A finales del siglo XIX, Madre Petra llegó a Barcelona y alquiló una casa en el barrio de San Gervasio. Allí, adquirió una imagen de San José. Sin embargo, en 1890, al vencer el contrato de alquiler, el propietario le ofreció dos opciones: comprar la propiedad o marcharse. Sin recursos para adquirirla ni otra vivienda disponible, tomó una decisión crucial: confiar plenamente en la providencia de San José.
Se arrodilló ante la imagen del santo y oró con fervor. Al salir de la capilla, con absoluta certeza, afirmó que San José se encargaría de todo. Días después, una visitante inesperada, Carmen Masferrer, llegó preguntando por ella y dejó una tarjeta con un mensaje sorprendente: deseaba donarle un terreno en la “Montaña Pelada”. Para Madre Petra, aquello fue una respuesta directa a su oración.
A pesar de las dificultades del terreno, decidió fundar allí un hogar para niñas necesitadas y construir una iglesia en honor a San José. La imagen del santo fue colocada en una capilla en la entrada, y con el tiempo, el lugar se convirtió en un sitio de peregrinación.
Mientras el santuario de San José de la Montaña aún estaba en construcción, la imagen del santo ya era venerada en un altar provisional.
Cuenta la vida de la Beata Petra que estando ella orando delante de la imagen del Patriarca, se le apareció un anciano que llevaba en su mano izquierda una carta con su correspondiente sello y dirección. Le pareció a la Madre que una luz desde el cielo descendía reflejándose en aquella carta sobre el sello. Entonces el anciano, señalando el sobrecito con el dedo índice de mano derecha le dijo: “Mira, esto está hecho arriba”, y desapareció súbitamente. Aunque a Madre Petra le pareció que aquel anciano pudo ser San José, no alcanzó a comprender el significado de aquella experiencia, hasta un hecho sencillo que ocurrió poco después.
Días después, una mujer llegó al santuario angustiada. Su mano estaba gravemente enferma y los médicos le daban como única solución la amputación. Desesperada, se postró ante San José y pidió permiso para dejar una nota escrita a los pies del santo. Una religiosa, conmovida por su fe, accedió.
Poco tiempo después, la mujer regresó con el rostro iluminado: su mano había sanado por completo. Llorando de gratitud, dio gracias a Dios y a San José por el milagro recibido.
Desde entonces, la tradición de escribir cartas con peticiones se consolidó en el santuario. En 1903, la revista La Montaña de San José relataba cómo, cada mes, una inmensa cantidad de cartas eran quemadas en una ceremonia especial el domingo siguiente al día 19, fecha en la que también se realizaba la procesión del santo.
La devoción se extendió con tal fuerza, que el 6 de enero de 1921, el Papa Benedicto XV concedió la coronación canónica a la imagen de San José de la Montaña, con el respaldo del rey Alfonso XIII, quien además otorgó el título de “Real” al santuario. Desde entonces, la imagen luce una majestuosa corona, símbolo de su regia intercesión.
Es casi seguro que de España, la devoción a San José de la Montaña llegó a América. En Costa Rica, en particular, se trata de una fe viva en el distrito que lleva su nombre en Barva de Heredia.
Cuenta la historia que el 2 de setiembre de 1911, los vecinos del entonces llamado distrito El Zanjón manifestaron su deseo de edificar una ermita en honor a San José de la Montaña, que con el tiempo se convirtió en un centro devocional dedicado al santo protector de la Iglesia.
Tuve el privilegio de celebrar un sacramento en este lugar, donde, al igual que en Barcelona, muchos fieles han experimentado la gracia del santo en sus vidas. Cada 19 de marzo, la parroquia de San José de la Montaña celebra su festividad con una novena, la Fiesta Patronal y el tradicional turno, una costumbre que ha perdurado por más de un siglo.
El año pasado, el Eco Católico promovió la iniciativa “¿Necesitas una gracia especial? ¡Escríbela!”, invitando a los fieles a confiar en la poderosa intercesión de San José. A lo largo del tiempo, muchas personas han experimentado en sus vidas la dulce intervención del 'Justo' José, dejando plasmada en cada carta su inquebrantable confianza, una esperanza firme que no defrauda: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).
Oremos a San José: Bendito Patriarca, esposo de María, padre terrenal de Jesús. Enséñanos a tener la fe y la confianza que tú tuviste. Enséñanos tu justicia, tu capacidad para el bien y la bondad. Enséñanos a poner cada día, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos, el amor y la entrega que tu pusiste. Enséñanos a tener el corazón abierto para reconocer en nuestra vida las huellas de Dios, para escuchar lo que él nos susurra veladamente y para emprender los caminos que nos abre. Amén.