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Domingo, 19 Mayo 2024
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Memoria: 17 de noviembre. 

La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación completa de sus bienes y de su vida entera a favor de los pobres y de los enfermos.

 

Origen noble

Su padre era rey de Hungría y fue hermana de Santa Eduviges. Nacida en 1207, vivió en la tierra solamente 24 años, y fue canonizada apenas cuatro años después de su muerte. 

 

Opción por la caridad

Cuando tenía veinte años y su hijo menor estaba recién nacido, su esposo murió luchando en las Cruzadas. La santa estuvo a punto de sucumbir a la desesperanza, pero luego aceptó la voluntad de Dios. Renunció a propuestas que le hacían para nuevos matrimonios y decidió que el resto de su vida sería para vivir totalmente pobre y dedicarse a los más pobres. Daba de comer cada día a 900 pobres en el castillo.

 

Espíritu franciscano

Un día, después de las ceremonias, cuando ya habían quitado los manteles a los altares, la santa se arrodilló ante un altar y delante de varios religiosos hizo voto de renunciar a todos sus bienes y de vivir totalmente pobre, como San Francisco de Asís hasta el final de su vida y de dedicarse por completo a ayudar a los más pobres. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana.

 

Muerte y prodigios

Cuando apenas iba a cumplir sus 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad. Los milagros que sucedieron en su sepulcro movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte.

 

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Año 452 d.C. La Península itálica tiembla frente a los Hunos, capitaneadas por Atila. Gran parte del norte de Italia ya ha caído en manos del invasor. Las ciudades de Aquilea, Padua y Milán han sido conquistadas, saqueadas y rasadas al suelo. Ahora Atila prosigue su avance, está cerca de Mantua, sobre el río Mincio. Allí la Historia se detiene y se forma: León Magno, elegido Papa doce años antes, encabeza una delegación de Roma, se encuentra con Atila y lo disuade de proseguir la guerra de invasión. La leyenda – retomada después por Rafael en los frescos de las “Estancias” – narra que el rey de los Hunos se retira tras haber visto aparecer, detrás de León, a los Apóstoles Pedro y Pablo, armados con espadas. Tres años después, en el 455, una vez más el “Papa Magno”, si bien desarmado, detiene a las puertas de Roma a los Vándalos de África, guiados por el rey Genserico. Gracias a su intervención, la ciudad sí es saqueada, pero no incendiada. Permanecen de pie las Basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que encuentra refugio gran parte de la población, que así ha salvado su vida.

“Pedro ha hablado por boca de León”

Pero la vida de León no se explicita sólo en el empeño por la paz, llevando adelante con coraje y sin detenerse. El Pontífice también se dedica mucho a la tutela de la doctrina: es él, en efecto, el que inspira el Concilio ecuménico de Calcedonia (hoy Kadiköy, en Turquía), que reconoce y afirma la unión en Cristo de las dos naturalezas – humana y divina – rechazando la herejía de Eutiquio, que niega la esencia humana del Hijo de Dios. La intervención de León en el Concilio se produce a través de un texto doctrinal fundamental: el “Tomo a Flaviano”, Obispo de Constantinopla. El documento es leído públicamente a los 350 Padres conciliares que lo acogen por aclamación afirmando: “Pedro ha hablado por boca de León, León ha enseñado según la piedad y la verdad”.

Teólogo y pastor

Defensor y promotor del Primado de Roma, el “Pontífice Magno” deja a la historia casi 100 sermones y casi 150 cartas, demostrándose así tanto teólogo cuanto pastor, atento a la comunión entre las diversas Iglesias, sin olvidarse de las necesidades de los fieles. En efecto para ellos anima las obras de caridad en una Roma doblegada por las carestías, la pobreza, las injusticias y las supersticiones paganas. Lleva adelante todas las acciones indispensables – tal como se lee en sus escritos – para “tener justicia con constancia” y “ofrecer amorosamente la clemencia”, puesto que “sin Cristo no podemos nada, pero con Él, podemos todo”.

El 45° Papa de la historia

Nacido en la Tuscia y convertido en diácono de la Iglesia de Roma alrededor del año 430, en el 440 León es enviado por la emperatriz Galla Placidia a pacificar Galia, contendida entre el general Flavio Aecio y el prefecto del pretorio Albino. Pocos meses después, muere el Papa Sixto III. Le sucede León, su consejero. La consagración como Pontífice – el 45° de la historia de la Iglesia – se produce el 29 de septiembre del 440.

Un Pontificado de “récords”

Su Pontificado, que duró 21 años, reúne diversos récords: primer Obispo de Roma que lleva el nombre de León; primer Sucesor de Pedro en ser llamado “Magno”; primer Papa de quien nos ha llegado la predicación, también es uno de los dos únicos Pontífices (el otro es Gregorio Magno) que ha recibido, en 1754, por voluntad de Benedicto XIV, el título de “Doctor de la Iglesia”. Su muerte se produjo el 10 de noviembre del 461 y, según algunos historiadores, León Magno también fue el primer Papa en ser sepultado dentro de la Basílica Vaticana. Aún hoy, sus reliquias se conservan en San Pedro, concretamente en la Capilla de la “Virgen de la Columna”.

Fuente: Vatican News.

Antes del Concilio Vaticano II, la Santa Eucaristía se celebraba en latín, con el sacerdote de frente al altar (o según la perspectiva, de espaldas a la asamblea). Estas son solo dos de las características más mencionadas del rito preconciliar, que hasta entonces no había sido modificado de manera sustancial durante unos 400 años.

A diferencia de otros teólogos pastorales, evita la frase: “Es que el Concilio Vaticano II no ha sido implementado”. Al contrario, prefiere valorar los esfuerzos hechos por tantos servidores en la Iglesia y destacar los cambios de paradigmas como el protagonismo de los laicos.

El Padre Manuel Enrique Chavarría Estrada, especialista en Teología Pastoral, analizó en diálogo con el Eco Católico el impacto que tuvo este gran evento del siglo XX.

¿Sigue vigente el Evangelio? ¿Cómo llevarlo a la humanidad en la época actual? Eran preguntas que resonaban en la época. Era la primera vez que la Iglesia se dedicaba exclusivamente a responder a la cuestión pastoral, señala el Padre Chavarría.

A diferencia de otros Concilios, esta vez no se trató de defender las verdades (dogmas) ante doctrinas contrarias, en este caso se buscaba profundizar en la vivencia del Evangelio. Pablo VI decía: “Lo que importa es evangelizar, no de manera decorativa, como barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces” (cf. Evangelii Nuntiandi).

Según el Padre Chavarría, se corría el riesgo de que las personas vieran el cristianismo como una simple religión con sus normas y tradiciones, alejada cada vez más de sus raíces y que finalmente se viviera como si Dios no existiera. “Todo el engranaje del Concilio es en atención de la realidad y de dar una respuesta de acuerdo con la misión de la Iglesia, que es presentar a Jesucristo”, apunta.

El sacerdote advierte, eso sí, que las reflexiones en torno al tema pastoral habían iniciado antes. El Vaticano II buscó ser una respuesta a las inquietudes que había ante el “desencuentro” entre la sociedad moderna y la Iglesia.

“No es solo el modo dogmático o bíblico, sino es el pensamiento de cómo vivir esto y proponerlo en estas circunstancias”, afirma el presbítero. La Iglesia entonces ha de inculturarse y dialogar, “salir a la búsqueda del hombre de hoy”, dijo. 

Gaudium et spes, la única Constitución Pastoral derivada del Concilio Vaticano II cita: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (...) La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Num. 1). “A partir de ese principio se desarrolla una actitud nueva de la Iglesia frente al mundo, o en el mundo”, expresó el Padre Chavarría.

 

Más que una religión, una experiencia

 

“La teología del Concilio Vaticano II es la Teología de la Historia de Salvación y esta es una gran respuesta a toda la Ilustración, porque esta y la modernidad habían cuestionado las creencias y la validez de creer basado únicamente en que “porque lo dijo Dios y la autoridad”.

Entonces la Iglesia reconoce el valor de la razón en la búsqueda de la verdad y en las respuestas a las situaciones de hoy, pero enriquece esto con la luz del Evangelio.

Incluso años más tarde, el Papa San Juan Pablo II publicará la Encíclica Fides et Ratio, donde expone que la fe y la razón son “dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. “La fe es racional, la fe es comprensible, aunque se refiere a un misterio, la fe no es indescifrable sino que es una puerta que nos abre la relación con un Dios que se manifiesta en la historia”, detalla el sacerdote.

Se destacó entonces que no se trataba solo de cumplir normas y preceptos, el “ponerse a derecho con Dios” para ir al cielo. En realidad es encontrarse con Él y responderle, desarrollar lo que hoy se denomina como discipulado misionero.

El pueblo de Dios es protagonista de su historia, aunque a lo interno de la comunidad haya servicios, carismas, ministerios, llamados y condiciones humanas y personales distintas.

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