Un día, Andrés regresaba a casa después de un retiro espiritual, su hermano lo miró y le dijo: “Lo veo diferente, pero no sé qué es”. Ese día había tenido un encuentro personal con Cristo y eso lo había marcado fuertemente. “Yo no era consciente de lo que Jesús estaba haciendo en mí”, contó.
Andrés Constantino Azofeifa Monge (28 años) será ordenado presbítero el próximo sábado 1 de junio, en la Catedral Metropolitana. La celebración dará inicio a las 10:00 a.m. y será presidida por Mons. José Rafael Quirós, Arzobispo de San José, quien impondrá sus manos sobre este joven y rezará la oración consecratoria.
Celebrará sus primeras misas el lunes 3 de junio, a partir de las 7:00 p.m. en el Centro Parroquial San Francisco de Asís, en Tabarcia de Mora; y el sábado 8 de junio, a partir de las 4:00 p.m. en la Filial Inmaculado Corazón de María, en Palmichal de Acosta.
Este muchacho proviene de la Parroquia San Francisco de Asís, en Tabarcia de Mora, y creció en Acosta. Desde pequeño ha tenido la experiencia del amor de Dios a través del testimonio de sus papás, su hermana y su hermano gemelo.
El Papa Francisco ha reconocido hoy el milagro por intercesión del beato Carlo Acutis, necesario para su próxima canonización.
Y nuevamente como sucedió con la canonización del Papa Juan Pablo II, es una familia costarricense la que, gracias a la oración a Dios pidiendo la intercesión del joven beato, ha recibido el milagro.
Así lo narra la agencia de noticias de la Santa Sede, Vatican News:
Mensaje de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
Con respecto al Reglamento Sanitario Internacional, que es un instrumento legalmente vinculante, que cubre medidas para prevenir la propagación internacional de enfermedades infecciosas, aprobado por la 58.ª Asamblea Mundial de la Salud en el año 2005, y aprobado en el ordenamiento jurídico costarricense, mediante el Decreto Ejecutivo para la Oficialización del Reglamento Sanitario Internacional, Número 34038,
LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA RICA MANIFIESTA:
Melico reía a carcajada limpia cuando recordaba las carreras y congojas para conseguir los doscientos y pico de colones que costaba el viaje a Italia en un trasatlántico con pasaje de tercera clase.
Conseguir dos o trescientos colones a principio del actual siglo, era una empresa de gigantes. Nadie tenía un céntimo de sobra, salvo claro está, los usureros que en aquellos dorados tiempos cobraban el dos por ciento de interés en las operaciones de préstamo, pero éstos quedaron descartados porque para prestar cien colones, exigían además del fiador, la hipoteca de la casa. Los Salazar Zúñiga no tenían bienes raíces y en consecuencia no podían aspirar a préstamo de tal laya.
Estaban pensando en una colecta entre toda la familia, en la que se sumarían a hermanos, primos y tíos y hasta a algún amigo generoso, cuando ocurrió algo verdaderamente providencial que vino a salvar la difícil situación en que se encontraba el novel tenor de ópera. Se acercaba el día de la Virgen de la Candelaria, celebrado tradicionalmente en la Villa de Paraíso. Tres o cuatro vecinos de aquel lugar, llegaron a Cartago para tratar con un maestro de capilla, lo concerniente a la música para la novena y la fiesta religiosa de la patrona. Por alguna razón no encontraron al maestro de capilla en su casa y entonces resolvieron buscar a don Manuel Salazar, el tenor, para que él se encargara del contrato.
Desde los albores de su larga historia, la humanidad ha sentido siempre la necesidad de hombres que, mediante una misión de muy diversos modos a ellos confiada, fueran como mediadores ante la divinidad y se relacionaran con Dios en nombre de todos los demás. Hombres encargados de ofrecer a Dios oraciones, sacrificios, expiaciones en nombre de todo el pueblo, el cual ha sentido siempre la obligación de rendir culto público a Dios, reconocer en Él al Supremo Señor y primer principio, tender a Él como fin último, darle gracias y hacérselo propicio y esto aunque, en muchas épocas y lugares se hubiera oscurecido, en gran medida, al verdadero Dios con divinidades falsas. Con los primeros fulgores de la revelación divina aparece la misteriosa y hasta extraña figura de Melquisedec (Gén 14,18), sacerdote y rey, a quien el autor de la Carta a los Hebreos ve como figura anticipada de Jesucristo (ver Heb 5,10; 6,20; 7, 1-11, 15).
En los tiempos más antiguos del pueblo de Israel, los jefes de cada familia (Gén 31,54), así como también los reyes, eran los “sacerdotes familiares” y estaban a cargo de las oraciones y sacrificios, para pedir a Dios protección y paz para ellos, lo mismo la fertilidad de la tierra y de los animales. Durante la travesía del éxodo por el desierto del Sinaí, Dios constituyó al pueblo de Israel como "un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Éx 19,6). Pero dentro de ese pueblo, todo él sacerdotal, escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Estos sacerdotes eran consagrados mediante un rito propio (ver Éx 29,1-30) y sus funciones, deberes y ritos, así como sus vestiduras, vienen establecidos minuciosamente y ampliamente descritos, sobre todo, en el libro del Levítico.
Los varones pertenecientes a esta tribu sacerdotal por excelencia, no recibieron ninguna parte de herencia, cuando el pueblo llegó a establecerse en la tierra prometida. Dios mismo fue la parte de su heredada (ver Jos 13,33). Estos, sin embargo, en sus orígenes y en los diversos santuarios de Israel, se dedicaban sobre todo, a conocer la voluntad de Dios, que expresaban en forma de “designio” o de “oráculo sacerdotal” con valor normativo (Jer 18,18).