¿Qué anhela nuestro corazón? El bien, la verdad y el amor. Nos atrae mucho la libertad porque nuestra aspiración fundamental es la felicidad y, en el fondo, nuestro corazón sabe que la felicidad no es posible sin amor y el amor es imposible sin libertad. El amor sólo es posible entre personas que se poseen a sí mismas para entregarse al otro. Y nuestro corazón no está hecho para otra cosa que para amar y ser amado. Esta revelación es fruto del conocimiento del corazón humano que nos ofrece el haber nacido en nuestro tiempo. Nuestro corazón es libre en la medida en la que es capaz de esclavizarse, de entregarse, de comprometerse, por amor. No hay nada más bello que la libertad empleada en esa entrega total del yo. A la vista está la cruz de Cristo que, señalando los cuatro vientos, es el símbolo de los viajeros libres, como bien indicaba Chesterton.
Intentando aterrizar estas ideas… ¿es libre el joven que consume pornografía cada noche para poderse ir a dormir relajado? ¿Es libre el deportista de élite que no va a entrenar en un día de lluvia? ¿Es libre aquel al que cuando le molestan se enfurece? ¿O el que decide quedarse durmiendo a pesar de que sabe que debe ir a clase? La libertad tiene que ver con el bien y por tanto con el compromiso con ese bien. Elegir el bien para luego permanecer en él. Y el bien tiene que ver con la realidad, con las normas de juego que tenemos en nuestro corazón o que nos han sido reveladas y que nuestra inteligencia o razón puede acoger como buenas. Lo cierto es que un mundo donde nos venden que el más libre es el que hace lo que le da la gana puede llevarnos a acabar siendo esclavos de la “gana”, que es la peor de las dictaduras. Porque cuando la “gana” manda, no se puede hacer nada más que lo que ella quiere. Si nuestras emociones, sentimientos, pasiones e instintos dominan nuestra inteligencia y voluntad, estaremos siendo esclavos de nosotros mismos. La persona que no se forma en una voluntad firme y decidida suele ser prisionera de sus deseos y antojos. Como decía Chesterton en El hombre Eterno: “Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir contracorriente”.
Me atrevo a animarte, querido lector, a que no dejarte arrastrar por la corriente de las pasiones inferiores. Merece la pena, merece la vida, usar la inteligencia para comprender lo que realmente anhelamos y usar la voluntad para permanecer en ese obrar con prudencia y justicia para darnos a nosotros mismos aquello que verdaderamente necesitamos. No conozco a nadie verdaderamente libre que no se posea a sí mismo ni a nadie verdaderamente libre que no haya decidido comprometerse y esclavizarse por amor. No conozco nada más bello que la libertad de Cristo en la Cruz.