“Hay mucho que sanar”, dice Mons. Víctor Hugo Castillo mccj, obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana, un país que ha vivido una guerra civil, iniciada en 2012 y que está actualmente en un proceso de pacificación.
Mons. Víctor Hugo sirvió como misionero comboniano en estas tierras desde 1992 hasta 2008 y regresó en enero de 2023 para asumir su episcopado. Vio con pesar que aquellos templos que con tanto esfuerzo se construyeron quedaron destruidos y saqueados.
Su diócesis es la más pobre entre las nueve iglesias particulares de República Centroafricana. Además se trata de uno de los territorios más perjudicados por la guerra. Los pueblos cristianos fueron los que más sufrieron. Pero “la sangre de los mártires es semilla de cristianos” y más bien el número de católicos está en crecimiento.
Son muchos los retos, pero este obispo, originario de Hojancha, en Guanacaste, confía absolutamente en la Divina Providencia.
¿Cómo ha sido la experiencia como obispo costarricense en la República Centroafricana?
Tengo que decir que el ministerio de obispo es algo que se asume y progresivamenteuno va aprendiendo. Al inicio, ha sido una experiencia de adaptación y a lo que el ministerio propio del obispo conlleva. Tiene que haber, y ha habido, una identificación. Ha sido un antes y un después.
Pienso también en mi relación con mis hermanos combonianos. Pasé de ser el Padre Provincial a sentirme llamado monseñor, incluso a nivel de lenguaje es una experiencia significativa. Es decir, hay un cambio de perspectiva y aceptación.
El adjetivo costarricense podría ser una etiqueta a este ministerio. También es cierto que soy el único costarricense misionero en estas tierras de República Centroafricana. Tengo una identidad como costarricense y como guanacasteco. Lo tengo claro y asumido. Tengo una cultura, provengo de una experiencia religiosa particular, con varios siglos de evangelización, así que encontrarme en una iglesia joven, significa readaptar mi experiencia de vida durante estos años, a la vez que tomo en cuenta la riqueza que implica estar en esta realidad y contexto.
La experiencia de ambas realidades como obispo, y obispo costarricense, me ha permitido ser acogido por los sacerdotes diocesanos, ellos me lo han expresado, contentos, felices, de que yo sea su obispo. A algunos los conocía por mi experiencia previa en República Centroafricana.
"Los años de la guerra han destruido mucho: edificios, escuela, colegios, casas religiosas y de sacerdotes… Podrán destruir todo eso, pero nunca podrán destruir la fe". Mons. Víctor Hugo Castillo, obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana.
Justamente ¿Cómo es la vivencia de la fe allí?
Yo siento que un aspecto muy importante en la vivencia de la fe es la realidad contextual y cultural en la que echa raíces la fe. Nosotros como Iglesia en Costa Rica y América tenemos un camino largo recorrido, la impresión podría ser aquella que se manifiesta como un cansancio, mientras que en la República Centroafricana la fe es espontánea, hay una actitud de búsqueda para vivir la fe, en lo medio de la realidad en que la gente vive.
Otra característica de la fe es el tiempo. Allá hay un sentido de ser dueños del tiempo, es decir, no nos limitamos a decir esta celebración o esta actividad depende de las agujas del reloj, nos tomamos el tiempo para celebrar y vivir la fe, pero también para compartir, charlar, intercambiar ideas y experiencias vividas en la fe. Podemos pasar horas y horas celebrando sin que haya cansancio o prisa porque haya otras que hacer.
Es la vivencia de una iglesia joven que busca, que tiene esa actitud de asumir una identidad profunda en un contexto cultural muy particular.
¿Qué retos enfrenta usted y su diócesis?
Desde el primero de diciembre del año pasado, hasta mediados de febrero de este año me he dedicado a visitar la diócesis de Kaga-Bandoro, la cual tiene 12 parroquias. Esto ha servido para entrar en contacto con la realidad.
Las estructuras diocesanas están destruidas a causa de la guerra, ocurrida entre 2012 y 2020. Destruyeron templos, quemaron capillas, saquearon casas de religiosas y religiosos, teníamos dispensarios médicos y también fueron saqueados. Hubo iglesias, casas de sacerdotes y religiosas que fueron bombardeadas. Se llevaron todo lo que pudieron, camas, puertas… todo lo que pudieron.
Hallo enormes desafíos. El primero es la educación, esto involucra a todos, a mí como obispo, a los sacerdotes, laicos y religiosos. Hay una cantidad enorme de niños, por donde quiera que pases y no todos están escolarizados. En los pueblitos no hay escuelas y donde las hay no hay maestros capacitados. La República Centroafricana tiene una tasa de alfabetización que está entre el 36 y37%.
Es una tasa muy elevada de gente que no sabe leer ni escribir. Es un reto para el desarrollo del país y de la Iglesia. Si queremos una Iglesia que asuma su responsabilidad tenemos que educar a los niños y jóvenes de hoy.
También hay desafíos importantes en el campo de la salud. Puede sonar sorprendente, pero hay lugares recónditos de la diócesis donde no se puede encontrar una tableta de aspirina o acetaminofén. No hay. La gente enferma y muchos mueren por enfermedades que se podrían tratar fácilmente. La malaria es también todo un problema, porque la gente no encuentra tratamientos. La diócesis tenía dispensarios médicos por esto, pero ya no existen, porque fueron saqueados.
Otro desafío es la promoción de la mujer. La mujer es la que tiene las desventajas más grandes de la sociedad en la República Centroafricana. El acceso a la educación en general es muy limitado. Hay un liceo, pero pasan cosas como esta: A primer grado pueden ingresar 48 niños y 40 niñas, pero al llegar al sexto grado la cantidad de niñas disminuye drásticamente y pueden quedar apenas 3 o 4. ¿Qué pasa? Bueno, que muchas madres sacan a las niñas de la escuela para que trabajen el campo, porque allí las mujeres son las que trabajan el campo, o porque al cumplir 13 o 14 años de edad consideran que ya están para casarse. Entonces, queremos que las mujeres puedan tener un acceso igualitario a la educación y cualquier campo.
Por otro lado, tenemos el desafío de la formación de los futuros sacerdotes. El costo económico es alto y las fuentes muy escasas, pero tenemos que hacerlo, confío mucho en la Providencia y de ella estoy agarrado para que esta realidad pueda ser asumida con sentido de responsabilidad eclesial.
"Desde la fe, tenemos que reconstruir, hay que ayudar a la gente a reconstruirse, sobre todo por la gravedad de las violaciones que ha habido. La parte más dura de la guerra la viven las mujeres, hay muchas mujeres violentadas, abusadas. Tenemos religiosos y religiosas que se han formado durante estos años en procesos de sanación". Mons. Víctor Hugo Castillo, obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana.
Fueron años de guerra y sufrimiento. Hay muchas heridas y es necesaria la sanación…
Fueron años muy duros de conflicto armado. Hay muchas víctimas. El Papa Francisco en 2015 fue a República Centroafricana y, a partir de ese momento, empezó a abrirse un proceso de paz, que aún está en camino. Nos llevó años construir una iglesia, tener un dispensario… y en un abrir y cerrar de ojos te destruyen todo eso. Da mucho pesar.
El tema ahora es reconstruir. Los medios no están al alcance de la mano ahora mismo. Debemos entrar en una perspectiva de paciencia. La realidad ha cambiado y hay una paz relativa, nos permite visualizar el futuro con esperanza. Es tomar el camino de una reconstrucción que será larga, por eso hay que actuar. Desde la fe, tenemos que reconstruir, hay que ayudar a la gente a reconstruirse, sobre todo por la gravedad de las violaciones que ha habido. La parte más dura de la guerra la viven las mujeres, hay muchas mujeres violentadas, abusadas. Tenemos religiosos y religiosas que se han formado durante estos años en procesos de sanación. Tenemos en la diócesis a dos laicas de Polonia que van a venir a República Centroafricana para trabajar en el acompañamiento y sanación de estas mujeres que han sufrido. Hay mucho que sanar..
África es tierra de misión ¿Qué podemos hacer por África?
Te lo respondo de esta manera: No diría tanto qué puedo hacer yo por África, puedo primero decir: “Yo soy África”. Uno puede cuestionarse quién soy yo, qué significo, dónde estoy, de dónde vengo. Yo soy este continente. La fe me abre a eso y me lleva a decir, en nombre de la fe que puedo participar y hacer algo por el África. Soy de América, de Asia, de Europa, de África, de Oceanía… Seamos ante todo cristianos católicos, que pensamos de manera local para actuar de manera global. Y viceversa.
Esto abre perspectivas, porque te sientes involucrado. Es parte de mí, de mi identidad como católico, que precisamente quiere decir universal. Cuando nos volcamos al África desde el punto de la fe somos capaces de hacer algo por los hermanos que hacen camino en África. Así lo siento y lo vivo yo. Es la fe la que me dice lo que debo hacer y cómo debo hacerlo.
En República Centroafricana, el 25% de la población es católica, ¿cómo ve el crecimiento de la Iglesia?
Por lo que respecta a mi diócesis, los años de la guerra han destruido mucho: edificios, escuela, colegios, casas religiosas y de sacerdotes… Podrán destruir todo eso, pero nunca podrán destruir la fe. Y sobre la fe tenemos que reconstruir como personas, como comunidad eclesial, como iglesia, como diócesis. Fíjate que después de todos estos terribles acontecimientos, la fe cristiana está en aumento, el número de católicos bautizados aumenta. Hay sacerdotes que me hablan sobre la necesidad de crear otras parroquias.
Dicen que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. La iglesia centroafricana es una iglesia mártir, sin embargo, surgen nuevas comunidades. El futuro de los católicos para el África, para el cristianismo en general, no solo católicos, es prometedor. Surge un cristianismo más fuerte, un catolicismo más comprometido, un catolicismo de punta, que jala, que se adentra en la autenticidad, por su cultura, por su manera de celebrar y de vivir la fe.
Los católicos en mi diócesis tienen una solidaridad enorme. Los cristianos católicos no tienen nada, pero lo poco que tienen lo comparten con alegría. La gente regala gratuitamente su sonrisa a la gente que encuentran en el camino, al que es diferente y al que comparte el camino de la fe.
Por último, un mensaje sobre todo a los jóvenes que sienten el llamado a la misión…
El mensaje que doy a los jóvenes sería el siguiente: No tengan miedo, no teman comprometer la vida por algo que vale la pena, no tengan miedo de la misión, porque la misión nos regala tantas alegrías, tantas cosas buenas, nos da una identidad enorme, de misión, de sentirnos fraternalmente hermanos. No tengan miedo a abrirse a responder, a obedecer a un eventual llamado que Dios nos hace.
También quiero decirles que la misión es dura. No es fácil, nada en esta vida es fácil, cuando se toma una responsabilidad y se quiere llevar de manera responsable, se van a encontrar escollos y dificultades, pero con eso vamos a crecer en la fe. Nos vamos a sentir felices y contentos porque compartimos lo que somos y nuestra fe.
No tengan miedo a tomar decisiones importantes en la vida. No teman adentrarse en esta perspectiva de una inteligencia espiritual para poder discernir, captar qué es lo que Dios quiere de mí. Esta es una pregunta que debemos hacernos: ¿qué quiere Dios de mí, de mi vida? ¿qué quiere para mí y para mi felicidad? Yo digo como testimonio que me siento contento y feliz de lo que estoy haciendo, porque en esto encuentro mi realización.