Si nos preguntáramos sobre el origen de los ángeles o en qué momento fueron creados por Dios, la Sagrada Escritura prácticamente no nos dice nada. Más bien, el libro del Génesis, tanto en el pasaje de Gén 1,26-27 y en 3,7-8. 15.18-24, habla con detalle de la creación del ser humano, hombre y mujer o de Adán y Eva, a imagen y semejanza de Dios, pero no menciona en la creación de aquellos que, como vimos el domingo anterior, son “hijos de Dios”, al referirse a ellos.
Solamente en el Nuevo Testamento, al hablar de la creación de todo lo que existe, nos presenta a Cristo Creador, junto a Dios, en su papel de origen de todo lo creado, visible e invisible, pues “por él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra”, nombrando luego a una jerarquía angélica (Col 1,15-17; Catecismo de la Iglesia Católica, 331). Los cristianos, pues, damos por hecho que Dios los creó. Pero el cómo y cuándo pertenece a su misterio.
Enviado por Dios
Hoy vamos a hablar del ángel enviado por Dios, para proteger a sus fieles adoradores. Así, al patriarca Abrahán cuando envía a su mayordomo Eliezer a Aram Najaraín, es decir, Mesopotamia, en busca de una esposa para su hijo Isaac, le dice confiado: “El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Ángel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo” (Gén 24,7).
Y cuando los autores del libro del Éxodo, al describir con lenguaje épico, el paso del Mar Rojo de los israelitas, que huían del faraón, cuenta que “el Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros” (Éx 14,19). Recordemos al respecto, la preciosa y magistral película de Los Diez Mandamientos, en que podemos “verlo”…
En el complejo legislativo del llamado Código de la Alianza (ver Éx 20,22-23,20), se pone en boca de Dios esta promesa a Moisés, para anunciarle su protección por el desierto: “Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado. Respétalo y escucha su voz. No te rebeles contra él, porque no les perdonará las transgresiones, ya que mi Nombre está en él… Entonces mi ángel irá delante de ti y te introducirá en el país de los amorreos, los hititas, los perizitas, los cananeos, los jivitas y los jebuseos, y los exterminará” (Éx 23,20-21.23). Por eso, Moisés, recordando esta promesa, le dice al rey de Edom: “Clamamos al Señor y él envió a su ángel para sacarnos de Egipto” (ver Núm 20,16).
En la divertida historia del vidente pagano Balaán, se nos cuenta que el ángel de Dios se puso delante de él en el camino, para cerrarle el paso y allí se detuvo con la espada desenvainada en la mano, colocándose luego en un lugar estrecho del camino. Luego, su burra lo vio y poco después Balaán también… y este ángel le recriminó su conducta y lo aleccionó para que dijera sólo lo que le sugiriera (ver este episodio, un tanto gracioso, en Núm 22,21-35). En todas estas escenificaciones tan bellas y pintorescas, debidas a trasfondos folclóricos populares y ambientales, se refleja la fe del pueblo elegido en ese enviado de Dios, especialmente en situaciones críticas de la historia de Israel.
En el pasaje de Éx 33,2-5 se distingue abiertamente a Yahvé de “su ángel”, que guiará al pueblo a la tierra prometida, expulsando delante a los cananeos, para que ocupen su país. Así dice Dios a Moisés: “Yo enviaré un ángel delante de ti, y expulsaré a los cananeos… Pero yo no subiré en medio de ti, porque tú eres un pueblo obstinado, y tendría que exterminarte en el camino… Bastaría que yo subiera un solo instante en medio de ustedes, para tener que exterminarlos”. Pero, ante los requerimientos de Moisés, Dios cambia de parecer y dice: “Yo mismo iré contigo y te daré el descanso” (Éx 33,14). El texto griego de Is 63,9 se hace eco de esta tradición, al decir: “Y fue su Salvador en todas sus angustias. No fue un mensajero, un ángel, su faz misma los salvó”, es decir, Dios en persona.
Finalmente, vemos a este ángel de Dios castigando al pueblo de Israel, por los días de un censo que había organizado el rey David: El Ángel extendió la mano hacia Jerusalén para exterminarla, pero el Señor se arrepintió del mal que le infligía y dijo al Ángel que exterminaba al pueblo: “¡Basta ya! ¡Retira tu mano!”. El Ángel del Señor estaba junto a la era de Arauná, el jebuseo. Y al ver al Ángel que castigaba al pueblo, David dijo al Señor: “¡Yo soy el que he pecado! ¡Soy yo el culpable! Pero estos, las ovejas, ¿qué han hecho? ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre!” (2 Sam 24,16). En el texto paralelo de 1 Crón 21,15, se dice lo mismo: Dios mandó un Ángel a Jerusalén para exterminarla; pero cuando la estaba exterminando, el Señor miró y se arrepintió del mal que le infligía, y dijo al Ángel exterminador: “¡Basta ya! ¡Retira tu mano!”
Recordemos cómo en la Biblia, las catástrofes, las enfermedades o desgracias como la peste, se atribuían a Dios o a un ángel exterminador, como el que hirió a los egipcios en la décima plaga (Éx 12,12.29); o el que mató a los asirios del rey Senaquerib, que trataron de invadir y profanar la ciudad santa de Jerusalén, en tiempos del rey Ezequías (2 Rey 19,35-37; Is 37,36) y otros castigos, que, al no saber el origen de todos estos males, se los atribuían a Dios o a sus enviados. Ya sabemos que Dios no es un Dios vengativo ni asesino, al que le guste hacer sufrir a los seres humanos, ya que, como dice Jesús, es un Padre “que hace salir el sol sobre los buenos y los malos y envía la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
La Iglesia nos recuerda a este ángel especial, en la memoria de los Santos Ángeles Custodios, citando al texto de Éx 23,20-23ª como primera lectura de ese día, para fundamentar su creencia en el Ángel de la guarda, como lo conocemos, que nos guía y nos cuida, nuestro ángel “personal” y a quienes celebramos el 2 de octubre. A ellos nos encomendamos.
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