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San Charbel Makhlouf: eremita inmerso en Dios

By P. Charbel EL ALAM Enero 22, 2021
Celda de San Charbel. Celda de San Charbel.

San Charbel vivió bajo un itinerario ascético, tanto corporal como espiritual, acorde a las reglas y normas de la Orden Libanesa Maronita. El llamado “amigo de Dios”, solía trabajar en el campo exhaustivas horas labrando la tierra y cultivando la viña; dormía solamente seis horas, aunque su corazón se mantenía siempre despierto repitiendo sin cesar: “En tus manos entrego mi espíritu”. La oración poseía la vida del anacoreta, pues tenía muy claro que la fe se presenta como un acto de confianza motivada por la autoridad divina. 

Practicaba la liturgia de las horas en siete diversos momentos durante el día, intercediendo ante Dios por la salvación del mundo. Ejercitaba el espíritu en la meditación silenciosa y profunda de la Sagrada Escritura y en la Lectio Divina, buscando el acmé de una teología rebosante del Espíritu Santo: teología experiencial y experiencia teologal. Para ello, contaba con la presencia excepcional de la Santísima Virgen María, a quien le tenía una veneración muy especial, por lo que repetía incansablemente a oídos de sus visitantes: “El que quiere salvarse fácilmente, que tenga una devoción a Nuestra Señora”.

El hombre es y existe sólo si está plenamente inmerso en la vida de Cristo. La existencia de san Charbel experimentó su culmen en la vida eremítica: coincidencia de soledad y ascesis permanentes. Así, en su ermita, San Charbel pudo evocar constantemente a Pedro en el monte Tabor diciéndole a Jesucristo “Rabí, bueno es estarnos aquí” (Marcos 9,5); en su ermita, experimentó las delicias de estar cara a cara con Dios, y a la vez presente en El Calvario, abrazando la cruz susurrando incansablemente “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26, 42).

Precisamente allí, en un entorno de luz transfiguradora y aciaga muerte, san Charbel entró en contacto real con la iluminación divina al descifrar Rostro de Dios, tal y como lo canta el salmista: “Florece el justo como la palmera, como un cedro del Líbano” (Salmos 92, 13). En la ermita logró saborear la soledad fijando su mirada en Aquel Rostro, afanándose por recuperar la inocencia original de la Gracia Divina.

Con ascetismo, entendió que la gracia de Dios revitaliza espiritualmente al hombre, y le permite adquirir aquellas virtudes heroicas incomprensibles para el conocimiento humano, pero viables por naturaleza divina. Adiestrado en una vida contemplativa que respeta la disciplina, con un rostro alegre practicaba la Adoración Eucarística como quien mira a Jesús, el Prisionero Eucarístico; un enamorado que en la faz de aquel cautivo «ve el rostro de Dios».

Experimentando a diario la Eucaristía, Sacramento de los sacramentos, fue que cimentó la unión inseparable con Cristo, transformando su corazón en el nuevo paraíso de Dios, Uno y Trino. Esa unión la obtuvo únicamente gracias a la mediación del Espíritu Santo, uniéndose al Padre y a Cristo por la acción del Espíritu en el misterio trinitario. Este misterio es comprensible sólo para aquellos que se saben y se experimentan elegidos.

La manifestación de su pensamiento, la confesión, fue un acto de humildad en extremo esencial, reconociendo así su fragilidad humana, sabiendo que “sin la gracia de lo alto no se puede nacer de nuevo”. Ese nacer diario implica una adhesión a la Divina Voluntad, la cual potencia una acción transformadora en tanto permanece en vigilia constante y sin desfallecimiento por la salvación.

Este entendimiento de la tradición oriental no se fundamenta exclusivamente en el crecimiento intelectual, sino sobre todo por el abordaje experiencial que logra el monje al introducirse en las inmensidades del Paráclito. En otras palabras, adquirir la experiencia mística de Dios, implica dejarse conducir dócilmente por la acción del Espíritu de Verdad en el océano del conocimiento, del servicio, de la adoración y la vivencia diaria de Dios.

La vida de un verdadero consagrado como san Charbel, es una vida de oración continua, una conversación permanente con Dios, un estado de comunión sublime con Él, que configura una íntima y eterna relación iluminante entre el orante y Dios, sellando esta relación con el don perfecto que viene de lo alto, para llegar así a ser nombrado «nuevo iluminado», tal y como nos enseña San Juan Crisóstomo.

El pueblo de Dios no se equivocó. Desde la vida de Charbel Makhlouf, su santidad brilló, sus compatriotas, cristianos o no, lo veneraron, acudiendo a él como el médico de las almas y los cuerpos. Y desde su muerte, la luz ha brillado aún más sobre su tumba: cuántas personas, en busca de progreso espiritual, o alejadas de Dios, o angustiadas, siguen fascinadas por este hombre de Dios, orándole fervientemente:

Oh Dios infinitamente Santo y Glorificado por tus Santos, tú que inspiraste al santo monje y ermitaño Charbel vivir y a morir en perfecta semejanza con Jesús, otorgándole la fuerza de separarse del mundo a fin de hacer triunfar, en su ermita el heroísmo de las virtudes monásticas: la pobreza, la obediencia y la castidad, Te imploramos nos concedas la gracia de amarte y de servirte siguiendo su ejemplo.

Oh! Señor Todopoderoso, que manifiestas el poder de la intercesión de San Charbel con numerosos milagros y favores, concédenos la gracia ... que nosotros te imploramos por su intercesión. Amén.

 

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