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Martes, 23 Abril 2024
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“Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, ni en las horas de mi última agonía”. Así dice la popular oración. Precisamente, según la tradición católica, los ángeles custodios son considerados como protectores y guías de cada persona a lo largo de la vida terrenal.

En el año 1978 inicié mi escolaridad. Antes pasé por la etapa del Prekínder y Kínder, donde tuve educadoras maravillosas, con una creatividad fuera de serie para enseñarnos. Aprendimos a leer y a escribir en el kínder, ya en primer grado sabíamos leer y escribir perfectamente.

En mi caso vengo de familia de maestras, quienes hicieron lo propio para enseñarme a leer y escribir, Yolanda Madriz, una creativa costurera, me enseñó a perfeccionar la comprensión de lectura a escribir en letra cursiva, a dominar las Matemáticas, Ciencias y los Estudios Sociales, Yola, como cariñosamente la llamábamos, era una maestra innata.

Sabiamente, la Dra. Ana Katharina Müller Castro, ministra de educación, ha cambiado de manera certera y oportuna la directriz que dejaba pasar el primer grado escolar sin que los aprendientes, leyeran y escribieran, grave error de quienes tomaron esa decisión. Sólo durante el último decenio el concepto de “lectoescritura” ha adquirido un rol central en la educación temprana.

Anteriormente, los expertos raramente consideraban la lectoescritura como un aspecto esencial del crecimiento y desarrollo sano entre los niños y niñas. 

La tasa actual de problemas de lectoescritura entre los escolares continúa siendo inaceptablemente alta. Mi hijo, en el año 2020, realizó su primer grado escolar cuando estábamos en lo mejor de la pandemia de Covid-19, ese primer grado fue todo un desastre, aunque mi compromiso como padre me hizo buscar opciones no virtuales para su educación. Al final, terminó su primer grado sin lograr escribir ni leer y sus docentes me decían que no era necesario que aprendiera lectoescritura en primer grado, que cada niño y niña aprender a su tiempo. Este año cursa su tercer grado y gracias a la excelencia académica de sus educadoras ha logrado aprender a leer y escribir.

Este domingo 24 de setiembre la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante. A propósito de ello, los responsables de la Pastoral Social-Caritas y de la Pastoral de Movilidad Humana de la Iglesia Católica en nuestro país dirigen un mensaje centrado en la actual crisis humanitaria que sufren miles de migrantes que atraviesan nuestro país provenientes especialmente de Sudamérica.

“¡Que locura vivir esta lógica de Dios!”, dice entre risas el joven Andrés Constantino Azofeifa, quien celebra su Ordenación Diaconal este sábado 23 de setiembre, a las 10:00 a.m, en el templo parroquial San Francisco de Asís en Tabarcia de Mora, de donde es oriundo.

Su respuesta al llamado del Señor fue gradual. Desde pequeño experimentó el amor de Dios a través del testimonio de sus padres y hermanos. Con 15 años participó en un retiro kerigmático, que describe como un pozo de cual aun saca agua para refrescarse y reponer fuerzas.

Todos hemos comenzado la lectura de la Biblia, con el siguiente párrafo del libro del Génesis, que precisamente significa “comienzo” y que reza: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas” (Gén 1,1-2). Podemos imaginarnos, por un momento, un lugar desértico, nublado, vacío y caótico, sin vida o rastros de ella ¿A qué alude este texto? No solamente a los comienzos de la creación misma, imaginada por los autores sagrados como una especie de desorden original, una forma primordial de caos, que la acción de Dios ordena con el poder de su palabra, para convertirla en un mundo pleno de sentido. La palabra abismo describe el vacío absoluto anterior a la creación y el soplo de Dios, como vimos, es su espíritu, soplo o aliento en su función creadora, junto a su palabra.

Pero también esta situación de caos, de tiniebla, vacío y de confusión abismal, puede referirse a la situación del pueblo judío en Babilonia, cuando fue desterrado en el año 587 a. C. al mando del rey caldeo llamado Nabucodonosor. Una prueba durísima para Israel. Los judíos de aquel entonces perdieron su tierra y su patria, su templo sagrado en Jerusalén, arrasado y quemado, el rey y sus habitantes deportados y aparentemente su Dios, llamado Yahvé, vencido por los dioses de Babilonia, plasmados en sus ídolos (ver 2 Rey 25,8-12 y Sal 137, al que podemos llamar “la balada del desterrado”). Los únicos que quedaron al frente del pueblo fueron los sacerdotes, quienes redactaron este bellísimo poema de Gén 1,1-2, 4ª (comenzando por Gén 1,1-2), con el fin de consolar al pueblo de Dios, que atravesaba una terrible crisis existencial y como pueblo, triste y “acabangado” como decimos, derrotado y deprimido, para poder así reafirmar su fe y su nuevo destino: el regreso a su tierra (ver Sal 126; Esd 1,1-11; Jer 11,11-12).

Veamos lo que estos primeros versículos pretenden enseñar: “En el principio”, alude no solamente al comienzo del universo mismo (cielo y tierra), sino al fundamento del pueblo desterrado y ese fundamento es Dios que lo sostiene en sus manos amorosas. “Creó Dios el cielo y la tierra”, no solamente en el sentido que entendemos de hacer existir lo que no existía, sino también que Dios como Creador crea a Israel, haciéndolo surgir del caos de su situación (ver Is 43,15-15), liberándolo de su cautiverio y dándole una nueva vida y sentido a su existencia.

La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas… No es solamente la situación de un mundo inicial, caótico y confuso, sino la terrible situación o vivencia de un pueblo como el judío, tentado a caer en la idolatría pagana allá en Babilonia, expresada en el texto como “soledad” (en hebreo “tohu”), “caos” (en hebreo “bohu”), y “abismo” (en hebreo “tehom”).  Los ídolos que apartan al pueblo de la comunión con Dios, son, según la Biblia, vacío, soledad e inutilidad (tohu). Ver I Sam 12,21; Is 34,11; Jer 4,23.  Los sacerdotes judíos que escribieron esta primera narración de la creación percibían la tierra, especialmente la comunidad desterrada, sostenida en las malas manos de los ídolos, expresados como soledad (tohu), caos (bohu) y abismo (tehom). 

Pero Dios quería recrear o hacer de nuevo a su pueblo elegido, rescatándolo y liberándolo, expresado en un verbo hebreo “bereshit”, que precisamente significa “crear” (ver Gén 1,1). En efecto, los sacerdotes desterrados con su pueblo, cuidaron para que el pequeño resto de Judá mantuviera la fidelidad al Señor, se reuniera en sus casas para rezar, celebrar el sábado y practicar la circuncisión de sus varones como el signo externo de la identidad judía. Dios no abandona a quienes ha llamado, pues en el año 538 a. C., Ciro el Grande, rey de medos y persas, conquistó Babilonia y permitió a los judíos volver a Jerusalén (ver Is 41,1-5; 2 Crón 36,22-24; Esd 1).

Mirábamos cómo “el soplo de Dios se cernía o aleteaba sobre la superficie de las aguas”. Bella y expresiva imagen que también encontramos en Dt 32,10-11; Éx 19, 4 y Ap 12,14, además del texto que estamos viendo de Gén 1,2 y que significa un especial cuidado y protección de Dios, en este caso, de su pueblo elegido. Los sacerdotes redactores del pasaje que estando viendo, muestran en este poema cómo el mundo e Israel, pese a su pecado, cuentan con el auxilio del Señor, pues el espíritu de Dios sigue aleteando sobre las aguas.

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