” no son infrecuentes en el Antiguo Testamento (ver Gén 6,4; Jb 1,6; 2,1; 38,7; Sal 29,1; 89,7, etc.), con variantes a veces como “hijos del Altísimo”, que encontramos en el Sal 82,6. Sin embargo, la presencia de estas expresiones, principalmente en textos poéticos, como son el libro de Job o los Salmos, o míticos como Gén 6, 4 nos sugiere la posibilidad de que los israelitas las concedieran un valor meramente poético y no real.

En relación con esta concepción es como deben entenderse otras expresiones del Antiguo Testamento al hablar de los ángeles, como “ejército de Yahvé”, que aparece, por ejemplo, en Jos 5,14 y 1 Rey 29,19 y la correspondiente invocación a Yahvé como "Yahvé de los ejércitos” o “Yahvé Sebaoth” que no debe entenderse como “Yahvé de los ejércitos de Israel”, sino como “Yahvé de los ejércitos celestiales” (ver 1 Sam 1,3.11; Sal 24,10-11; Is 1,9; 6,3; Jer 7,3; 9,14, etc.).

Lo mismo que ocurre con la expresión de Gén 32,3 del “campamento de Dios” para indicar la presencia ocasional de parte de los ejércitos celestiales, en un lugar de la tierra donde Jacob acaba de toparse con ellos. A estos “hijos de Dios” se les denomina también con otros términos. Aparecen siempre en textos poéticos y son otras formas de llamar a los mismos seres, tal como nos lo sugiere el paralelismo de la poesía hebrea, que consiste en colocar dos frases paralelas, que pueden expresar lo mismo. Estas denominaciones son las de “santos” en Sal 89,6.8; Jb 15,15; “fuertes” en Sal 78,25 y “héroes” en Sal 103,20. Como vemos, estos seres forman parte de la corte de Dios, cantando sus alabanzas y actuando como servidores y, en otros textos, son los intermediarios que hacen presentes, ante los seres humanos, los atributos de Dios, sus bienes y su voluntad.

Al lado de estas designaciones de “seres divinos”, que integran la corte celestial y que intervienen al servicio de Dios en la historia humana, hay una serie de textos en los que se habla del  “Ángel de Dios” (en hebreo “malak Elohim”) o del “Ángel de Yahvé” (en hebreo “malak Yahweh”), con una misión benéfica y protectora sobre determinados personajes o sobre el pueblo de Israel y a veces como “enviados” o mensajeros con una misión concreta. En realidad, hay una doble serie de textos bíblicos sobre este ángel, pues algunas veces se distingue abiertamente a este ángel del mismo Dios, mientras que en otros parece identificarse con Él mismo, siendo como una personificación sensible de la presencia divina (ver Gén 16,10-11; Éx 3,2-3; Jc 3,22). También ellos se manifiestan a veces como “varones” (Gén 18,2), identificados como ángeles en Gén 19,1 y que cumplen determinadas funciones o encargos de Dios.

La creencia en ellos estaba muy arraigada en el pueblo de Israel, como también en otros pueblos vecinos, aunque su desarrollo fue muy lento y  tuvo la influencia de pueblos como los persas o los iranios. En las tradiciones posteriores al destierro de Babilonia, se encuentran referencias más frecuentes a los ángeles (libro de Job, Ezequiel, Zacarías, Tobías y Daniel). Por primera vez aparecen nombres personales: Rafael (Dios sana) y Gabriel (héroe de Dios) en Tobías. Miguel (¿quién es Dios?) en Daniel. Había ya una conciencia clara de que Dios era el Altísimo, el Único. Posteriormente, estos intermediarios entre Yahvé y su pueblo elegido, no eran ya una amenaza para el monoteísmo, sino que eran considerados más bien como un medio de comunicación entre Dios y los hombres.

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