Para Isabel “María es la gran alabanza de Gloria de la Santísima Trinidad… una criatura que fue pura, inmaculada, irreprensible a los ojos del Dios tres veces santo. Su alma es tan sencilla y tan profundos los sentimientos que no es posible detectarlos. Es como si con ella se reprodujera en la tierra aquella vida que es propia del Ser divino, del Ser Simplísimo” [2].
En esa búsqueda de identificarnos con Jesús y dar gloria a su nombre, Isabel nos muestra el camino de la cruz para que se realice la obra de Dios en nuestras almas. “Cuan necesario es el sufrimiento para realizar la obra de Dios en el alma”.[3] Ella que sufrió la enfermedad, no tuvo miedo a la muerte porque en este tránsito unió su dolor a la cruz de Cristo por la salvación de las almas, tal como estaba María la Madre Dios al pie de la cruz.
Isabel nos insiste mucho en olvidarnos de nosotros mismos para ser Laudem Gloriae. “Humildad y muerte del orgullo-muerte a uno mismo-van unidos. La humildad es fruto del olvido día a día de uno mismo. Hay que matar el orgullo ¡Matarlo de hambre!, hay que morir a uno mismo para que Cristo pueda vivir en nosotros. El amor a Dios ha de ser tan fuerte que extinga en nosotros cualquier otro amor. Así se llega a la verdadera y plena libertad”. [4]
El grito de Isabel debe retumbar hoy en nuestros corazones porque también nos llama a levantarnos de la excusa de la debilidad que nos vuelve mediocres. Nos dice “El abismo de tu miseria atrae el abismo de su misericordia”. El pecado y la debilidad no son excusa para no ser Laudem Gloriae, porque existe la misericordia que abraza todo nuestro ser y nos transforma en amor. ¿Quién nos podrá separar del amor de Dios? Nada en esta sociedad desbocada podrá arrancarnos del amor de nuestro Dios. Así, cuando debamos partir a la verdadera patria del cielo podremos decir como Isabel “Me voy a la luz, a la vida, al amor”.
[1] Ciro García, Sor Isabel de la Trinidad, pág. 324
[2] Ibid., 195
[3] Ibid., pág. 336
[4] Ibid., pág. 378