Costa Rica, ha sido un país de acogida, entendiendo que aquellos que emigran llevan consigo sentimientos de confianza y de esperanza que animan y reconfortan, de algún modo, la búsqueda de mejores oportunidades de vida, pero no faltan las voces que suscitan la indiferencia, cuando no la alarma y el miedo. Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. “Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos”[4], ignorando la inalienable dignidad de cada persona más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.
Como nos pedía el Papa Francisco, debemos ir más allá de las reacciones primarias, para no dejar que esas dudas y esos miedos condicionen nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas.
Las legítimas migraciones son un fenómeno de movilidad humana que vino para quedarse y, de frente a él, todos, comenzando por las organizaciones internacionales dedicadas al tema, los gobiernos que con sus políticas expulsan a sus ciudadanos, y los países de destino o aquellos que sirven de paso, están llamados a manifestar su compromiso en favor del trato justo al hermano migrante, del respeto a su condición y del reconocimiento de sus derechos.
Costa Rica tiene el derecho a regular los flujos migratorios y adoptar las medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero garantizando el respeto a la dignidad de toda persona humana. Por ello, urgen acciones públicas que protejan a este sector tan desfavorecido, garantizando su trato digno, impidiendo toda acción de violencia en su contra y evitando que el crimen organizado se aproveche del dolor de personas tan vulnerables, pienso sobre todo en los niños y adultos mayores. Pido al Señor que suscite en nosotros sentimientos de compasión en las fatigas y las tragedias de los hermanos migrantes, ver en ellos el rostro del mismo Jesús, quien con sus padres tuvo que migrar ante la persecución.
[1] Fratelli Tutti n.6
[2] Idem, n.37
[3] Idem, n.38
[4] Idem, n.39