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Sábado, 27 Abril 2024
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Su voz es inconfundible y en el escenario su presencia cautiva. Hablamos del pequeño Lucas Guerrero Chavarría, quien gracias a su talento se mantiene en el programa “Nace una Estrella”.

Muchos se deleitan cada semana con sus canciones, especialmente cuando interpreta música de mariachi, uno de sus géneros favoritos, pero lo que pocos saben es que Lucas comenzó cantando en el coro Ministerio Nueva Alianza, en la Parroquia Nuestra Señora de los Desamparados, en San José, comunidad en la que también sirve como lector.

A sus ocho años, sorprende la naturalidad de Lucas frente a las cámaras, misma que lo llevó a audicionar con éxito en el conocido programa televisivo.

Este pequeño gran artista cursa el tercer grado de la escuela, donde se esfuerza porque quiere llegar a ser especialista en robótica, profesión que sueña con seguir combinando con sus otras pasiones: la música y el dibujo. Es hijo de Jazmín Chavarría Monge y nieto de Bernardita Monge y Warner Chavarría, desamparadeños de toda la vida muy conocidos y queridos en la parroquia.

Sufrieron dificultades económicas, padecieron la enfermedad, vivieron el duelo… Pero se mantuvieron unidos y, sobre todo, pusieron a Dios en el centro. Se trata del matrimonio de San Luis Martin y Santa Celia Guérin, un matrimonio como cualquier otro, con sus dificultades y pruebas, pero donde abundaba la fe.

Recientemente, ambos fueron declarados patronos de los laicos en Costa Rica. Precisamente, se escogió  como Día Nacional del Laico el 12 de julio, Festividad de San Luis Martin y Santa Celia Guérin.

Él, un relojero y joyero; ella, una costurera y emprendedora. Nacieron en Francia en el Siglo XIX. Son conocidos por ser los padres de Santa Teresa de Lisieux, quien decía: “Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra”.

En su juventud, ambos quisieron optar por la vida religiosa, pero Dios tenía otros planes para ellos. Cuando se conocieron fue, por así decirlo, “amor a primera vista”.

Celia vio a un joven guapo de finos modales y de inmediato una voz en su interior le dijo que ese era el hombre indicado. Tres meses después de aquel primer encuentro decidieron contraer matrimonio, la ceremonia ocurrió el 13 de julio de 1858.

A pesar de eso, se casaron a una edad muy madura para la época, él tenía 35 años y ella 27. Tuvieron nueve hijos, pero cuatro fallecieron y las otras cinco eligieron la vida religiosa.

Era una familia santa. Una de sus hijas, Marie dijo una vez: “con papá y mamá nos parecía estar en el cielo”. También era un matrimonio que podía tener sus discusiones y diferencias, como cualquier otro, pero nada los separaba.

Las dificultades fueron muchas y muy duras, eran tiempos de crisis económica en Francia. Aun en medio de sus limitaciones, compartían lo que tenían con los más necesitados.  “Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros”, señala su biografía.

Tuvieron que enfrentar la enfermedad, primero fue el tumor de Celia y luego el deterioro de la salud de Luis. El último gesto que vio santa Teresa del Niño Jesús de su padre, en la última visita que le pudo hacer, ya anciano y enfermo, fue su dedo que indicaba al cielo, como si quisiera recordar a sus hijas todo lo que su esposa y él les habían intentado inculcar desde niñas, según menciona un artículo de Alfa y Omega.

“Monseñor: Hace poco hemos celebrado la fiesta de los santos Pedro y Pablo. Como siempre, en la homilía, el sacerdote ha hecho referencia a san Pablo como al Apóstol de las gentes y a sus numerosos viajes misioneros… Creo que no he sido el único en preguntarme, ¿y cuáles han sido esos viajes misioneros? Es frecuente escuchar a los sacerdotes predicándonos como si nosotros conociéramos lo que ellos, por sus largos años de estudio, conocen. Mucho le agradezco, Monseñor, si tiene la bondad de satisfacer mi curiosidad”. 

Esteban Vega L. – Cartago

 

Estimado Esteban, comprendo su inquietud que nos hace constatar, otra vez más, que no es nada fácil preparar y ofrecer una adecuada homilía. Nuestro Papa Francisco, en varias ocasiones, nos ha hablado del deber de prepararla con esmero y llegó a decir que algunas homilías son “un desastre”.

Por otra parte, nos ha dicho que las homilías no deben ser… largas. ¿Cómo pues, en pocos minutos, poder ofrecer a nuestros fieles un mensaje “sustancioso”, claro, que refleje los intereses de los oyentes y que alcance la mente y el corazón de nuestros fieles?

Si a todos los que presiden nuestras liturgias, les animamos pues, a que acojan con humildad y compromiso, las exhortaciones del Papa Francisco, a nuestros fieles, les decimos que no se conformen sólo con las homilías para conocer y profundizar en el conocimiento y en la práctica de nuestra doctrina cristiana. 

Y volvamos ahora a san Pablo y sus viajes. Las necesarias informaciones acerca de la vida y de la actividad misionera de este gran Apóstol, están contenidas en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas por él escritas. 

La comunicación ha desempeñado un papel vital para promover la vida eclesial y para mantener una conexión significativa entre sus miembros. Su análisis y comprensión son fundamentales para discernir la dinámica de la Iglesia en el mundo. “La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo la escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy”.[1]

Quienes han seguido este humilde aporte constatarán que hemos establecido algunos aspectos que nos permiten vislumbrar las motivaciones, los contextos y el manejo de la comunicación en la Iglesia naciente.

Primeramente, trazamos una ruta a partir de los Evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles y de algunas cartas neo testamentarias que, junto a otros autores claves en los primeros siglos de la Iglesia, nos permiten entender tanto la comunicación en las primeras generaciones cristianas, como los procesos de instauración de las Iglesias y algunos atisbos sobre la vivencia de su fe y el orden “institucional” en las mismas.

Un acercamiento comunicacional, de orden técnico, enfrenta la particularidad de que, en ese camino recorrido reconocemos a Dios actuando en la historia: “Nuestra salvación, la que Dios quiso para nosotros, no es una salvación ascética, de laboratorio sino histórica y Dios, hizo un camino en la historia con su pueblo”[2]. La Iglesia es “pueblo de Dios” y no una simple sociedad de personas que coinciden en un proyecto común.

Al considerar a Dios como la variante fundamental de nuestro proceso, no olvidamos que la Iglesia “es católica incluso en el sentido de que nada de lo que es humano le puede ser extraño”[3], antes bien ella lo constata, y a veces con dolor, en carne propia.

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