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Mirando la cruz

Febrero 21, 2024

Con el miércoles de ceniza hemos iniciado este tiempo tan hermoso que la Iglesia nos ofrece, un tiempo de conversión, ayuno, abstinencia, pero ante todo de oración. Tiempo en el cual nos preparamos para la gran fiesta de la pascua, es el camino que recorremos junto a Jesús en cuarenta días contemplando su pasión y muerte, para reunirnos luego como una sola iglesia para pregonar unánimes la resurrección.

Es un caminar con Cristo, con su cruz, sin ella no tendrá sentido este caminar. Se nos pide mortificarnos, incomodarnos y pues bueno no solo de visible o físico (no comer carne, “dejar de comer” o reducir las porciones etc.) sino también desde lo interior. Por nuestra humanidad caemos fácilmente en el mal, en el pecado, una y otra vez, pero nos cuesta mucho acercarnos al sacramento de la reconciliación, sacramento por el cual el Señor perdona nuestras muchas faltas, nos muestra su gran misericordia; pues bien, este es el tiempo favorable este es el tiempo de la salvación 2Cor 6,2, es acercarnos con un corazón contrito y humillado que busca la salvación, el amor y la reconciliación con Dios.

A través del signo de la ceniza se nos da un preámbulo de lo que viviremos posteriormente ya que con fuego se ha dispuesto dicho signo y con fuego celebraremos la resurrección de Jesucristo, venciendo la muerte en la cruz.

De regreso al Seminario

Febrero 21, 2024

Dice la Ratio Fundamentalis, que la formación del seminario es única, integral, comunitaria y misionera. Después de un tiempo de descanso y de compartir con los familiares, amigos y demás fieles de la parroquia de origen, llega el momento de volver a la casa de formación, el seminario, pues es la casa de aquel que sigue a su Maestro y configura su vida con los sentimientos del Buen Pastor. Algunos en sus primeros años, otros a la mitad de vivir en el seminario y los que van concluyendo su vivencia en la casa de formación.

El Seminario, lugar de encuentro con Dios y con los hermanos, tiene esta doble realidad, pero se convierte en el espacio donde el Señor habla y llama, así como lo experimentó Moisés en la zarza ardiente. Es un lugar sagrado para profundizar y perseverar en el encuentro con el Señor, para continuar con el proceso de discernimiento y formación, cultivado en la oración.

Desde nuestra condición de bautizados estamos llamados a la conversión. Estar en la casa de formación se convierte en el camino por el cual somos llevados por su gracia para que Dios siga hablando al corazón y volvamos nuestra mirada hacia Él, pese a nuestras limitaciones y debilidades. Implica poner todo nuestro empeño confiando en que el Señor hace su obra en medio de nosotros.

“Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase males. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt. 5, 11-12)

 

Este texto del Evangelio resume elocuentemente la realidad de muchos hermanos, que son testimonio vivo de Jesucristo, la Verdad encarnada. Quisiera referirme puntualmente a la experiencia de diálogo con Monseñor Silvio Báez Ortega (Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, Nicaragua), y a su testimonio, que considero asombroso. 

En mis primeros años de formación como seminarista, conocí la impactante historia de este joven obispo del hermano país, que arriesgaba la vida para defender a su gente de la injusticia. Me llamaba la atención la incomodidad del gobierno, reproduciendo la misma historia de represión, agresión, soborno, fraude, asesinato repetida tantas veces e inclusive experimentada con sus matices distintos por Jesús, nuestro Señor.  

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