La Madre de Dios solo sabe conducirnos a un lugar: al corazón de Jesús que es la Puerta al Cielo y el Cielo mismo porque Él es el Amor. “Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Juan 10,9). Si encontramos a Jesús, encontramos la Salvación y reinaremos con Él eternamente.
Jesús es la Puerta que se abre al Cielo, al Paraíso, al Reino de Dios, todos estos términos significan lo mismo: vivir en Amor. “Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es Amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación para el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 2, 9-10).
Jesús vino a anunciar que el Reino de Dios estaba cerca porque con la Nueva Alianza Dios nos daría su Espíritu y entraría a morar en los corazones de los hombres a través del Amor y, por tanto, se abrió para todos la posibilidad de comenzar a vivir el Cielo desde la Tierra, para luego ser llevados al Paraíso y vivir eternamente con Él.
“A Dios nadie le ha visto nunca. Pero si nos amamos unos a otros Dios mora en nosotros y podemos decir que su amor ha llegado en nosotros a la perfección. En esto reconocemos que moramos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Y nosotros, que hemos visto, podemos dar testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo. Si uno confiesa a Jesús como Hijo de Dios, Dios mora en Él y Él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído en el Amor: y el que se mantiene en el amor se mantiene en Dios y Dios en él” (1 Juan 4, 12-16).
La conversión del corazón del hombre (cuando se transforma su corazón de piedra en carne) sucede en el encuentro con Jesucristo, al creer en Él y abrirse a su gracia y a su Amor. Una vez que el corazón humano se abre al Amor, inicia sus pasos hacia el Cielo en una obra que realiza el Espíritu Santo para ir configurando a la criatura con el modelo perfecto que es Jesucristo.
Para los hombres que viven en el mundo no es fácil llegar a ese encuentro con Dios. El orgullo, el egoísmo, el materialismo y varios otros muros impiden que se abra esa Puerta a la Salvación. Sin embargo, el que encuentra a la Madre de Dios, puede tener la seguridad de que encontrará la Puerta y el camino al Cielo y, además, obtendrá la compañía dulce de una Madre que le defenderá y ayudará siempre.