No es de extrañar que en mayor medida, sean los puntarenenses y los limonenses quienes reprochen con mayor fuerza la labor del mandatario, tras el veto que hiciera de la ley que permitía de nuevo la pesca de arrastre de camarón y los graves incidentes en el Caribe en torno a las manifestaciones ciudadanas de hace unas semanas.
Este mismo comportamiento se ve reflejado en la valoración de la gestión del gobierno en general, dado que casi dos terceras partes de la población la consideran como negativa, frente a únicamente un 15% que la valora como positiva. Esta medición se constituye en la segunda peor de la serie; tomando en cuenta las encuestas desde el mes de abril de 2013, finales del tercer año del período de la presidenta Laura Chinchilla.
Incluso la pandemia del Covid-19 como tal ha sido desplazada a un cuarto lugar entre las preocupaciones de los costarricenses: en primer lugar está el desempleo, que alcanza ya un histórico 22 por ciento, el costo de la vida y la situación económica y la propia mala gestión del gobierno.
Estamos pues, ante un delicado escenario de crisis política y de liderazgo para sacar a Costa Rica adelante. Simple y llanamente el pueblo no cree que el gobierno sea capaz de enfrentar la crisis, sentimiento que se traduce en un pesimismo generalizado.
Dichosamente, el mismo estudio confirma que por encima de estas consideraciones, los ciudadanos siguen apreciando la democracia y valorándola como sistema de convivencia y organización social.
¿Qué hacer?, bueno, lo primero tener la humildad suficiente para leer el descontento ciudadano y actuar en consecuencia, ¿cómo?, haciendo las acciones y las prioridades estén orientadas por el legítimo interés publico, que los ámbitos de diálogo sean proactivos y productivos, que se generen hechos significativos para mostrar el rumbo que se quiere dar al país y que se enfrenten con valor las causas que profundizan la crisis, como son la injusta desigualdad en los ingresos, la ineficiencia y costo del aparato estatal, la evasión y la elusión de los impuestos y las medidas determinantes para reactivar la economía.
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Desde luego, no lo ignoramos, el Congreso tiene mucho que hacer en este momento. No todo es culpa del Gobierno ni fruto de la mala voluntad ni de una incapacidad total, como algunos quisieran hacerlo ver. Se trata de un esfuerzo conjunto de todos los actores políticos y en general de todos los actores sociales.
Es momento de grandes acuerdos nacionales, de dejar de lado intereses gremiales, de atacar la corrupción con toda la fuerza de la ley y de anteponer el bienestar de quienes en este momento la están pasando peor.
El mismo estudio del CIEP confirma que una de las pocas instituciones que crece en la percepción de los ticos es la Iglesia Católica, muy probablemente motivado por la intervención de los obispos para evitar que el conflicto social escalara a niveles de violencia incontrolable. De eso se trata, de mostrar con hechos que el encuentro es posible, que hay salida a las diferencias de criterio, que solo con humildad, escucha auténtica y trabajo podremos salir adelante del bache de confianza en el que estamos sumidos.
De otra forma, siguiendo por el camino de la soberbia, de la autosuficiencia, de la polarización y de las acciones movidas por la ideología y no por la realidad de los ciudadanos estaremos a muy corto plazo en un punto sin retorno que nadie desea para el país, malogrando las conquistas sociales del pasado y sin un futuro al cual aspirar.