Se cumplen 200 años de la independencia, de nuestro caminar como nación libre y soberana, de nuestra andadura como pueblo arraigado en estas tierras benditas de Costa Rica.
Una amalgama de razas, pueblos y culturas, desde tiempos inmemoriales, han ido confluyendo en estas tierras. Un encuentro de culturas tan diversas como las precolombinas y la europea, la hispana, ha marcado el ritmo de la integración, gestando nuestra historia más reciente. Para llegar a un momento en que la conciencia de ser un solo pueblo, con una historia, unos valores, unos intereses y un destino común forjó el comienzo de un rico caminar como nación.
Momento verdaderamente sublime y fecundo el de nuestra independencia. Muchos sentimientos y emociones se entrecruzaban. Por una parte, el reconocimiento a lo que se llevaba construido en la colonia y la lealtad a los valores que lo sostenían. Por otra, el deseo de tomar las propias decisiones y aceptar la responsabilidad de ser libres, unido a la inseguridad e incertidumbre de lo nuevo.
Prevaleció la decisión de ser artífices de nuestra propia historia, dando un paso adelante, y comenzar a caminar como nación. Ha habido en estos 200 años momentos difíciles y oscuros, de caminar a tientas, pero también, y sobre todo, momentos felices, heroicos que nos han afirmado en el camino emprendido y que han ido gestando la Costa Rica de hoy, de la que estamos todos orgullosos.
Entre los valores fundamentales que nos han forjado como país está la fe cristiana. Llegó a estas tierras hace más de 500 años y nos ha permitido comprender nuestra historia inserta en la eterna historia de amor y salvación de Dios que culminó en la Encarnación de su Hijo Jesucristo. La historia está abierta a la grandeza del buen Dios, estamos habitados de eternidad.
La fe ha impregnado profundamente nuestra cultura en todas sus manifestaciones: actitudes, costumbres, arquitectura, arte... Y la cultura ha sido el vehículo de expresión para la fe, que ha cobrado el atractivo y la exuberancia de estas tierras tropicales, la espontaneidad, la familiaridad y la calidez de nuestras relaciones, el espíritu emprendedor... La Iglesia ha estado en su origen, y ha acompañado todo el recorrido histórico nacional, ha sido un gran agente constitutivo y configurador de la identidad costarricense, nos ha dado sentido de pertenencia como pueblo.
Como parte de los esfuerzos de la Diócesis de Alajuela por preservar su documentación y normalizar la Gestión Documental que se lleva adelante en todas sus instancias, se ha venido trabajando para reforzar la estructura y dinamizar la misión del Archivo Diocesano. Como parte de este proceso, se trabaja de la mano con las oficinas parroquiales, para llevar adelante una gestión documental acorde con los correctos procedimientos archivísticos.
El primer día de la novena en honor a la Virgen de los Ángeles le correspondió hoy a la Diócesis de Alajuela. Monseñor Bartolomé Buigues, obispo diocesano, presidió la Eucaristía junto a sacerdotes y un grupo de fieles, aplicando las restricciones por la pandemia de Covid-19. Compartimos su homilía íntegra.
HOMILÍA EN LA NOVENA DE NTRA. SRA. DE LOS ÁNGELES
Diócesis de Alajuela – 23 de julio 2021
Nos hemos puesto en camino para encontrarnos en este maravilloso ámbito de la Basílica, la casa de nuestra Madre María, la Reina de los Ángeles, seguros de ser acogidos por ella, que nos recibe siempre con una hospitalidad tierna y misericordiosa, nos hace sentir dignos hijos suyos, hermanos en esa gran familia que es nuestra Iglesia, referidos siempre a su hijo Jesús que nos la dejó como Madre. Ella es modelo de escucha y acogida creativa de la Palabra del Señor, actitud que contemplamos especialmente en este primer día de la novena de preparación a su fiesta. Con ella, nos disponemos a acoger en el corazón esta Palabra que se nos ha proclamado
En el atrio de la basílica hemos escuchado el evangelio de Lucas con una escena en la que se alude a María. La presencia y las palabras de Jesús, la integridad de su existencia causan admiración del pueblo sencillo porque habla con autoridad. De manera pedagógica, aprovecha el Señor la manifestación apasionada de la mujer para conducirnos a una verdad fundamental de gran alcance para sus seguidores, para nosotros hoy: “Dichosos, todavía más, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Ya en el antiguo testamento, se experimenta la manifestación de Dios que interviene en la historia del pueblo elegido. La conciencia de haber sido liberado por el Señor de la esclavitud de Egipto constituyó como pueblo a Israel y fundamentó su caminar. Dios habla a los israelitas por medio de Moisés, reafirma su opción por ellos y establece la alianza, ofreciendo la ley como un camino de plenitud para el pueblo en la adhesión a Él, y un camino de justicia social, avanzada en aquel momento, que deriva de la misma alianza.
Señor tú tienes palabras de vida eterna, hemos repetido en el salmo. Es una exaltación de la ley del Señor, dada por medio de Moisés, como expresión de su voluntad para el pueblo, de su amor de elección. Sus palabras y mandatos son puros, verdaderos y enteramente justos, dan luz a los ojos, son más preciosos que el oro y más dulces que la miel, descanso del alma. Así es la Palabra, el mismo Dios proyectándose en amor al pueblo, solicitando una respuesta fiel, porque sabe que es el camino que nos abre a la felicidad.
Cristo es la Palabra del Padre que, en Él, se ha revelado y manifestado plenamente, es el rostro de su misericordia. En la parábola del sembrador es claro que la Palabra de Dios se dirige a todos sin distinción, incluso al borde del camino, donde no hay esperanzas humanas de arraigar. Pero su eficacia varía dependiendo de la capacidad de acogida que tengamos de ella. Es preciso remover obstáculos, piedras y zarzas, para que la Palabra arraigue hasta lo más profundo, suscite crisis, conversión, emplace a una profunda renovación interior. Así se desplegará su Fuerza vital y producirá espléndidos frutos. 2
Todo esto explica la frase de Jesús que refleja la dicha de los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Es expresión de la grandeza de la Palabra que es el mismo Dios actuando en nosotros para plasmarnos en su Amor. Y expresión también de las nuevas relaciones que se establecen con Jesús, mucho más profundas que las del parentesco físico. La aceptación de su Palabra es lo que constituye la identidad del discípulo, lo que hace brotar la Iglesia, la nueva familia de los que le siguen, convocados en torno a la Palabra, lo que permite continuar la misión de anunciar y hacer presente el Reino que Él inaugura.
De esta alabanza de Jesús participa también su Madre María como la primera discípula. Fue la escucha de la voz de Dios en la anunciación y la disponibilidad a ella lo que permitió la realización de sus designios salvíficos. María es dichosa por haber creído en la Palabra. Permanece unida a sus seguidores, la primera iglesia, en oración en torno a la Palabra que inspira su fe en medio de incertidumbre de la cruz y en la espera del Espíritu en Pentecostés, Palabra Amorosa de Dios que se hace íntima en nuestro corazón y nos regala su misma Vida.
La existencia de María es expresión de la acogida creativa de la Palabra del Señor y manifiesta que la adhesión a ella, a la voluntad de Dios, es un camino de libertad y de plenitud. Nos invita a hacer lo mismo:
Acoger creativamente la Palabra hoy es hacer de ella el Criterio prioritario de la propia vida, situarse en actitud de escucha, en referencia constante al Señor que habla, disponerse a acoger activamente sus designios amorosos.
De hecho, el hombre de hoy, cerrado a la Palabra, se manifiesta orgulloso y autosuficiente, autorreferencial, dice el Papa Francisco. Y, con ello, se clausura en sí mismo, reducido a sus apetencias y deseos. El vacío de Dios nos sume en el relativismo que nos deja sin referentes éticos, sin valores ni convicciones que informen nuestra vida, en una existencia sin peso y sin relieve, sin fundamento, una vida superficial basada en apariencias y en ajustarse a la moda de turno. Al margen de Dios la persona queda profundamente empobrecida, emergen los distintos ídolos que pretenden sustituirlo: el materialismo, el hedonismo, el disfrute consumista sin límites, de cosas y hasta de manipulación y trata de personas, que es la esclavitud moderna.
Las familias y la escuela, que eran los cauces tradicionales de la transmisión de valores están en crisis hoy, abandonan su responsabilidad de educar con todo lo que significa, de ser escuela de valores, incluso las familias creyentes se olvidan de educar en la fe. Muchos de los que toman decisiones en nuestra sociedad no se sienten determinados por sus convicciones, sino por responder a la mayoría social en boga, incluidos los políticos y personas que se dicen de iglesia.
Así es también nuestra sociedad, que aparece satisfecha y autocomplacida, enrocada en un secularismo que pretende opacar totalmente a Dios, reducir al 3 ámbito meramente privado toda manifestación religiosa con la excusa de que limita la libertad; y la pretensión de ser, sin Dios, más adulta y capaz de hacer un mundo mejor. Pero la realidad es que los grandes avances de la modernidad ni mucho menos han dado respuestas válidas. Dios quiera que la pandemia nos haya enfrentado a nuestra limitación más radical y nos permita conectar con nuestra interioridad, con ese anhelo de transcendencia que hay en el corazón humano. Que sea una oportunidad para caminar hacia una sana secularidad que reconozca sí, la autonomía de las realidades sociales, pero en el respeto y la promoción de los valores y opciones religiosas de los ciudadanos. Los creyentes tenemos derecho a vivir y manifestar nuestra fe en el ámbito social, a que se respeten nuestras convicciones religiosas y nuestro derecho a educar desde ellas a nuestros hijos, el derecho a la objeción de conciencia en aquello que la lesione.
Acoger creativamente la Palabra como María es sentirse convocados como hermanos en torno a Cristo, en una nueva fraternidad, una nueva familiaridad que se funda en la comunión profunda de vida con Él y que genera comunión, por la docilidad a su Espíritu en nosotros.
Necesitamos la Palabra de misericordia que es capaz de sanarnos en profundidad y suscita en nuestros corazones el amor que armoniza las relaciones, la vida entera. Cerrarnos a la Palabra nos reduce a la soledad y al aislamiento, debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, nuestra capacidad para el encuentro. Hay tantas situaciones que nos hieren y nos dividen, discursos de odio y discriminación en torno al racismo, la intolerancia, el machismo, la homofobia, la xenofobia, que generan resentimiento y violencia. La ideología de género, con el pretexto de evitar discriminaciones, banaliza la dimensión sexuada de la persona, vacía el sentido de la complementariedad y la alteridad, debilita los lazos familiares, introduce confusión.
Cerrados a la Palabra quedamos expuestos a todo tipo de manipulaciones y cedemos fácilmente a la corrupción en todas sus formas. Hemos sido testigos estos días del destape de mecanismos de corrupción bien arraigados, descomunales, pero que no son más que la punta del iceberg de tantas manifestaciones pequeñas que nos enredan cada día, que nos sumen en la falsedad y la mentira. Campa entre nosotros el narcotráfico con vínculos incluso en las instituciones, pervierte a nuestros jóvenes en el consumo o en la venta, deslumbrándolos con el dinero fácil, siembra una espiral de muertes violentas.
Este viernes 19 de marzo, en la Solemnidad de San José, son ordenados diáconos los jóvenes Anthony José Solano e Isaac Barrientos, de las diócesis de Alajuela y Puntarenas respectivamente.
La tarde de este martes, la Diócesis de Alajuela también dio gracias a Dios por el centenario de su existencia. Lo hizo con una Solemne Eucaristía en la Catedral Nuestra Señora del Pilar, presidida por Monseñor Bartolomé Buigues y concelebrada por obispos invitados, el Nuncio Apostólico Mons. Bruno Musaró y el clero diocesano de Alajuela. Un considerable número de fieles, teniendo en cuenta las restricciones por la pandemia, también participó de la celebración.