En el ser humano hay un impulso a buscar la verdad, lo justo, lo bueno, en última instancia está, aun sin pretenderlo directamente, la búsqueda de Dios. Justamente, el Aquinate se enriqueció con el pensamiento clásico de filósofos como Aristóteles y se sirvió de algunos conceptos filosóficos para explicar verdades de fe, a través del pensamiento racional.
Hay un pasaje bíblico, donde Jesús dice “la verdad os hará libres”, (Jn. 8, 32). Este filósofo busca la verdad y no teme por su fe. Estaba seguro de que la fe puede ser explicada y defendida con argumentos filosóficos. Una frase que resume muy bien su postura: Santo Tomás racionaliza la fe sin vaciarla de misterio.
Le llaman el Aquinate, porque era originario de Aquino, una pequeña localidad de Lacio, actual Italia. También es conocido como el Doctor Angélico, por su capacidad intelectual; por decirlo así, la gente decía que su sabiduría era casi angelical.
El año pasado, el Papa Francisco, con motivo de los 750 años del fallecimiento de Santo Tomás, habló sobre “la inclinación natural a conocer la verdad sobre Dios y a vivir en sociedad”, como la llamaba el Aquinate, para “configurar el pensamiento y las políticas sociales de modo que promuevan, y no impidan, el auténtico desarrollo humano de las personas y de los pueblos”.
La confianza de Tomás en una ley natural escrita en el corazón del hombre puede ofrecer, insistió Francisco, “intuiciones frescas y válidas a nuestro mundo globalizado, dominado por el positivismo jurídico y la casuística”, aunque -reconoce- “siga buscando fundamentos sólidos para un orden social justo y humano”.
Revolucionario de la filosofía
Aunque actualmente, Santo Tomás es un pensador sumamente respetado, no solo a nivel eclesial sino también secular, en su tiempo fue considerado como un revolucionario frente a opiniones ya establecidas.
Por ejemplo, en su época, Aristóteles apenas había sido traducido y pensadores cristianos se preguntaban si debían aceptar o rechazar esos textos, como explica William Carrol, especialista de la Universidad de Oxford en un artículo, publicado en Zenit y titulado Tomás de Aquino: revolucionario y santo.
Sin embargo, hubo quienes encontraron que poseían una gran riqueza para el pensamiento filosófico y, aun más, podían ser de gran valor para el cristianismo. Es el caso del Aquinate y su maestro Alberto Magno.
La Summa Teológica
En la Summa, el doctor angélico utiliza el método escolástico, el cual se basa en el diálogo entre diferentes posturas, para hacer un análisis y dar una respuesta, a partir de textos de otros autores.
En cada comentario expone sus puntos de vista y las objeciones a estos. Luego, el Aquinate toma un texto bíblico o filosófico que fundamenta su posición. A partir de ahí, brinda su respuesta y contesta a cada una de las objeciones.
La Summa se divide en tres grandes partes. La primera, consiste en temas relacionados con Dios, la creación y el ser humano. La segunda es sobre la moral, la ley, el pecado, así como las virtudes teologales y cardinales, los dones del espíritu santo y otros. La tercera es acerca de Jesucristo, los sacramentos y la vida de fe.
Las cinco vías
Una de sus contribuciones más conocidas son las cinco vías filosóficas para demostrar la existencia de Dios, las cuales aparecen en la primera parte de la Summa Teológica. El autor utiliza la filosofía para argumentar por qué se puede afirmar que Dios existe.
La Vía del Movimiento: Nada se mueve por sí solo, todo es movido por algo más. Por ejemplo, la Tierra se mueve por la fuerza de gravedad, los automóviles se mueven debido a la combustión (o la electricidad) generada por el motor que provoca que las llantas giren, y, en general, el universo entero está en constante movimiento.
Puede pensarse en una cadena de movimientos (o procesos) que se anteceden uno al otro, hasta llegar al origen del movimiento. Como todo es movido por algo, no puede haber una cadena infinita, sino que debe existir un “primer motor”, que sería Dios.
La Vía de la Causa Eficiente: Puede pensarse en la ley de causa y efecto, utilizada tanto en la filosofía como en otras ciencias. Nada puede ser causa de sí mismo, por ejemplo, nadie puede crearse a sí mismo. Por lo tanto, no puede haber una cadena infinita de causas, debe haber una causa primigenia, por así decirlo.
La teoría del Big Bang dice que el universo se expandió a partir de una explosión. Alguien puede preguntarse, qué provocó esa explosión, que pasó antes que algo provocara una explosión, y así sucesivamente hasta llegar a una primera causa.
Debería entonces haber una causa no causada por otra. Esa primera causa sin precedente sería Dios.
La Vía Contingente: Un edificio existe, pero si ocurre un terremoto y se viene abajo el edificio deja de existir. Hay especies animales que se han extinguido y otras que eventualmente se van a extinguir. Los teléfonos inteligentes no existían hace apenas un siglo. Hace millones de años los seres humanos no existían.
Pero para que algo exista debe haber existido algo antes, si no nada existiría. Debe entonces haber al menos un ser, que exista sin necesidad de algo, que no dependa de algo o alguien que ya exista (no contingente), para que lo demás exista. Ese ser sería Dios.
Vía de los Grados de Perfección: Alguien podría contemplar La Pietá de Miguel Ángel y decir: Es el máximo nivel de perfección artística que se puede alcanzar. De igual forma, cabría reflexionar sobre cómo sería un nivel absoluto de bondad, sabiduría o belleza. ¿Qué podría ser causa de la perfección absoluta? Sí, la respuesta sería Dios.
La Vía Teleológica: También es conocida como la vía de la finalidad o del orden. Los elementos en el universo parecen dirigirse hacia un objetivo, sea que lo logren o no, sea que tengan inteligencia o no.
Existen leyes físicas, el instinto animal, las células del cuerpo humano. Parecen dirigirse hacia una finalidad y un orden. Los planetas giran por la gravedad y la inercia, las abejas crean panales de una manera simétrica y exacta, las células del cuerpo humano forman organos…
También existe el mal. Por ejemplo, el cáncer daña las células del cuerpo. Es decir, ocurre una desviación del orden natural.
Pero si las cosas tienden hacia un fin natural y ordenado, entonces apuntarían a un gran diseñador.
“El buey mudo”
Tenía un carácter taciturno, sus compañeros se burlaban de él y le pusieron el apodo de “el buey mudo”. Su maestro, San Alberto Magno, les dijo un día: “Este buey mugirá tan fuerte que su mugido resonará en todo el mundo”.
Tomás nació en 1225 en el castillo de Roccasecca, proveniente de una familia noble; sus padres eran los condes de Aquino y estaban emparentados con el emperador Federico II. Desde pequeño recibió una excelente formación académica y, siendo joven, ingresó a la Universidad de Nápoles. Sus padres tenían ambiciosos planes para él, especialmente en el ámbito político; sin embargo, Tomás decidió convertirse en fraile dominico. Esta decisión provocó la molestia de su familia e incluso lo mantuvieron prisionero en sus castillos durante un año.
Se cuenta que intentaron tentarlo llevándole una prostituta donde lo tenían encerrado, para que desistiera de su vocación. Dicen que Tomás tomó un leño ardiente (otros mencionan que fue un hierro al rojo) y le exigió que se marchara. También relatan que escapó del castillo con la ayuda de sus hermanas, bajando por las murallas en una cesta.
Huyó a París, Francia, lejos de su familia. Comenzó su formación intelectual con San Alberto Magno, con quien profundizó en el aristotelismo. Este estudioso estaba tan impresionado con las capacidades del joven estudiante que decidió llevarlo a Colonia, Alemania, para estudiar más las obras de Aristóteles.
Luego, Tomás regresó a París, donde trabajó como profesor universitario, a pesar de la oposición de algunos. Por entonces ya tenía fama, tanto que el Papa Alejandro IV lo consultaba en temas teológicos y fue consejero del rey Luis IX de Francia.
Más tarde regresó a Italia para continuar su estudio del pensamiento aristotélico y empezó a escribir su obra más reconocida: la Summa Teológica, en la que incluye las cinco vías para demostrar racionalmente la existencia de Dios.
Su vida estuvo dedicada al estudio y al pensamiento, hasta que un día (6 de diciembre de 1273) le dijo a su compañero Reginaldo que ya no podía seguir escribiendo: “No puedo, porque todo lo que he escrito me parece paja en comparación con lo que se me ha revelado”. Según algunos biógrafos, esta decisión fue precedida por una experiencia mística con Jesús.
Como mencionó el Padre Charbel El Alam, en un artículo publicado en Eco Católico: “Por más elevados y puros que fueren los pensamientos humanos, sus criterios o palabras acerca de la fe; estos quedarán eclipsados frente a la magnificencia y belleza divinas, las que únicamente nos han de ser reveladas de manera total en el Paraíso”.
Santo Tomás pasó a llevar una vida más centrada en el recogimiento y la meditación. Al parecer cayó enfermo en 1274, durante el viaje a Lyon, donde el Papa Gregorio X lo había convocado para el Concilio, y murió en la abadía de Fossanova. Tenía 49 años. Fue canonizado en 1323 por el papa Juan XXII y declarado Doctor de la Iglesia en 1567, el primero después de los Padres de la Iglesia.