Por misterio cristiano entendemos aquí una verdad que supera nuestra capacidad de comprensión y que, sin embargo, aceptamos por la autoridad de Dios que nos la ha revelado; y bien sabemos que Dios ni se puede engañar, ni nos engañaría jamás.
Hay que tener presente, además, que nadie, por cuanto dotado de una inteligencia superior podría jamás inventar y proponer una posible verdad que él mismo no pueda entender.
Nadie inventa algo que no sea para él mismo, incomprensible… Pues bien, nadie puede entender y, por eso, jamás inventar, por ejemplo, el Misterio Trinitario con que confesamos que nuestro Dios es único pero de tres personas idénticas en la divinidad, pero distintas en cuanto que Personas, o inventar el misterio de Jesucristo a la vez verdadero Dios y verdadero hombre… y volvemos a afirmarlo: esto significa que nadie ha podido “inventar” esos misterios, sino que ha sido Dios quien nos los ha revelado y los aceptamos por fe, es decir, porque le creemos a nuestro Dios y nos fiamos de Él.
Que nuestra religión cristiana, implique y ofrezca misterios, no constituye entonces una dificultad, sino, más bien, un motivo para darnos cuenta que no ha sido una invención humana, sino, el fruto de la Revelación de Dios que, como amigo, ha querido manifestarnos su intimidad, sus misterios. Jesús mismo, se lo declaró abiertamente a sus apóstoles, diciéndoles: “A ustedes les he llamado amigos porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer” (Jn 15, 15).
Sin embargo, este hecho de la revelación de misterios que, por una parte, facilita nuestra fe (en cuanto que su contenido no puede ser invención humana), a la vez y, precisamente, por la propuesta de verdades que no podemos comprender (los misterios), hace surgir preguntas que tienen el tono de la duda… Esto es natural y lógico, en cuanto que, frente a algo que no comprendemos, que no vemos claro, nos brotan las preguntas: ¿y será realmente así? ¿y cómo puede ser? Pero esas preguntas aún no son dudas de fe, sino, que son preguntas naturales que surgen por nuestra inteligencia, frente a lo sorprendente y a los incomprensible.
El mismo Doctor de la Iglesia y Santo, Juan de la Cruz, en una composición poética, dedicada a la Fe, repite en forma de estribillo, “y es de noche”, para sugerirnos que la aceptación de los Misterios de nuestra Fe, no se debe a la luz de nuestra inteligencia y comprensión, sino que nos viene de Cristo, Luz de Luz y Luz del mundo que es el autor de la plena Revelación de Dios y de sus Misterios.
Hay que recordar, además, que la falta de evidencia y de comprensión de lo que creemos, depende también de los mismos misterios, depende de Dios que, infinito, supera nuestra capacidad de comprensión y cuando Él se nos revela, “revela sus misterios y nos acerca a su infinitud… No podemos pretender comprender la intimidad de Dios, con nuestra inteligencia que es limitada… Dios, entonces, como que nos desborda, nos trasciende y nos sorprende.
Acojamos, pues, los momentos de preguntas que, a veces, asumen el tono de la duda, como momentos positivos, para podernos dedicar con más atención a la reflexión, al estudio del contenido de nuestra Fe y repitamos, como unos personajes del Evangelio: “¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!” (Mc 9, 24).
Por el contrario, sería del todo negativo, hasta peligroso, si nos dejáramos llevar por la inevitable falta de evidencia y de comprensión del contenido de nuestra fe, para ir tomando una actitud superficial, encaminándonos así hacia una oscuridad cada vez mayor. Y es que no hay alternativa; como nos lo decía repetidamente Benedicto XVI, o aceptamos que nuestro caminar sea iluminado por la luz de Dios, la luz de la fe, o todo se vuelve sin sentido, sin meta, envuelto en espesas tinieblas.
Una vez más, y sin duda no va a ser la última, estimado Mario, le repetimos a Jesús, Luz del mundo, “¡Creo, pero aumenta mi fe!”