Los paramilitares entraron a la fuerza, rompieron portones, puertas, gritaban amenazas y destruían lo que había dentro. Como no encontraron a nadie se fueron, pero a las tres o cuatro horas volvieron con varios camiones y se llevaron todas las pertenencias de la familia. Estuvieron en la vivienda 10 días a la espera que regresara alguno.
“Por supuesto no regresamos, mis padres ese día (15 de julio) fueron a esconderse donde uno de mis tíos, al día siguiente en la madrugada salieron hacia un Convento de las Carmelitas Descalzas (en el Crucero, Managua), donde se quedaron varios días, mientras planeábamos qué hacer”, contó.
Verónica relata que no tenían la intención de venir a Costa Rica, ni siquiera pensaban salir de Nicaragua, pero una religiosa, quien los acompañó en esos duros momentos, les aconsejó migrar.
Aceptaron, pero había que pensar en un plan para que los cinco miembros de la familia se reencontraran y salieran. Una misionera de Lumen Christi coordinó a través de ese instituto religioso para sacarlos de Nicaragua.
Sus padres se reunieron con sus hermanos, pero ella no pudo salir de donde estaba. Los cuatro cruzaron la frontera el 20 de julio y ella tuvo que esperar hasta el 8 setiembre para escapar y reunirse con ellos en territorio costarricense.
Con apoyo de un sacerdote, el padre López (q.e.p.d), sus padres y sus hermanos pasaron por puntos ciegos, para esto tuvieron que bajar y subirse de un vehículo a otro con el fin de evitar ser perseguidos.
En el cruce migratorio un militar detuvo a su madre, le pidió documentos, ella respondió que no tenía papeles y dio un nombre falso, el guardia revisó en una lista y sorprendentemente la dejó pasar. Fue un momento lleno de tensión.
“Fue una experiencia muy traumatizante para mis papás, nunca esperamos salir así del país de esta forma, pasando por fango, teniendo que pagar coyotes que además se aprovechaban de la situación y cobraban un dineral… fue angustiante. Yo no me podía comunicar con ellos y lo único que podía hacer era rezar”, relató.
Del otro lado de la frontera, los esperaba una buseta de Lumen Christi para llevarlos a un lugar del Instituto que sirvió de albergue. Después les prestaron una casa por dos meses mientras conseguían trabajo.
Pero mientras esto pasaba, Verónica seguía en Nicaragua escondida en un convento. Entonces el mismo padre López se reunió con ella para planear. “Ese sacerdote cruzaba diario a decenas de personas en la frontera, esa fue su misión, la mayoría fueron jóvenes, conocía la situación y me decía: “Mira ahora es peligroso que pases ilegal, están reforzando la seguridad militar, será mejor intentarlo de manera legal”.
Las religiosas coordinaron para obtener la visa para Costa Rica. Una vez en la frontera tuvo nervios al ver tantos policías, pero cuando al fin cruzó y vio la bandera tricolor izada sintió paz.
“Sabía que ya mi familia no iba a ser perseguida, que yo no iba a ser perseguida. Sentí una gratitud hacia este país porque nos abrió las puertas y gracias a eso los cinco estamos vivos”, declaró con la voz quebrada.
Recordó aquellos momentos cuando estuvo escondida en un convento llenos de tensión. Allí, las religiosas habían enviado a las novicias a sus casas y convirtieron el lugar en un refugio, también establecieron medidas de seguridad. Por ejemplo, Verónica tenía un hábito en su habitación que debía ponerse en caso de que los paramilitares entraran al recinto.
Relató que, en uno de esos días, cuando no tenía noticias de sus padres y temían que los hubieran atrapado en la frontera, tuvo un ataque de pánico. Se arrodilló sin poder pronunciar una palabra, el llanto era imparable, después de un rato por fin pudo rezar: “Señor te los entrego, dame fuerzas para seguir si pasara lo peor”.
“Cuando hice ese acto de abandono -cuenta- sentí una paz en el corazón y la sensación como si alguien me hubiera dicho: “No te preocupes, a tu familia y a vos no les va a pasar nada”.
“Eso me serenó. Hasta hoy nunca nos ha faltado un techo donde dormir, la comida, ropa, ni siquiera el dinero, a pesar que vinimos acá sin nada, sobre todo nunca nos ha faltado el amor de Dios manifestado en muchas personas”, agregó la joven.
Aunque han salido adelante, esto no ha evitado situaciones incómodas y comentarios fuera de lugar. Por ejemplo, hubo personas que le decían que ella no podría ser nicaragüense, que seguro era venezolana, porque su tono de piel era más claro y su acento diferente.
Integrarse no ha sido fácil, Verónica no suele compartir su historia, pues en ocasiones no ha sentido empatía de parte de otros, se limita a trabajar y a tratar de salir adelante día a día.
Con apoyo de los Franciscanos Seglares, su familia pudo conseguir permisos laborales. Sin embargo, aun no pueden ejercer como médicos, ella incluso trabaja en un centro de llamadas.
Actualmente, vive en Cartago, donde afirma que han sido recibidos con cariño y empatía. “Me enamoré del carisma franciscano, investigué sobre la Orden Franciscana Seglar, me encantó, en octubre hago la primera profesión temporal, una de las mejores bendiciones que Dios me dio, con gente muy dada al servicio”, narró emocionada.