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Domingo, 23 Noviembre 2025
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A diferencia de otros teólogos pastorales, evita la frase: “Es que el Concilio Vaticano II no ha sido implementado”. Al contrario, prefiere valorar los esfuerzos hechos por tantos servidores en la Iglesia y destacar los cambios de paradigmas como el protagonismo de los laicos.

El Padre Manuel Enrique Chavarría Estrada, especialista en Teología Pastoral, analizó en diálogo con el Eco Católico el impacto que tuvo este gran evento del siglo XX.

¿Sigue vigente el Evangelio? ¿Cómo llevarlo a la humanidad en la época actual? Eran preguntas que resonaban en la época. Era la primera vez que la Iglesia se dedicaba exclusivamente a responder a la cuestión pastoral, señala el Padre Chavarría.

A diferencia de otros Concilios, esta vez no se trató de defender las verdades (dogmas) ante doctrinas contrarias, en este caso se buscaba profundizar en la vivencia del Evangelio. Pablo VI decía: “Lo que importa es evangelizar, no de manera decorativa, como barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces” (cf. Evangelii Nuntiandi).

Según el Padre Chavarría, se corría el riesgo de que las personas vieran el cristianismo como una simple religión con sus normas y tradiciones, alejada cada vez más de sus raíces y que finalmente se viviera como si Dios no existiera. “Todo el engranaje del Concilio es en atención de la realidad y de dar una respuesta de acuerdo con la misión de la Iglesia, que es presentar a Jesucristo”, apunta.

El sacerdote advierte, eso sí, que las reflexiones en torno al tema pastoral habían iniciado antes. El Vaticano II buscó ser una respuesta a las inquietudes que había ante el “desencuentro” entre la sociedad moderna y la Iglesia.

“No es solo el modo dogmático o bíblico, sino es el pensamiento de cómo vivir esto y proponerlo en estas circunstancias”, afirma el presbítero. La Iglesia entonces ha de inculturarse y dialogar, “salir a la búsqueda del hombre de hoy”, dijo. 

Gaudium et spes, la única Constitución Pastoral derivada del Concilio Vaticano II cita: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (...) La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Num. 1). “A partir de ese principio se desarrolla una actitud nueva de la Iglesia frente al mundo, o en el mundo”, expresó el Padre Chavarría.

 

Más que una religión, una experiencia

 

“La teología del Concilio Vaticano II es la Teología de la Historia de Salvación y esta es una gran respuesta a toda la Ilustración, porque esta y la modernidad habían cuestionado las creencias y la validez de creer basado únicamente en que “porque lo dijo Dios y la autoridad”.

Entonces la Iglesia reconoce el valor de la razón en la búsqueda de la verdad y en las respuestas a las situaciones de hoy, pero enriquece esto con la luz del Evangelio.

Incluso años más tarde, el Papa San Juan Pablo II publicará la Encíclica Fides et Ratio, donde expone que la fe y la razón son “dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. “La fe es racional, la fe es comprensible, aunque se refiere a un misterio, la fe no es indescifrable sino que es una puerta que nos abre la relación con un Dios que se manifiesta en la historia”, detalla el sacerdote.

Se destacó entonces que no se trataba solo de cumplir normas y preceptos, el “ponerse a derecho con Dios” para ir al cielo. En realidad es encontrarse con Él y responderle, desarrollar lo que hoy se denomina como discipulado misionero.

El pueblo de Dios es protagonista de su historia, aunque a lo interno de la comunidad haya servicios, carismas, ministerios, llamados y condiciones humanas y personales distintas.

Lorena Morales es una tica oriunda de Desamparados. Ella un día decidió darle el sí a Dios a través de la misión ad gentes. Se trata de un alma noble, ansiosa de anunciar el amor de Dios a todos, pero especialmente entre los pobres y las víctimas de la violencia.

Connie, de 10 años de edad, se baña con agua fría para prepararse a la misión. A las comunidades donde va sabe que no tendrá servicio de electricidad ni otras comodidades.

Son días en los que no hay agua caliente, ni Internet, ni tablet, ni otras cosas que ella acostumbra tener a la mano, hay que dormir en el suelo y otras inconveniencias. “El problema no son tanto los bichos, sino los sapos”, responde con entereza. Es entendible, los sapos pueden dar buenos sustos.

Esta niña recuerda las palabras del Papa cuando motiva a la Iglesia a salir de la zona de confort. “Misionar es salir de sí mismo para dar lo mejor de sí mismo y lo mejor que Dios regala, y eso es una cosa muy bella”, dice el Santo Padre.

Hace 60 años se inauguró, en la Basílica de San Pedro un acontecimiento vital en la vida de la Iglesia. Del Concilio Vaticano II se afirma que es la “máxima gracia del siglo XX” y la “Carta Magna” de la Iglesia Católica para el presente y el futuro.

Con este Concilio Ecuménico, la Iglesia se abrió al diálogo con el mundo moderno y captó con mayor sensibilidad los nuevos signos de los tiempos, a través de los cuales también Dios se manifiesta, porque Él permanece vivo en la entraña de la existencia humana y de los dinamismos históricos.

La Santidad

Noviembre 01, 2022

Narra un bello relato de tradición oral que, en una ocasión, un niño entrando con su mamá a la iglesia, quedó maravillado por los magníficos vitrales que filtraban la luz, iluminando la iglesia con miles de colores.

Sorprendido el pequeño se pone de puntillas para ver mejor y le pregunta a su mamá: -¿Quién está arriba en esa ventana? Su madre, poco informada por los santos venerados en la Iglesia, trataba de buscar el nombre en el vitral y como no lo encontraba,  contestó a su hijo: -Es un santo-. Y en cada vitral el niño hacía la misma pregunta, mientras la mamá, le daba la misma respuesta, -Oh, es un santo-. Al miércoles siguiente el niño asistió a su clase de  catequesis, y el sacerdote preguntó a los alumnos: ¿Quién me puede decir qué es un santo?. Y el niño, inspirado, le contestó: “Es alguien que deja pasar la luz”.

La Escritura nos enseña que Dios es Amor. Consecuentemente, la principal virtud de los santos es entonces su capacidad para amar a Dios y translucir ese amor insondable a los demás seres humanos. Los vocablos hebreo y griego para “santidad” transmiten la idea de puro o limpio, y en sentido religioso, se define como aquellos apartados de la corrupción. La Iglesia Católica posee una riqueza inmensa y los santos son una escuela para nosotros, ellos son compañeros, amigos e intercesores. 

El Papa Benedicto XVI, el 6 de noviembre de 2006, nos mencionó que: “El luminoso ejemplo de los santos despierta en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices de vivir junto a Dios, en su Luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia, y ésta es la vocación de todos nosotros”. 

En este día la gran interrogante a reflexionar es: ¿Qué se requiere para ser santo? Pues serán ellos mismos, los santos, quienes nos darán la respuesta.

San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, refiere al respecto: “La santidad es para todos, no sólo para unos pocos. Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos”.

El primer paso para la santidad es, por tanto, tener la voluntad y el deseo de ser santo. Santa Escolástica, hermana de San Benito, preguntó a su hermano: “Quiero ser santa ¿cómo lo hago?”, él le respondió: -“Sólo hay que querer”.

Me gusta exhortar a mis feligreses y amigos a darse a la tarea de descifrar el rostro de los santos, empezando por aquel cuyo nombre llevan ó quizá algún otro que mueva su corazón;  leyendo su vida, sus escritos, acercándose a él en la oración e imitarlo. De esta manera, se convertirán en guías idóneos para amar cada vez más al Señor y a Su Madre, y ayudadores en el crecimiento personal, humano y espiritual.

El escritor francés Jean Guitton los describía como “los colores del espectro en relación con la luz”, porque cada uno de ellos refleja, con tonalidades y acentos propios, la luz de la santidad de Dios. ¡Qué importante y provechoso es, por tanto, el empeño por cultivar el conocimiento y la devoción de los santos.

Para crear una experiencia personal con un santo, puedes ejercitar el hábito que cada primer día de enero, durante la Misa de Año Nuevo, pidas al Espíritu Santo te inspire a elegir a un santo que te acompañe durante todo ese año. Así podrás tenerlo cercano, conocerlo, amarlo, pedirle su ayuda; y ten por seguro que te habrá de esperar en la puerta del cielo.

Como saben, yo también estoy unido de modo especial a algunas figuras de santos: entre estas, además de san Charbel, de quien llevo el nombre, y de otros, está san Maximiliano María Kolbe y San Simeón el Nuevo Teólogo a quien tuve el gran don de conocer de cerca, por decirlo así, a través del estudio y la oración, y que se ha convertido en un buen “compañero de viaje” en mi vida y en mi ministerio.

El segundo aspecto, columna vertebral para alcanzar la perfección, se refiere a realizar cada una de nuestras actividades cotidianas en, por y para Dios. En otras palabras: hacer bien las cosas, no es hacer cosas fantásticas; es que las cosas pequeñas, las hagamos bien. 

Las personas nos quejamos numerosas veces al día de tener muchos asuntos, sin embargo podríamos aprovechar para realizarlos con un amor extraordinario. Así lo dice Santa Teresita del Niño Jesús: “El amor todo lo puede: las cosas más imposibles no le parecen difíciles. Jesús no mira tanto la grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, sino el amor con que tales obras se hacen”, y lo enseña también Madre Teresa de Calcuta: “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor”. Y es Benedicto XVI quien nos explica de dónde provendrá esa gracia especial: “Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del resucitado”, de Jesús, ahí está, dice San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gal. 2:20).

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