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Viernes, 19 Abril 2024
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Soy el Padre Leonardo Javier Leandro Araya, oriundo de Paraíso de Cartago, he trabajado como misionero en Mozambique en dos periodos: desde 1995 cuando llegué para hacer una experiencia antes de la ordenación sacerdotal hasta la mitad del 2005, donde asumí como primer párroco después de la guerra la Parroquia San Antonio de Barada, en la provincia de Sofala, lugar donde nació la Renano, el grupo armado que buscaba la democracia y cuyo líder era Alfonso Dhlakama (conocido como el padre de la democracia mozambicana).

Fueron los años del difícil proceso de reconciliación y reconstrucción del país y de las primeras elecciones “democráticas” después de 16 años de una guerra civil que dejó miles de muertos, huérfanos, una hermana comboniana (Teresa) asesinada en 1985 y un hermano comboniano (Alfredo Fiorini) en el 1992, ambos italianos. Durante estos años nunca hubo conflictos con la comunidad islámica y el ambiente era de armonía y tolerancia.

Mi segundo periodo ha sido del 2015 al 2022 donde trabajé como responsable de la formación de los futuros misioneros combonianos mozambicanos y donde he tenido la oportunidad de colaborar con muchas parroquias y en la formación de la vida consagrada mozambicana en la ciudad de Nampula, donde está nuestro Seminario (Noviciado San Francisco Javier).

Cuando estuve en esta ciudad la primera vez la presencia islámica en mezquitas y personas vestidas como miembros de esta religión eran pocos. En estos últimos años el número de mujeres de forma particular vestidas con ropas de la cultura islámica aumentó mucho y de forma particular aquellas que son más radicales -que cubren sus rostros (burka y niqab)– quizás fruto de la presencia de grupos islámicos de contextos más radicales venidos de Somalia, Uganda, Nigeria, que han comenzado a “conquistar” y islamizar Mozambique casando varias mujeres, cosa que es permitido en su tradición.

Cinco años atrás tuvimos la primera luz amarilla en una de nuestras parroquias, dado que una comunidad católica fue hostilizada por miembros de una mezquita que les impedía de transitar libremente por una calle que comunicaba las dos aldeas, siendo necesario convocar a las autoridades civiles y tradicionales para resolver el conflicto. De hecho esta zona estaba en la misma región donde asesinaron a nuestra hermana comboniana.

En estos tres años por causa del conflicto armado, que desde sus inicios el gobierno se refería a ellos simplemente como un grupo de insurgentes y que desde la provincia de Cabo Delgado ya se hablaba de un grupo extremista musulmán llamado Al-shabad, solo fue asumido como extremistas y terroristas después de casi dos años en los cuales anduvieron asesinando y decapitando personas sin gran oposición de parte del las fuerzas armadas del país.

El conflicto generó un éxodo humano que llegó a nuestra provincia, que dista unos 400 km. Las personas se fueron alojando en territorios de las parroquias donde habían escuelas, casas y centro de ayuda hasta que con la ayuda de varias organizaciones humanitarias y el gobierno destinaron un espacio a unos 60 km de la ciudad de Nampula, en el cantón de Meconta, pasando a ser el Centro de Refugiados de Guerra de Cabo Delgado, y donde hasta hace un mes atrás habían más de 600 familias (cada familia más o menos con 5 o 7 miembros). Digo hasta hace un mes porque muchas Organizaciones no Gubernamentales y el mismo gobierno ya no les dan apoyo alimentario y seguridad en donde están. Después del último ataque estas regiones que están cerca del litoral han vivido momentos de inestabilidad dado que llegó la noticia de que cerca de ahí aparecieron personas reclutando jóvenes para ese grupo extremista, esto está provocando otro éxodo de algunas familias que no quieren volver a vivir la misma experiencia.

Ahí con una grupo intercongregacional organizado por la conferencia de los religiosos nos dispusimos para dar nuestro aporte en conjunto con Caritas diocesana, que dio apoyo por varios meses en alimentos (aquí nos ayudaron mucho el grupo misionero de Paraíso y personas individuales para apoyar a Caritas) y la construcción de 300 casas (tradicionales), y también con el apoyo psicosocial (processo de desintoxicación del miedo y odio reprimido por tener que dejar sus seres queridos abandonados en la maleza sin ser sepultados -un proceso de liberación y cura interior-) acompañar las familias desde nuestra proximidad y escucha de sus historias desgarradoras después de ser testigos del asesinato y decapitación de sus parientes.

Las comunidades indígenas de Turrialba fueron duramente golpeadas a causa de las torrenciales lluvias ocurridas el pasado 22 de julio, tres de ellas permanecen incomunicadas, según informó el misionero consagrado, Ronald Serrano Sánchez.

Había tomado la decisión de no continuar su formación como fraile capuchino menor, se preparaba para anunciar que no viajaría a Honduras para completar el proceso, se sentía descorazonado.

Un día, antes de anunciar la noticia, se recostó a su cama y, entre el sueño y la vigilia, escuchó que alguien tocaba a la puerta, abrían y este decía que él tenía que trabajar para la Iglesia, otro preguntaba: “¿por qué iba a morir crucificado?” y el visitante respondía: “En mi amor él va a ser crucificado”.

Ronald Serrano Sánchez comprendió el mensaje, en su camino no estaba ser fraile franciscano, pero sí servir a la Iglesia, comenzó a hacerlo como laico en su parroquia, como Ministro Extraordinario de la Comunión y con el tiempo descubriría su vocación como Misionero Laico Consagrado.

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