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Jueves, 16 Mayo 2024
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Pocas cosas atraen más al ser humano que la libertad. La libertad es un gran punto de unión entre el cristianismo y el mundo actual. Aunque quizá es cierto que en la actualidad se ha desvirtuado el concepto. Me atrevo a decir que en nuestro tiempo gozamos de grandes libertades, pero sufrimos la peor de las esclavitudes. No me equivoco si digo que en nuestros días gozamos de libertades exteriores pero de poca libertad interior, la más importante. 

Pero, ¿qué nos ata?, ¿qué nos impide ser libres? Impera en el mundo el pensamiento de que para emanciparnos y ser verdaderos debemos sucumbir a los deseos de nuestras pasiones. No valen las normas establecidas, y la rebeldía contra lo establecido es la única garantía de libertad. Vivimos enfadados con las normas y parece que solo es libre aquel que se atreve a romperlas. “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”, decía Goethe. Me temo que nuestro tiempo es el tiempo de “libres” esclavos. 

Nuestra generación se centra en la libertad exterior y la confunde con la interior. Se centra en la emancipación de lo que nos ata, que está fuera de uno mismo. Los hombres de nuestro tiempo no paran de huir para intentar liberarse de algo de lo que se sienten presos, que les impide ser libres. Predomina la idea de que lo que ha establecido el sistema está mal y por eso no podemos ser libres. Hay una gran pérdida del sentido de la realidad. 

Quizá deberíamos identificar con acierto qué es aquello que esclaviza al hombre occidental en 2021. Pocos jóvenes de hoy han escuchado hablar de Victor Frankl o de Bosco Gutiérrez, o de mi buen amigo Jordi Sabaté Pons, grandes modelos de personas libres. Nos cuesta mucho comprender que cuanto más dependa nuestra sensación de libertad de las circunstancias externas, más evidente es que todavía no somos verdaderamente libres. Si queremos ser felices necesitaremos ordenar nuestra inteligencia y voluntad por encima de las demás pasiones y comprender las verdades establecidas en nuestro corazón. ¿Y cuáles son? Decía san Juan Pablo II que “solo la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona humana consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad”. Debemos comprender que nuestro corazón y nuestra naturaleza están heridos y que siempre van a necesitar sanación.

El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Estas devociones se celebran el 16 y 17 de junio respectivamente y nos recuerdan el gran amor de Dios y de la Santísima Virgen por cada uno de nosotros.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús existe desde los primeros tiempos de la Iglesia; sin embargo, en 1675, Jesús le dijo a Santa Margarita María de Alacoque que quería que la fiesta del Sagrado Corazón se celebrara el viernes después de la octava del Corpus Christi. Posteriormente, en 1856, el Papa Pío IX designó la Fiesta del Sagrado Corazón con carácter de universal.

La religiosa, quien nació en un pequeño pueblo de Francia tuvo una experiencia espiritual en torno a Cristo y su amor, quien le mostro su corazón, fuente del amor divino y también le solicitó la fiesta a su Sagrado Corazón esto entre el 27 de diciembre de 1663 y junio de 1675.

Sin embargo, la devoción llegó a instituirse hasta 1689 cuando fue asumida por los jesuitas y por diversas diócesis de Francia, hasta constituirse en inspiración de la espiritualidad personal y diocesana.

 

Cuatro revelaciones

 

En 1671, a la edad de 24 años, Sor Margarita María ingresó en el Monasterio de Paray-Le Monial. En ese lugar, en el año de 1673, estando en adoración ante el Santísimo Sacramento, recibió la primera de las cuatro revelaciones con manifestaciones visibles del Sagrado Corazón de Jesús.

La primera de ellas la narró de este modo: “Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por su Divina Presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su Pecho Divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su Amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado”. 

La segunda revelación se produjo dos o tres meses después de la primera; la tercera ocurrió el primer viernes de junio de 1674. En ella, el Señor le describió a sor Margarita de qué forma se iba a realizar la práctica de la devoción a su Corazón. 

En un primer momento, las autoridades religiosas tuvieron recelo de estas visiones hasta que, en los primeros días de febrero de 1675, el Padre San Claudio Colombière (jesuita), habló con sor Margarita y creyó en sus revelaciones. 

Fue entonces cuando se produjo la cuarta y última revelación, que se puede considerar como la más importante. 

Ocurrió durante la octava del Corpus Christi del año 1675 (entre el 13 y el 20 de Junio). Estando sor Margarita ante el Santísimo Sacramento, el Señor le descubrió su Corazón y le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor… te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón […] También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute”.

Por orden del Padre Colombiére se le mandó a sor Margarita que escribiera todo lo revelado. Diez años después Sor Margarita es nombrada maestra de novicias y asistente de la superiora. Murió en octubre de 1690.

Luego de su muerte, el Papa Inocencio XIII promulgó una bula otorgando indulgencia a todos los monasterios de la visitación con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón que el Señor había pedido a Santa Margarita. Años más tarde, el Papa Clemente XIII instituyó en 1765 dicha fiesta en Roma y en 1865 el Papa Pío IX la extendió a toda la Iglesia a celebrarse el viernes siguiente a la octava del Corpus Christi.

El viernes 2 de agosto del año 1946 celebró la provincia de Cartago la clausura de su Congreso Eucarístico Provincial por el Centenario de la fundación de la Diócesis de Costa Rica.

“No vamos a hacer una crónica de la espléndida manifestación de fe en Cartago. La prensa lo ha hecho magníficamente, quien calcula la concurrencia en cien mil personas y califica esta jornada como la más brillante ceremonia litúrgica de la historia religiosa del país”.

Una plática con el Padre Rosendo Valenciano y la bendición con el Santísimo marcaron los 50 años de la Primera Comunión verificada en la Capilla del Colegio de Sión en San José. Dicha Primera Comunión se llevó a cabo el 20 de noviembre del año 1900.

Memoria: 13 de junio. 

Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo nació en Lisboa, Portugal, en 1195; a los 15 años ingresó a los Canónigos Regulares de San Agustín, pero diez años después ingresó a los Frailes Menores Franciscanos donde a los 25 años adoptó el nombre de Antonio.

Tras un breve noviciado, e impulsado por el ejemplo de los mártires franciscanos, parece que embarcó hacia Marruecos junto con otro hermano de orden, fray Felipe de Castilla, para alcanzar él mismo el martirio. Sin embargo, al poco de desembarcar contrajo la malaria, enfermedad que le dejaría secuelas para toda la vida; convaleciente todo el invierno, se vio obligado a abandonar el país.

Su provincial le nombró predicador y le encargó ejercer su ministerio por todo el norte de Italia, donde se extendía por muchos lugares el catarismo. Recorrió así, enseñando, numerosos lugares. 

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