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“El misionero debe estar dispuesto a todo”

By P. Leonardo Javier Leandro Araya / Especial para el Eco Católico Diciembre 09, 2022
El Padre Leonardo Javier Leandro, de Paraíso de Cartago, ha trabajado como misionero en Mozambique en dos periodos de su vida. El Padre Leonardo Javier Leandro, de Paraíso de Cartago, ha trabajado como misionero en Mozambique en dos periodos de su vida.

Soy el Padre Leonardo Javier Leandro Araya, oriundo de Paraíso de Cartago, he trabajado como misionero en Mozambique en dos periodos: desde 1995 cuando llegué para hacer una experiencia antes de la ordenación sacerdotal hasta la mitad del 2005, donde asumí como primer párroco después de la guerra la Parroquia San Antonio de Barada, en la provincia de Sofala, lugar donde nació la Renano, el grupo armado que buscaba la democracia y cuyo líder era Alfonso Dhlakama (conocido como el padre de la democracia mozambicana).

Fueron los años del difícil proceso de reconciliación y reconstrucción del país y de las primeras elecciones “democráticas” después de 16 años de una guerra civil que dejó miles de muertos, huérfanos, una hermana comboniana (Teresa) asesinada en 1985 y un hermano comboniano (Alfredo Fiorini) en el 1992, ambos italianos. Durante estos años nunca hubo conflictos con la comunidad islámica y el ambiente era de armonía y tolerancia.

Mi segundo periodo ha sido del 2015 al 2022 donde trabajé como responsable de la formación de los futuros misioneros combonianos mozambicanos y donde he tenido la oportunidad de colaborar con muchas parroquias y en la formación de la vida consagrada mozambicana en la ciudad de Nampula, donde está nuestro Seminario (Noviciado San Francisco Javier).

Cuando estuve en esta ciudad la primera vez la presencia islámica en mezquitas y personas vestidas como miembros de esta religión eran pocos. En estos últimos años el número de mujeres de forma particular vestidas con ropas de la cultura islámica aumentó mucho y de forma particular aquellas que son más radicales -que cubren sus rostros (burka y niqab)– quizás fruto de la presencia de grupos islámicos de contextos más radicales venidos de Somalia, Uganda, Nigeria, que han comenzado a “conquistar” y islamizar Mozambique casando varias mujeres, cosa que es permitido en su tradición.

Cinco años atrás tuvimos la primera luz amarilla en una de nuestras parroquias, dado que una comunidad católica fue hostilizada por miembros de una mezquita que les impedía de transitar libremente por una calle que comunicaba las dos aldeas, siendo necesario convocar a las autoridades civiles y tradicionales para resolver el conflicto. De hecho esta zona estaba en la misma región donde asesinaron a nuestra hermana comboniana.

En estos tres años por causa del conflicto armado, que desde sus inicios el gobierno se refería a ellos simplemente como un grupo de insurgentes y que desde la provincia de Cabo Delgado ya se hablaba de un grupo extremista musulmán llamado Al-shabad, solo fue asumido como extremistas y terroristas después de casi dos años en los cuales anduvieron asesinando y decapitando personas sin gran oposición de parte del las fuerzas armadas del país.

El conflicto generó un éxodo humano que llegó a nuestra provincia, que dista unos 400 km. Las personas se fueron alojando en territorios de las parroquias donde habían escuelas, casas y centro de ayuda hasta que con la ayuda de varias organizaciones humanitarias y el gobierno destinaron un espacio a unos 60 km de la ciudad de Nampula, en el cantón de Meconta, pasando a ser el Centro de Refugiados de Guerra de Cabo Delgado, y donde hasta hace un mes atrás habían más de 600 familias (cada familia más o menos con 5 o 7 miembros). Digo hasta hace un mes porque muchas Organizaciones no Gubernamentales y el mismo gobierno ya no les dan apoyo alimentario y seguridad en donde están. Después del último ataque estas regiones que están cerca del litoral han vivido momentos de inestabilidad dado que llegó la noticia de que cerca de ahí aparecieron personas reclutando jóvenes para ese grupo extremista, esto está provocando otro éxodo de algunas familias que no quieren volver a vivir la misma experiencia.

Ahí con una grupo intercongregacional organizado por la conferencia de los religiosos nos dispusimos para dar nuestro aporte en conjunto con Caritas diocesana, que dio apoyo por varios meses en alimentos (aquí nos ayudaron mucho el grupo misionero de Paraíso y personas individuales para apoyar a Caritas) y la construcción de 300 casas (tradicionales), y también con el apoyo psicosocial (processo de desintoxicación del miedo y odio reprimido por tener que dejar sus seres queridos abandonados en la maleza sin ser sepultados -un proceso de liberación y cura interior-) acompañar las familias desde nuestra proximidad y escucha de sus historias desgarradoras después de ser testigos del asesinato y decapitación de sus parientes.

Ser testigos del dolor de los otros no es fácil porque de alguna manera también nos toca a nosotros, saber que lo vivido será siempre parte de su propia historia y que para recomenzar dependerá de las fuerzas que aun puedan encontrar para continuar, resistir y amar la vida por ellos y por sus hijos que han sobrevivido.

Después de tres años de acompañamiento poco a poco los rostros marcados por el dolor, la incerteza y la inseguridad comienzan a tener nuevos aspectos y la esperanza se manifiesta. La presencia de la Iglesia ha sido fundamental porque desde sus inicios el arzobispo de Nampula, Ignacio Saure, se hizo presente para acoger, consolar y decirles que no eran extraños, que eran hermanos y que se buscaría la forma de ayudar.

La Iglesia se ha empeñado en dar un soporte y ayuda que incluía los no cristianos, musulmanes y los cristianos de varias denominaciones. Gracias a Dios la Iglesia aquí aun es una figura respetada por su presencia en los tiempos de guerra. Sin embargo de todos estos refugiados ciertamente quienes han sufrido más son los cristianos.

El día 6 de setiembre una vez más hemos sido testigos del odio a los cristianos católicos en la parroquia de Chipene donde fue asesinada nuestra hermana comboniana María de Coppi, italiana y con 59 años de servicio en Mozambique, esto ha conmocionado a toda la comunidad eclesial y sobre todo a la población de la provincia donde la mayoría no es católica.

La frase que se escucha en las calles es: “si han hecho eso con la hermana que no harán con nosotros”. Estas tierras mozambicanas ya recibieron la sangre de tres mártires de nuestra familia comboniana, acompañar el funeral de una mártir de la violencia religiosa nos estremece interiormente porque somos testigos de una opción radical por Jesús y el anuncio del Evangelio, entre los más pobres y abandonados! aún así y a pesar de eso continuamos aquí siendo testigos del Señor de la vida, al servicio de los más pobres y enviados por la Iglesia para ser luz y sal de la tierra!

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