Admitámoslo: el desarrollo económico desconsiderado al que hemos cedido está provocando desequilibrios climáticos que pesan sobre las espaldas de los más pobres, y no solo en Costa Rica, sino en el mundo entero.
Recientemente, comentando un libro sobre la transición ecológica como camino hacia la felicidad, del jesuita y economista Gaël Giraud, y de Carlo Petrini, gastrónomo y activista ambiental, el Papa Francisco apuntaba algunas razones para la esperanza y para la acción en materia ambiental, que armonizan con su amplia propuesta en la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la Casa Común.
Escribía Francisco que normalmente los adultos nos lamentamos de los jóvenes, de hecho, repetimos que “los tiempos pasados fueron sin duda mejores”, que el presente es convulso, y que los que vienen detrás de nosotros están dilapidando nuestros logros.
En cambio, asegura, hay que admitir con sinceridad que son los jóvenes quienes encarnan el cambio que todos necesitamos objetivamente en el campo ambiental.
Son ellos quienes nos piden, en diversas partes del mundo, que cambiemos. Cambiar nuestro estilo de vida, tan depredador del medio ambiente. Cambiar nuestra relación con los recursos de la Tierra, que no son infinitos. Cambiar nuestra actitud hacia ellos, las nuevas generaciones, a las que estamos robando el futuro. Y no sólo nos lo piden, sino que lo están haciendo: saliendo a la calle, manifestando su disconformidad con un sistema económico injusto con los pobres y enemigo del medio ambiente, buscando nuevos caminos. Y lo están haciendo a partir de lo cotidiano: tomando decisiones responsables sobre la alimentación, el transporte, el consumo.
Los jóvenes -destaca Francisco- nos están educando en este sentido. Cuando son adecuadamente sensibilizados y formados, optan por consumir menos y vivir más las relaciones interpersonales; se cuidan de comprar objetos producidos siguiendo estrictas normas de respeto medioambiental y social y son imaginativos a la hora de utilizar medios de transporte colectivos o menos contaminantes.
Se desprende la importancia de darles más espacio en los ámbitos decisorios de cada una de nuestras comunidades locales, en relación al uso y manejo de los recursos naturales.
Pero para lograr que su visión tenga un espacio real en nuestra sociedad, hay que tomar distancia de las comprensiones economicistas que parece despreciar el lado humano de la economía, sacrificándolo en el altar del beneficio como vara de medir absoluta.
Los jóvenes deben de ser los protagonistas de las grandes transformaciones ambientales que necesitan nuestros pueblos, escuchados y enriquecidos de un diálogo incluyente que deponga las actitudes adultocentristas que históricamente los han apartado de los ámbitos de decisión.
Son las nuevas generaciones las que pueden hacer que las relaciones personales, comunitarias y sociales se fundamenten, en cambio, en la fraternidad humana y la amistad social, dimensiones antropológicas a las que el propio Papa Francisco desarrolló ampliamente en su encíclica Fratelli tutti.
Ante las noticias que nos llegan a diario -sequías, desastres ambientales, migraciones forzadas a causa del clima- no podemos permanecer indiferentes: seríamos cómplices de la destrucción de la belleza que Dios quiso regalarnos en la creación que nos rodea.
Encontremos en la fuerza de los jóvenes la esperanza de un nuevo camino en el que todos, como hermanos y hermanas, cuidemos la Casa Común, apostando por consumir menos cosas y vivir más las relaciones personales, para encontrar así la verdadera alegría, aquella que está más en dar que en recibir.