Teófilo era un cristiano devoto, pero necesitado de alguien que reavivara su fe y una radicalización en su vida espiritual. Teófilo es sin duda un cristiano helenista, de clase alta, a quien Lucas respeta quizás como bienhechor. Esto explica la deferencia para con él, que refleja un cierto grado de mundanización. Pero a pesar de la deferencia con que Lucas le trata, le va a invitar a tomar una actitud más radical en el seguimiento de Jesús.
Por otra parte, el nombre Teófilo significa persona que “ama a Dios” o “es amada por Dios”. Probablemente san Lucas no se refiere solamente a una persona determinada, sino a los cristianos convertidos del paganismo, los “temerosos de Dios” o “adoradores de Dios” (Hech 8,26-40; 10,1-2). San Lucas escribe para ellos: así podrán, como él mismo dice, comprender la autenticidad de las enseñanzas que han recibido (Lc 1, 4). ¿Por qué era necesario comprender la autenticidad de las enseñanzas recibidas? ¿Cuál era el problema? Había muchos. Pero fueron dos los que motivaron a san Lucas a recoger y a organizar, de manera didáctica y sistemática, el material que las comunidades conservaban y transmitían sobre Jesús. Eran problemas ligados directa o indirectamente con la apertura de la Iglesia hacia los paganos. Esta apertura se inició con san Pablo, se aprobó con san Pedro (Hech 10,44-48; 11,15-17) y fue confirmada por el Concilio de Jerusalén, como ya hemos visto (Hch 15,7-29).
Después de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70 d. C, comenzó un distanciamiento progresivo y trágico, entre los cristianos que procedían del judaísmo y los que venían del paganismo. Los del judaísmo creían que los otros ya no eran fieles a la tradición y a las grandes promesas del Dios del Antiguo Testamento. Estaban convencidos de que la apertura a los paganos, iniciada por san Pablo, no venía de Jesús. Esta discusión causó mucha confusión en las comunidades (Gál 1,6-12). Los cristianos procedentes del judaísmo estaban muy ligados a las tradiciones más antiguas de la Iglesia, a los “hermanos de Jesús” y a las comunidades de Jerusalén, donde todo había comenzado. Tenían una gran autoridad moral.
Por eso, muchos cristianos que venían del paganismo se preguntaban confundidos: “¿Estaremos en el camino verdadero? La enseñanza que recibimos ¿es verdaderamente auténtica? ¿Qué debemos hacer para tomar el rumbo que Jesús quiere de nosotros?” Este fue el primer problema que llevó a San Lucas a escribir su evangelio. Con delicadeza, para no ofender a los hermanos judíos, pero con firmeza y claridad, da el recado.
Es como si dijera: “¡Querido Teófilo, mis amigos y amigas, amados y amadas de Dios, no están equivocados! La apertura a los paganos está completamente de acuerdo con las profecías del Antiguo Testamento. El propio Jesús ya había iniciado esta apertura. Por lo tanto, la enseñanza que recibieron cuando aceptaron la Buena Noticia de Jesús es sólida. Les escribo todo esto para que ustedes mismos puedan comprobar la autenticidad de la enseñanza”. El segundo problema fue la tensión y relación entre ricos y pobres, un tema que recorre su obra.
San Lucas, entonces, fue recogiendo las tradiciones que se transmitían sobre Jesús en las propias comunidades. Investigó la historia, consultó a las personas que fueron testigos oculares o ministros de la Palabra, utilizó los evangelios que otros ya habían escrito... Reunió mucho material, mucho más de lo que cabe en su solo libro. El criterio que le ayudó a seleccionar el material y a encontrar la forma de presentarlo, fueron los problemas concretos de las comunidades que acabamos de describir. Las comunidades cristianas necesitaban comprobar que la enseñanza recibida era auténtica (ver Lc 1,4). Hoy ¿quiénes serían los “teófilos” a los que san Lucas dedicaría su obra? Pensemos…
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