Junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús, una de las devociones más extendidas en la Iglesia, fortalecida por las revelaciones hechas por Nuestro Señor a Santa Margarita María Alacoque, pero que hunde sus raíces en el misterio del corazón de Dios, un corazón que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad.
Como explicaba el Papa Benedicto XVI al inicio del Año Sacerdotal (2009), se trata de un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre.
“No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado”.
En el Corazón de Jesús -sintetiza el Papa Ratzinger- se expresa el núcleo esencial del cristianismo, en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios.
El evangelista san Juan escribe: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). “Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas”.
Más que un órgano vital
Recién elegido Papa Juan Pablo II, en junio de 1979, su catequesis sobre el Sagrado Corazón de Jesús se centró en el relato del Evangelio según san Juan: “Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 31-34).
Para el Papa, es muy interesante que no se diga ni siquiera una palabra sobre el corazón, pues el Evangelista habla solamente del golpe con la lanza en el costado, del que salió sangre y agua.
El lenguaje de la descripción es casi médico, anatómico. La lanza del soldado hirió ciertamente el corazón, para comprobar si el Condenado ya estaba muerto. Este corazón -este corazón humano- ha dejado de latir. Jesús ha dejado de vivir. Pero, al mismo tiempo, esta apertura anatómica del corazón de Cristo, después de la muerte -a pesar de toda la “crudeza” histórica del texto- nos induce a pensar incluso a nivel de metáfora, apunta el Santo Padre.
“El corazón no es sólo un órgano que condiciona la vitalidad biológica del hombre. El corazón es un símbolo. Habla de todo el hombre interior. Habla de la interioridad espiritual del hombre. Y la tradición entrevió rápidamente este sentido de la descripción de Juan”.
En realidad, recuerda Juan Pablo II, así mira la Iglesia; así mira la humanidad. Y de hecho, en la transfixión de la lanza del soldado todas las generaciones de cristianos han aprendido y aprenden a leer el misterio del Corazón del Hombre crucificado, que era el Hijo de Dios: “Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario”.
Humildad y mansedumbre
Tal como explicó el Papa Francisco en la homilía en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús en 2014, “el sentido de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, es que “descubramos cada vez más y nos envuelva” la fidelidad humilde y la mansedumbre del amor de Cristo, “revelación de la misericordia del Padre”.
Se trata, por tanto, de un amor cuya ternura “podemos experimentar y gustar” en cada estación de la vida: en el tiempo de la alegría y en el de la tristeza, en el tiempo de la salud y en el de la enfermedad y las dificultades. Una promesa cierta, hecha por el mismo Jesús, que nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.
La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que coincide con la Jornada para la Santificación de los Sacerdotes, se celebra el viernes siguiente a la Solemnidad del Corpus Christi, “casi como para sugerir que la Eucaristía no es otra cosa que el mismo Corazón de Jesús, de Aquel que, con corazón, cuida de nosotros”.
La fiesta, obligatoria para toda la Iglesia a partir de 1856 con Pío IX, nos recuerda el corazón coronado de espinas de Cristo. Y cuando oímos la palabra “corazón”, pensamos sobre todo en la esfera afectiva, sentimental. Pero en el lenguaje bíblico tiene un significado mucho más amplio, porque indica a toda la persona en la unidad de su conciencia, inteligencia y libertad.
El corazón indica la interioridad del hombre, pero también su capacidad de pensamiento: es la sede de la memoria, el centro de las elecciones, de los proyectos. En el costado abierto de Jesús, Él nos muestra y nos dice: “Me interesas”, “tomo en mi corazón tu vida”. Pero también dice: “Haz esto en memoria mía: cuida de los demás. Con un corazón. Es decir, tener los mismos sentimientos que yo, toma las mismas decisiones que yo”, concluye el Papa.
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