En días recientes tuvimos un coloquio virtual con Monseñor Silvio, quien nos acompañaba desde Roma, la Ciudad Eterna, un traslado debido principalmente a una petición del Santo Padre para asegurarle protección de los conflictos político-económico-sociales de Nicaragua.
Ahora quisiera destacar algunas de sus palabras, las que han marcado realmente mi vida. Primero, la invitación que él nos hizo a decir siempre la verdad, sin importar las razones o las consecuencias, una verdad sin condiciones, una verdad no comprada o ficticia. Asimismo, nos habló reiteradamente sobre vivir siempre en la obediencia, una obediencia que en ocasiones es difícil, pero deseada por Dios y con el objetivo último de asegurar lo mejor para cada uno. Como tercer punto quiero resaltar también una de las frases más fuertes que he escuchado en toda mi formación: “la Iglesia nos puede abandonar” (humanamente hablando). Esta frase comprendida en el contexto de nuestro coloquio, significa que las personas fallamos, por eso no se debe poner la mirada en personas específicas sino solo en Jesús, que nunca abandonará a su esposa la Iglesia. Por esta razón nuestro esfuerzo debe orientarse a agradarlo a Él, que prometió estar siempre con nosotros y dirigirnos en todo momento, más aún en los momentos de oscuridad.
En esta misma línea de una presencia y acompañamiento espiritual constante, monseñor nos transmitía que estar lejos no significa no estar presente. Se puede estar presente a través de la oración porque el pastor auténtico siempre está con su gente, les anima y ayuda, vive por el rebaño, está siempre dispuesto a servir solo al Señor, buscando agradarle, aun cuando implique nadar contra corriente. Es en ese servicio obediente donde nos abajamos como Jesús y lavamos los pies a los demás como él lo hizo con sus discípulos. Por eso, el sacerdote debe ser humilde, semejante a Jesús que no vino a ser servido, sino a servir, debe ser transparente con su comunidad, e involucrarse con las personas distinguiéndose del funcionario público.
Concluyendo, le doy gracias a Dios por el testimonio de monseñor Silvio Baez, que ha asumido la Cruz, algo ilógico para el mundo, pero muestra de que la santidad es posible. Una santidad que más allá de buscar la gratificación, reconocimiento o el aplauso del mundo busca el servicio en el silencio, con afecto amoroso y lágrimas por el rebaño. “Cuando lloramos” decía él “está implicado el corazón y no somos simples funcionarios, pues quien ama mucho, sufre mucho y goza mucho. Es una labor perenne del corazón, no estamos llamados a hacer cosas, sino a amar en lo cotidiano.”
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. (Mt 5, 10.)
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