Lo asombroso del beato Acutis, al observar entre rejillas su experiencia de vida, cuán imposible es quedarse indiferente ante su personalidad. Me hace pensar que posiblemente este mismo asombro experimentaban los paganos con los cristianos de la primitiva Iglesia. Una coherencia entre vida y fe, misma que se ha corroído en el seno de la cristiandad. Este divorcio entre lo que se profesa y lo que se vive, posiblemente, sea el drama eclesial de nuestro tiempo. Así nos lo recuerda su Postulador Nicola Gori, “(él) recuerda a los cristianos que sean coherentes, que se conviertan en testigos del Resucitado”.
Carlo nos invita, no a salirnos del mundo en su frenética y tormentosa marcha, sino a caminar con la seguridad de quién es Señor de la Historia. Su sonrisa, profunda y transparente, anuncia que la santidad, con todo el peso de la rutina y lo ordinario, se vive con alegría. Una santidad de lo cotidiano, santidad que no grita. Florece silenciosa como la rosa más hermosa del jardín de las bienaventuranzas. Carlo ha desgarrado para siempre la imagen de una santidad imposible. Suscita en cada uno de nosotros que la santidad es viable, sin importar nuestras condiciones y limitaciones fisiológicas, psíquicas o socioculturales. Una santidad que peregrina en un mundo delirante y a veces cautivador, pero que calla ante el Misterio. Queda atrás esa iconografía de una santidad exclusiva, reservada a la vida religiosa, cenobítica o ascética, alcanzable en la plenitud de la vida habiendo renunciado a casi todo. El beato Acutis nos transmite con una pasmosa preclaridad que la auténtica santidad se experimenta desde nuestros condicionamientos, que abraza al creyente sin importar su edad y que la renuncia es a nuestro egoísmo y soberbia. Los laicos podemos, y debemos, abrazar este camino de transfiguración cristificante. Carlo lo recordaba: “¿De qué sirve ganar mil batallas, sino puedes vencer tus propias pasiones? La verdadera batalla tiene lugar dentro de nosotros mismos”. Lo demás es accesorio. Apóstol de la caridad, un anawin de nuestra modernidad. Comprendió que su única riqueza fue la Eucaristía.
Un santo de nuestro tiempo. Hoy le sobran apelativos: influencer de Dios, patrono del Internet, “cyberapóstol” de la Eucaristía y quizás otros más vendrán. Lo auténticamente importante no está en cómo lo designemos, sino en cómo lo aprehendemos. Porque los santos no se reconocen, se imitan. Carlo Acutis fue autor y obra al mismo tiempo. Nos invita a reflexionar y trabajar por ser, sencillamente, bondadosos. Él nos invita a levantar la mirada al cielo, en contemplación constante para descubrir esta santidad, que es una exhortación siempre abierta, una oportunidad siempre presente y un destino siempre alcanzable.
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