Después de su conversión, se retiró por tres años en Arabia y allá estuvo meditando, rezando e instruyéndose en la doctrina que acababa de abrazar. De allá volvió a Damasco (Siria) y se dedicó a anunciar el Evangelio… Los judíos ahí residentes, determinaron matarle y los discípulos tuvieron que descolgarle, por la noche, en un canasto, murallas abajo.
Su huída terminó en Jerusalén y también allá se fue dedicando a la evangelización, pero pronto tuvo que huir porque amenazado de muerte y se fue a Tarso (en el centro-sur de la actual Turquía), su ciudad natal, y ahí estuvo varios años.
Un día llegó a Tarso san Bernabé, “hombre bueno, lleno de fe y del Espíritu Santo”, quien lo llevó a la populosa ciudad de Antioquía de Siria, para que le ayudara a evangelizar. Y allá, en una reunión de culto, por inspiración divina, fueron consagrados sacerdotes para ser enviados a misionar. De ese modo, Bernabé y Pablo, dan comienzo a los tan desafiantes, peligrosos, y a la vez fecundos viajes misioneros.
El primer destino fue Chipre, la isla natal de san Bernabé. La acogida de la Palabra de Dios fue muy favorable e inclusive el gobernador Sergio Pablo se convirtió al cristianismo. En honor de esa importante conversión, Saulo cambió su nombre judío en el de Pablo.
De allá pasaron a Asia Menor, la actual Turquía, dedicándose a evangelizar con preferencia a los no judíos y siempre con notables resultados. En una ocasión, en Listra, después de la milagrosa curación de un paralítico, los paganos los confundieron con los dioses Zeus (Júpiter) y Mercurio…
Después de un largo viaje, Bernabé y Pablo, se devolvieron pasando por las mismas ciudades que habían evangelizado, confirmándoles en la fe y, agradeciendo a Dios su providencia, se devolvieron a Antioquía. Después del Concilio de Jerusalén (año 49 de la época cristiana), en que se trató de cómo se debía acoger a los paganos que se convirtían, sin obligarlos a someterse a las leyes y costumbres propias de los judíos, Pablo emprende, sin la compañía de san Bernabé que se fue a Chipre, su segundo viaje. Visita las comunidades que fundó durante el primer viaje y se propone prolongar el viaje hacia más a Oriente, pero el Espíritu Santo le impulsa a seguir su viaje hacia Europa, encontrando así a dos muy valiosos colaboradores, san Lucas y Timoteo. Pablo pasa así a Filipos en Macedonia y de allá a Atenas y a Corinto en que se quedó durante un año y medio, logrando muchas conversiones de paganos.
Realizó su tercer viaje en el arco de los años 53-56, con permanencia prolongada en Éfeso (oeste de la actual Turquía). Durante este prolongado viaje, promovió una colecta en favor de los cristianos de Jerusalén y no sólo como ayuda, sino también como signo de plena comunión con la Iglesia madre de Jerusalén. Despidiéndose de sus amadas comunidades, se puso en camino hacia Jerusalén… Allá le esperaban la cárcel y la renovada amenaza de muerte de parte de los judíos. De Jerusalén, las autoridades romanas lo llevaron, escoltado, a Cesarea de Palestina. Pablo, para evitar de ser llevado de vuelta a Jerusalén y ser juzgado por un tribunal judío, siendo él “ciudadano romano”, “apeló al César”, lo que implicaba ir a Roma.
En la primera oportunidad, fue enviado como prisionero y entonces con custodia militar, a la capital del imperio. Después de un viaje muy peligroso y de un naufragio, llegó a la isla de Malta y de allá a Roma, en donde quedó prisionero, en una “casa por cárcel” durante dos años.
¿Realizaría después de su liberación, un cuarto viaje misionero a España, según lo que él mismo había programado? Una antigua tradición parece confirmar ese “cuarto” viaje misionero a la región de Tarragona (en el Levante español).
Enamorado de Cristo, Pablo escribió: “me desgasto y me desgastaré por el bien de las almas” (2 Cor 12,15): es la síntesis de su vida después del encuentro con Cristo, camino a Damasco (cfr Hch 9).